Después del asesinato de una gran mayoría de bucaneros por parte de los españoles, en el año 1638, los bucaneros deciden organizarse en una cofradía que pasará a la historia como la primera que tiene como motivo la piratería.
No se sabe por qué eligieron ese nombre ni como se organizaban y, al contrario de lo que se pueda creer, no todos eran analfabetos. Entre ellos había hombres ilustrados y nobles. Al pisar la isla se convertían en lo mismo, en Hermanos de la Costa.
Como toda sociedad, tenían sus leyes. Pero no eran leyes escritas. Eran más bien acuerdos generales al que todos se sometían precisamente para proteger su libertad individual. Estaban ligados únicamente por la conciencia de su hermandad. No había ni jueces ni tribunales, únicamente una asamblea formada por los más viejos filibusteros. Las principales normas eran cuatro:
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Se prohibía todo prejuicio de patria o de religión
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Quedaba prohibida la propiedad individual. Esto se refería a la propiedad de tierra en la isla.
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La Cofradía no podía inmiscuirse en la libertad personal de cada uno. Las cuestiones individuales se resolvían personalmente. No se obligaba a nadie a partir en una expedición pirata. Se podía abandonar la Hermandad en cualquier momento.
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No se admitían mujeres blancas libres en la isla. La prohibición se refería exclusivamente a éstas y se adoptó para evitar riñas, discusiones y odios. Sólo podían vivir en la isla mujeres negras y las esclavas.
Todos los miembros eran iguales entre sí e incluso disponían de una Tabla de Indemnizaciones para compensar a quienes resultaban lisiados, una especia de mutua de la época. Era tal la fraternidad existente entre los Hermanos de la Costa que, antes de entrar en combate, cada bucanero se conjuraba con un compañero y en el caso de que uno resultase muerto en la lucha, el otro se convertía en su heredero.
De lo único que se protege es de la tiranía y la mejor manera de hacerlo es fortaleciendo la importancia de cada individuo. Son los derechos de cada uno los que garantizan la libertad, y cuanto más numerosos y más fuertes los miembros, mejor será la garantía de subsistencia y de equilibrio para el conjunto. Para esta fraternidad las necesidades militares son imperiosas y obligan a designar jefes para el combate. Pero se trata solo de un cargo militar, determinado por elección y revocable en cualquier momento. El Gobernador, que así se denominaba, deja sus funciones cuando la contingencia bélica es superada. Hay que recordar que faltan más de 150 años para la independencia de los Estados Unidos y para la Revolución Francesa, pero en La Tortuga ya hay elecciones. Los capitanes se eligen por votación democrática, y así se destituyen (normalmente eso significaba su muerte). Mientras mantenga este consenso, el Gobernador – como el capitán de un navío – tiene una autoridad indiscutida. También existía un Consejo de Ancianos, formado por los más veteranos, quienes velaban por la pureza del espíritu libertario de la Cofradía, especialmente vigilando las condiciones de ingreso de nuevos miembros a través de un noviciado, por ejemplo llamado matelotage, donde el aspirante debía compenetrarse con el espíritu y la conducta de la hermandad o ser rechazado. La verdad es que podemos considerar esta cofradía como una sociedad pre-anarquista y de tinte verdaderamente revolucionaria para la época en la que nos situamos.
La solemnidad del juramento ante el escrito consistía en poner una mano en una botella de ron y la otra sobre una Biblia (también un crucifijo o hacha de abordaje), y se firmaba con el nombre o trazando una cruz. De aquí, seguramente, surgieron muchos tópicos actuales sobre la piratería. ¿Quién no asocia a estos hombres con una botella de ron y todo el santo día borrachos?
Entre los delitos a ser considerados se incluían ocultar lo robado, despojo entre camaradas o trampas de juego. En ocasiones se optaba por entregar al imputado a las autoridades más próximas, regularmente en Jamaica o la Isla de la Tortuga. También se estipulaba, para faltas menores, el abandono en territorio español; en el cual el individuo era dejado a su suerte con una botella de agua, un poco de pólvora, arma y municiones. Tal acción era denominada maroon. Me río yo de El Último Superviviente.
Los piratas no enterraban sus tesoros. Arriesgaban el pellejo para conseguir el botín y se guardaban mucho de dejarlo enterrado en algún lugar donde cualquiera lo podría encontrar. Normalmente dilapidaban sus ganancias en el menor tiempo posible o hasta que pudieran emprender una nueva expedición. Antes de zarpar quedaba fijado cual sería la parte proporcional del botín que correspondería a cada uno, siempre en función de su rango en la expedición. Quedaba claramente establecido que, una vez conseguido, el botín sería puesto en común para proceder al reparto. Se estipulaban duros castigos para aquellos que osaban quedarse alguna parte para sí y eran descubiertos. También se preveían premios para el primero en avistar una presa o el primero en pisar el barco abordado. Normalmente, el premio era la posibilidad de elegir una pieza del botín.
La semana que viene, repasaremos algunos de los más célebres piratas de la zona caribeña. ¡Nos leemos, grumetes!