Fotografía: Victoria Clemente
Una hora de charla con Pepe Colubi (Madrid, 1966) da para mucho. Cine, música y mucho humor se cruzan en una conversación donde no hay peajes, ni tabúes y donde tampoco se aprecia ni pizca de ego, pese a que el personaje en el que indagamos lleva una década exponiendo su cara en televisión. Él mismo reconoce que se ha dedicado a currar por hedonismo donde le fuera llevando la vida. Es un ilustre ignorante abonado al carpe diem. El contenido de la entrevista lo podréis leer en el primer número de Negratinta, que publicaremos en papel próximamente. Se podrá comprar en librerías, pero ya podéis reservarlo en nuestra tienda online.
–Cuando llegas a EE UU en el 83, ¿se podía prever la explosión del grunge que los chavales de tu quinta protagonizarían años después en la Costa Oeste?
–No se podía prever, pero sí existía un caldo de cultivo ideal para que ocurriera lo que ocurrió entre 1990 y 1991. Hay un documental llamado Hype, que explica cómo había una escena asentada antes de que la palabra grunge saliera en las revistas. Cuando los medios logran acotar de forma precisa un género, se le pueden empezar a atribuir poderes místicos. Que si generación perdida, apatía, hogares disfuncionales… Y encima va Kurt Cobain y se pega un tiro en la cabeza para cerrar el círculo.
–¿La industria necesitaba ese final?
–Le vino genial a ese tipo de mística, por supuesto. Pero en Hype se dice bien claro: cuando un género llega a las portadas de las revistas de moda, todo está perdido. Se promovía ya algo muy diferente a lo que era Kurt Cobain componiendo. A mí me impactó muchísimo cuando salió el Nevermind. Me dio de lleno. Como eran otros tiempos, encargué el disco en mi tienda habitual y me avisaron el día que llegó para que fuera corriendo a comprarlo. Recuerdo con satisfacción la primera escucha entera después de haber descubierto el single.
–Cobain se arrepintió mucho de haber grabado con la MTV el concierto acústico que acabó de encumbrar a Nirvana como fenómeno comercial.
–Si él estuviera aún aquí probablemente se arrepentiría de muchas de las cosas que hizo. Yo descubrí a Nirvana por Nevermind, no tenía constancia de la existencia de Bleach. Vi un día –precisamente por MTV– el vídeo de Smells Like Teen Spirit. “¿Cómo?”, fue mi reacción. Tardó un poco en llegar el disco y, cuando lo tuve, lo primero que hice fue grabarlo en una cinta porque esa noche iba a un concierto y se lo tenía que dar a alguien. A quien fuera. Era en plan: “Escuchad y difundid la palabra”. Suena a artesanal, a Atapuerca, y estamos hablando de 1991. Tampoco hace tanto, pero era así. Hemos avanzado, para bien y para mal, en la difusión de la cultura.
–¿Te impactó más escuchar los trece cortes de Nevermind o enterarte de la muerte de Cobain?
–Sinceramente, me impactó más la primera escucha del disco. Te pones a analizar el álbum y te das cuenta de que lo que supuso para ti escuchar Nevermind fue algo parecido a lo que sintieron personas de tu generación de lugares muy alejados. A partir de ahí empiezan a explotar muchas otras bandas como Pearl Jam o Soundgarden. Y el estilo sale de Seattle, ¡y llega hasta México! Esa música era diáfana y precisa; planetaria. La muerte de Cobain impacta porque el ser humano está habitado por el morbo.
–Hablando de morbo, ¿por qué no se puede ver una erección en la tele o en el cine cuando en internet tenemos acceso a todo el porno imaginable?
–Es una de las grandes hipocresías de la divulgación artística y produce un fenómeno casi patético: la provocación por la provocación. Hay mogollón de textos, películas y obras de arte enseñando cosas. Es muy absurdo no normalizar: no tiene sentido que se pueda ver claramente que le pegas un tiro en la cabeza a alguien si luego no dejas ver un acto sexual de manera natural. No pido que las películas sean explícitamente porno, pero sí que se pudieran ver eyaculaciones y erecciones. Cualquier acto sexual me parece mucho más asimilable y real que las masacres que se ven en Kill Bill. Aunque me vale cualquier muerte, no hace falta acordarse de la matanza de 50 tíos trajeados que perpetra una rubia con una katana.
–En este país provocaba más sonrojo la película porno de los viernes en el Plus –solo para abonados– que los informativos que emiten cadenas –en abierto– como Telecinco y que son pura casquería.
–Los informativos, en general, han derivado hacia el amarillismo. Absolutamente. Nightcrawler es una película maravillosa y que habría que proyectar en todas las facultades de Periodismo. Explica perfectamente cómo prima conseguir una imagen para que un hecho sin sustancia sea noticia. Hay noticias sin ningún puto interés… pero tienen la imagen. “Doce muertos en China por la caída de un edificio”. No interesa, ¡pero es que tienen la imagen del edificio cayendo! Es la supremacía de la imagen sobre el contenido.
–¿Qué espacio le queda a un ilustre ignorante en medio de la banalidad?
–En estos ocho años hemos ido creciendo. De grabar un programa en plató al mes, pasamos a ser quincenales y, después, a grabar con público en la sala Galileo Galilei. Es un esfuerzo grande para el Plus. Gracias a YouTube ha habido un incremento importante entre los seguidores del programa. Ahora cumplimos el cuarto año de shows en teatros en los que no se graba programa. No es fácil llenar un teatro de 900 localidades dos días seguidos cuando hay fútbol en la tele.