Imaginad a hombres que tengan que adentrarse en las profundidades más abismales del mundo para conseguir algún tipo de mineral, jugándose la vida a cada paso. Imaginad esos trabajos inhumanos. Rebuscar entre basura y la chatarra con el riesgo de contraer innumerables enfermedades. Dejarse literalmente la piel para otros y que luego te paguen con tres chapas. Y luego pensad que muchos artistas han tenido esta suerte al adentrase por las profundidades del alma, rebuscando entre la basura y la chatarra de sus recuerdos, contrayendo enfermedades y pagados con el más sincero olvido. Esas personas que se atrevieron a pisar por el fuego que otros encendieron, adentrándose en bosques frondosos sin temer si podrían regresar o no; haciendo caso a los cantos de sirenas de esos miedos atávicos; y dejándose arrastrar por los impulsos y las dudas existenciales escondidas por milenios bajo capas y capas de razón. Pero este no será el caso de Rosana Antolí: Rosana Antolí no caerá en el olvido porque su alma guerrera es inmarcesible.
Como reza la sinopsis de su primera novela gráfica, Pareidolia: «La pareidolia es un fenómeno psicológico que se da cuando se percibe un estimulo (imagen, sonido) y se produce un delirio erróneo como un significante o una figura reconocible. Una realidad alterada y construida como huida de una situación presente. En el espacio de una habitación ocurren monólogos esquizofrénicos que se traducirán a diálogos con personajes del imaginario de la protagonista: una mancha de café en la pared es un pasado amante, un montón de ropa es ella de niña y una grieta en la pared será David Bowie«, pero Rosana Antolí nos engaña, parece que hable desde la locura, pero lo hace desde la lucidez. Se convierte en una funambulista sin red que va de la razón al delirio para contestar a sus dudas existenciales y alcanzar los recuerdos más impermeables al diluvio del olvido. La artista multidisciplinar hace ese camino una y otra vez en su primera novela gráfica. Se adentra en la selva frondosa una y otra vez y nos cuenta qué ha visto; y nos enseña qué ha encontrado. Rosana Antolí, que podría convertirse en la reina Midas del arte, porque allá donde pone la mano imposible es nada, se da la vuelta a los ojos y nos dice qué ha visto. Se deja inducir hacia la locura y el éxtasis, como si estuviera bajo el embrujo de un chamán, pero lo controla todo en todo momento. Caza a la locura, ese monstruo antiguo y temido, le pone cadenas y nos lo enseña como a King Kong ante personas que posiblemente sólo vean líneas y oigan ruido ante las obras de arte; y yo me he de quitar el sombrero. Y el cráneo.