Estoy sentada ante la pantalla de mi ordenador. HP. Quizás leyendo una noticia interesante, aunque eso parece más bien improbable. Quizás miro las fotos de algún viejo conocido al que no me atrevo a dirigir la palabra, por vergüenza o desidia. Posiblemente, por indiferencia, la plaga del siglo XXI. Teclado canadiense, ordenador español, o catalán, según se mire y sobre todo, según quién lo mire. Café. Leche semidesnatada de cualquier marca blanca encontrada de casualidad en la estantería de algún súper no ecológico. Y unas galletas Príncipe. Desayuno de campeonas.
De pronto, algo o alguien rompe la rutina matutina. Llegan gritos, alboroto. Libertad. Y me asomo al balcón, vestida con una camiseta blanca raída y unos pantalones de rayas rosas y fucsias. Pasarela Cibeles. Abajo, quince, quizás veinte personas portan una pancarta. Personas enfadadas. Con o sin razón, no lo sé. Gritan. Lo que sí es seguro es que no tienen miedo. Yo sí. Y luego están ellos, vestidos de azul oscuro casi negro, como la película. Digo ellos, porque aún no he visto a ninguna ella. Cascos, porras. Todo actitud, pisan firme. Los poderosos. Los ganadores.
Me recorre un escalofrío. Presiento la injusticia. Se huele la podredumbre de una democracia venida a menos. Se fijan en mí, hablan entre ellos, me miran. Soy una espectadora privilegiada. Lo saben. Portan dos cámaras: la sugestión hace que me pregunte si me están grabando o no. Persiste la presunción de una injusticia inminente. Aprieto el móvil fuertemente, escondido bajo esas rayas rosas y fucsias, y justo en el momento en que me dispongo a sacarlo pienso en la Ley Mordaza y el miedo se multiplica por quince, veinte o cien. Quizás por mil. ¿Es esto la democracia? Me paralizo y entro a casa. Cierro el balcón, haciéndome invisible a los azul oscuro casi negro. Medito durante un par de minutos y el terror gana por goleada.
Me avergüenzo de mis temores. Se derrumban los valores y ellos, los encorbatados, ganan. Una vez más.
Crece el griterío. Yo, sentada en el confort de mi salón, paralizada, hago como si nada estuviera pasando. Y, enfrente de mi HP, oigo un tumulto que sale corriendo. Se ha abierto la caja de Pandora.