La convivencia en un piso da lugar a experiencias inolvidables pero también a roces que se acumulan hasta convertirse en discusiones. Uno de tus compañeros lleva años sin fregar los platos, la situación es inadmisible; convocas una reunión con el resto inmediatamente (son las seis de la tarde, ya es hora de despertarse). El compañero más mayor del piso no aparece en la reunión, está cansado y sabe cómo acaban estas discusiones, lo ha visto todo a sus 800 añitos de vida.
Lo que hacemos en las sombras (What we do in the shadows) se estrena en España este viernes (3 de julio), más de un año después de su estreno en Nueva Zelanda, su país de origen. Sus protagonistas no serán estudiantes, pero también sufren las fricciones de la vida en un hogar compartido. Este falso documental dirigido por Jemaine Clement y Taika Waititi gira en torno a las dificultades que atraviesan un grupo de ineptos pero adorables vampiros a la hora de enfrentarse con los problemas del día a día: las tareas del hogar, pagar el alquiler, ir a las discotecas del centro de Wellington o elegir la ropa para salir cuando tu armario lleva cuatrocientos años fuera de moda.
“Busco un estilo al que llamo ‘muerto pero delicioso’. Somos el cebo, pero también la trampa”.
La comedia-horror es un género complicado, el falso documental un formato saturadísimo y el vampiro un personaje saciado. Teniendo tanto en contra, decir que Lo que hacemos en las sombras es un producto fresco, lleno de vitalidad e ingenio no es poco. A pesar de ser indestructibles por medios convencionales según la leyenda, la verdad es que las últimas producciones sobre estos personajes desalmados han dejado mucho que desear –véase Drácula, la leyenda jamás contada– y su inmortalidad cinematográfica comenzaba a cuestionarse. Y desde la otra punta del planeta, lejos de los Cárpatos, escondidos en los bares de Courtenay Place y los alrededores de Wellington, donde habitan unos setenta vampiros aproximadamente, llegan nuevas noticias en clave de humor. Nueva Zelanda ha sido la cuna de las mejores obras de comedia-horror, con Braindead (Tu madre se ha comido a mi perro, 1992) de Peter Jackson como mayor estandarte y esta película lo demuestra con soltura.
Esta no es una película de vampiros al uso, es un episodio en la vida de unos compañeros de piso que por casualidad se quedaron a medio camino entre la vida y la muerte. Los directores del documental dan vida a dos de estos simpáticos quirópteros. Viago (Taika Waititi), un dandy del siglo XVIII refinado y quisquilloso es nuestro guía principal durante el documental. A su lado se encuentra Vladislav, interpretado por el otro director, Jemaine Clement, un depredador de la Edad Media aficionado a la tortura más rudimental, que podría recordarnos al Drácula que Gary Oldman personificó en 1992 de la mano de Francis Ford Coppola, siendo el protagonista que más se asemeja al prototipo eslavo de la leyenda popular. Por otra parte está Deacon (Jonny Brugh), el vampiro más joven de la casa (¡solo tiene 183 años!), quien se jacta de ser un vampiro atractivo, pero para sus compañeros no deja de ser un vago que contribuye más bien poco a las tareas del hogar.
“Cuando eres un vampiro te vuelves muy… sexy!”
Gracias a unos crucifijos y la promesa de estar protegidos de estos demonios las cámaras consiguen acercarse al aspecto más oscuro de la vida nocturna de Nueva Zelanda, sin una trama compleja y sin necesidad de ella. El equipo de Taika y Jemaine rodó más de 120 horas de escenas cotidianas de los protagonistas, la mayor parte improvisación. Los actores miran directamente a la cámara en infinidad de ocasiones, el ritmo narrativo es tan inestable como acelerado, el guión no se separa en ningún momento de lo absurdo y es que, en definitiva, parece que el equipo neozelandés se lo ha pasado tan bien rodando la película como los espectadores durante su visionado.
Esta es una película sobre vampiros apta para gente que no ve películas sobre vampiros, una apuesta divertidísima capaz de revivir un género y un tema prácticamente secos. Es sencillamente brillante.