Hace bueno y salgo a la terraza a fumarme un cigarrillo. Parece que la primavera llega, hay dos moscas. Una señal. El mundo está lleno de señales que nos indican el camino, pero solemos ignorarlas. La vida moderna nos mata. Una de las moscas se va. Las moscas son una buena señal, llega el verano, el calor, los días tórridos y tediosos. El sudor, las noches interminables, y esos días en los que nunca se pone el sol. Me gusta el verano, anhelo el verano, pienso para mis adentros. Moscas y verano, quizás no necesite nada más para ser feliz. Quizás un poco de humanidad, pero eso ya lo dejo para otra vida.
Me obsesiono con la mosca y calo de un cigarrillo que está a punto de apagarse. Se ¿limpia? las patas, primero las de adelante. Con brío y soltura: lleva toda una vida haciéndolo. Las de atrás. Puro nervio. Aletea, pero no vuela. Ahora toca las alas con las patas traseras, todo un ejercicio gimnástico. Ojalá tuviera alas. Y ojalá me las pudiese tocar con las patas, las piernas, las garras. Los animales hacen cosas increíbles mientas los humanos estamos condenados a pensar y a hacernos preguntas de las cuales nunca obtendremos respuesta. Toda una vida malgastada cuando lo único que necesitaríamos serían un par de alas. ¿Qué más da ser mosca o cigüeña?
La mosca corretea por la mesa de la terraza, raída por los vientos del invierno, decrépita, tapada con un hule de flores marchitas y descoloridas por las lluvias otoñales, cargadas de tóxico. Nadie se libra de la toxicidad. Se posa en una cagada de golondrina. Levanto la mirada y descubro un nido. No hay una mierda, hay varias: dos, tres, cuatro, cinco… Supongo que para eso colocamos un hule de antaño. Supongo. Esas decisiones las toman otros, en mi casa. Supongo que por ese mismo motivo, ese posesivo está fuera de lugar. Su casa.
La mosca nerviosa se siente reina en un viejo hule sembrado de mierdas de golondrina. A todos y todas nos gusta revolcarnos en mierda, de vez en cuando. Algunos más que a otros. Pienso en todos los amigos-mosca-reyes y reinas-revolcándose en mierda-ajena y propia que tengo y vuelvo a calar del pitillo. Está apagado. Posiblemente yo también sea una mosca. Una amiga-mosca, una hija-mosca, una novia-mosca, una cualquiera-mosca. Me gusta la idea.
La mosca no mira hacia arriba, no sabe que hay un nido de golondrinas que vuelan cien veces más alto que ella. Sin embargo, se siente feliz revolcándose en una mierda que no sabe de dónde procede. ¿Y si todos pudiésemos hacer lo mismo? Sin mirar hacia arriba, ni hacia los lados, sin mirar atrás. Tan sólo, y sólo centrándonos en el movimiento de nuestras patas limpiando nuestras alas.
Ojalá fuésemos moscas, para poder revolcarnos en mierda sin saber que existe algo más allí arriba, sin saber que el mundo está poblado de águilas, tórtolas, gorriones, golondrinas que vuelan cien veces más alto que nosotros. Ojalá fuésemos moscas para poder vivir sin mirar hacia los lados, hacia arriba, hacia atrás.
Ilustración de Marina Milá