Son calles, bares y restaurantes, miradores, paisajes a los que no podemos volver. Nos duele su olor, su color, el recuerdo que de ellos emana. Retrocedemos a un pasado idílico, a veces, terrorífico otras. Amores ya perdidos pero no olvidados, hiel en las nubes, amistades dolorosas o recuerdos familiares irrecuperables. Vacaciones de infancia, camaradas de aventuras ya desaparecidos en la vaguedad del mundo. Esos paisajes inamovibles, ciudades estáticas, la misma gente, los mismos gestos.

Todos tenemos un lugar innombrable, ese al que no podemos volver por una, dos, tres o quizás cientos de razones. A veces es el recuerdo de un tiempo pasado mejor, una época en la que fuimos más felices de lo que nos habíamos propuesto, unos días, meses o incluso años en los que perdimos la noción de los minutos.

Otras veces es el recuerdo de una persona dolorosa. Esa persona que pasa una vez por tu vida y deja cicatriz, un amigo, una pareja, un familiar. Esos lugares comunes que tuvieron que dejar de existir en el mapa de tu mundo.

También los sitios de infancia producen dolor. La seguridad del paso del tiempo, la vejez arrolladora. Los pueblos, martes de verano al sol en unas piscinas con agua de pozo, campings, holandeses y alemanes de los que te enamorabas por el pajizo de su pelo, esas amigas de las que nunca volviste a saber nada pasados los quince.

Viajes que hiciste en momentos de tu vida… Que significaron más de lo que deberían. Donde creciste y te hiciste, donde llegaste a tu propio yo y te socratizaste: “Pienso, luego existo”. Donde tomaste consciencia de tu inmensidad y de la del mundo, de la nimiedad de las pequeñas preocupaciones diarias. Punto y aparte en tu vida.

Todos ellos son esos lugares a los que no podemos volver. Y a los que no debemos volver. No necesitamos hacernos más fuertes, ni crecer, ni luchar contra nuestros demonios. No necesitamos grabar nuevas experiencias encima de nuestros recuerdos. No debemos olvidar, los colores, los olores, las sensaciones primarias. Porque somos lo que hemos vivido. Somos parte de nuestro pasado, al igual que esos lugares dolorosos.

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