Son miles de personas las que vemos y conocemos en las ciudades: lugares de uniformidad donde las identidades parecen únicas. Por eso, la primera oportunidad de diferenciarnos del resto es a través de lo que llevamos puesto sobre el cuerpo, cuya forma, color y combinación es similar al de todos. Nos cambiamos cada día de ropa, y dependiendo del momento, la persona, la acción y el animo, elegimos cualquier camiseta, sombrero, gladiadora, abrigo, calcetín, pijama, guante, camisa, pañuelo, chaqueta, bolso, manoletina u otro, cientos. El objetivo es decir algo a través de lo que se lleva puesto encima, es decir, dotarnos de una identidad, porque la mayoría de las veces, al hablar y al decir, al pensar hacia fuera, empezamos a sentir y darnos cuenta de que somos muy parecidos a los otros. Pero con miles y miles de combinaciones posibles y diferentes por encima. Incluso sobre la piel del cuerpo con los tatuajes: otra forma de vestirse y distinguirse: decir sin hablar.
En el centro de las ciudades del mundo hay decenas de tiendas de ropa, situadas en importantes edificios y decoradas de manera intencional para incentivar la compra, pues lo que se está vendiendo es de capital importancia para la persona que compra: la diferencia, deseada y buscada por todos, que otorgue una identidad. Se está comprando también la libertad de elegirse como uno se quiere, se desea y se ve, ante todos los demás. Por ello, desde finales del s. XX, las empresas de ropa se han ido haciendo cada vez más grandes y poderosas económicamente, y a pesar de no llegar a los volúmenes de negocio de los grandes bancos, eléctricas o petroleras, su influencia social es de gran importancia por la necesidad que cubren: la de no ser igual entre tantos y cientos, la de tener una identidad.
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Inditex, la empresa textil más grande del mundo y cuyo fundador es el cuarto hombre más rico del planeta, desarrolló el modelo que hizo de la diferencia el éxito de su empresa. Vendía ropa que se cambiaba continuamente: color, diseño, estampado, corte y miles de combinaciones. Lo que permitía que los clientes se sintiesen siempre bien, pues vivían un continuo cambio de cara al exterior. Se diferenciaban porque elegían de forma libre entre tanta oferta, y además no se parecían a nadie. De igual forma, H&M, la segunda textil más grande del mundo, sigue hoy su modelo. Ambas a bajos precios, con el objetivo de llegar a la clase media, y también el de permitir el acceso de cualquiera a la moda de alto nivel que, en ocasiones, buscan imitar.
Para ello, las tiendas de la industria textil deben ser el escenario perfecto para esa compra pensada en la diferencia. Situadas en los lugares más céntricos de las ciudades, buscan otorgarse la importancia necesaria para que el que compre se sienta igual de relevante, igual de central. Decoradas, iluminadas y ambientadas de tal forma que hagan sentir al cliente que lo que está haciendo es algo de capital importancia, haciendo que los que compran se sientan únicos e importantes. Utilizando música, luces, colores u olores estratégicos y dirigidos a la inmensa y repleta oferta de prendas que existen. Todo un mundo para elegir. Toda esa ropa, combinada con ropa de otras tiendas o de temporadas pasadas, e incluso transformada por uno mismo, nos hace sentirnos uno, pero diferentes al mundo, porque hemos sido nosotros los que, entre tanta y tanta oferta, hemos elegido, los que hemos creado. Y ese pensamiento creativo y de elección, libre, lo veremos en el espejo y, al salir de la tienda, en todos aquellos que nos miren al pasar. Es nuestra identidad, al fin definida y bien diferenciada, la que nos venden y quieren. Una de las pocas cosas que elegimos por cuenta propia.
Fotografías: Fabricio Triviño.
1, 2 y 3. H & M de la Gran Vía de Madrid.
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