Fotografía: Juan F. López
Dialogados es un proyecto de periodismo tranquilo que quiere recuperar el tiempo para el diálogo. Son los testimonios personales los que muchas veces ayudan a entender un momento, un lugar, una obra, una generación. Son las emociones transmitidas las que pueden ayudarnos a comprender una utopía en un tiempo exacto.
Hace ya muchos años vio como otros ponían música y palabras a la maraña de emociones que deambulaban dentro de su ser triste y eso le cambió la vida. Ahora, sintiéndose deudor de lo que acabó siendo una terapia que le rescató a la luz, Marwan confirma su consagración en el arte de dar voz al sentimiento propio, reflejo tantas veces del ajeno, esperando que más gente se conmueva con sus versos y sus letras. El amor ha dejado de ser en él una asignatura para septiembre y vive en una permanente primavera. Lo delata el brillo de sus ojos, que hace que durante este encuentro sea difícil apartar la mirada de un rostro que irradia felicidad. Relajado, es de los que estando a gusto dilata la charla más allá de lo que la agenda y el reloj marcan. Se confirma que, con el paso del tiempo, ha ido disipando dudas en la lista de cosas que antes no supo responder. En 2015 publicó su último poemario, Todos mis futuros son contigo, donde le canta al mañana. Nuestro presente, con este diálogo, es con él.
—Tres poemarios y cinco discos. En tus canciones nos transmites la idea de que han cambiado muchas cosas en ti. ¿Tú has cambiado como persona?
—Sí. ¡Es que tengo 37 años, macho! Y esto se nota, porque uno va creciendo, evolucionas… Antes era más inmaduro, era más inocente… Y, ahora, pues, bueno, tengo otra perspectiva sobre el mundo, sobre mí, sobre las relaciones. Toda esa evolución, todo ese cambio, toda esa idealización del amor desde un punto de vista más infantil a una idealización del amor desde un punto de vista más maduro, todo ese camino, se ve reflejando en mis libros. Bueno, y los cambios del mundo y los cambios personales propios de la edad. Hay un gran cambio en mí y creo que también hay un gran cambio y mucha más reflexión en mis libros y en mis canciones ahora.
—Físicamente también has cambiado. Tengo aquí la primera maqueta que empezaste a mover en tus comienzos. Nos la ha dejado un viejo amigo tuyo. ¿Dónde están los rizos?
—¡La foto con el pelo rapado! [Risas]
—¿Cómo recuerdas aquellos comienzos? ¿Fueron tiempos duros?
—Pues mira, tengo la suerte de que nunca he sentido que dedicarme a la música o a la poesía haya sido duro. Nunca. Para mí siempre ha sido un placer brutal. Quizá ha sido un poco más duro en los últimos años pero, simplemente, por el volumen de trabajo, porque, de repente, te va yendo tan bien que te llaman de muchos sitios, quieres ir tú a muchos sitios de gira, te involucras en muchas cosas, en un disco, en un libro nuevo, en medio de la gira hay entrevistas… Pero nunca he tenido la sensación de que fuese difícil, porque yo en un principio no quería vivir de la música, yo quería hacer canciones. Ni siquiera quería ser cantautor. Quería hacer canciones y las hacía porque me emocionaba. Me salían bien, me gustaban mis canciones y a mi pequeño público -que eran mis amigos, la gente de mi barrio, la gente de mi facultad, mi familia- también le gustaban. Para mí eso ya era un camino de rosas. Yo era una persona con muy poca confianza en mí de joven y, de repente, ponerme a componer y ver que algo que yo hacía le gustaba a la gente… ¡Para mí eso ya fue un camino precioso! A partir de ahí todo fue ir paso a paso. Hay veces que la gente dice: «Bueno, el fenómeno Marwan… Ha dado el salto desde abajo hasta arriba». No. Yo es que llevo 16 años currando en esto, alternándolo al principio con mis clases de educación física. Entonces, fue siempre un pasito más, un pasito más, un pasito más. Y nunca he notado yo que haya sido algo muy costoso, sino consecuencia de una evolución personal y consecuencia de decir: «Tengo esto, venga, pues vamos a por el siguiente paso. Saco un disco, venga, pues vamos a hacer más canciones. Publico poemas en mi blog y la gente me dice que haga un libro, venga, pues vamos a reunir estos poemas». Se ha ido dando todo de un modo tan natural que en ningún momento he tenido que forzar nada.
—Pero, a pesar de esa evolución, fruto de andar un camino despacio, pisando sobre seguro, sin dejarte nublar por grandes pretensiones o ansias de éxito, no has forzado pero sí te has esforzado.
—Sí, es verdad es que me he esforzado mucho, durante muchos años ha sido un gran esfuerzo el tratar de mostrárselo a la gente sin medios. Porque desde hoy, con el lanzamiento de mi nuevo libro con Editorial Planeta, es la primera vez que no soy independiente. A día de hoy ya no soy independiente, se puede decir así. Pero he sido independiente durante 18 años con mi propia discográfica, con mi propia editorial. Y ha sido mucho esfuerzo pero no ha sido duro, o no ha sido… Vamos, que aunque haya requerido mucho esfuerzo ha merecido la pena.
—Hasta ahora habíamos intuido un Marwan que nos trasparentaba sus miedos, sus tristeza, sus oscuridades… Ahora te vemos radiante. No puedes negar que el amor es la mejor medicina en la vida.
—¡Claro! Es que el momento cada uno pasa en su vida en mi caso yo lo he proyectado en mis canciones o en mis poemas. Cuando escribí el primer libro tenía el corazón roto, venía de una relación tormentosa, venía mal, venía muy resentido… Y todo eso se reflejaba. Ahora llevo unos cuantos años enamorado, vivo con mi pareja, estoy feliz, me está yendo también muy bien a nivel profesional… Todo eso se refleja. También estoy muy en paz conmigo mismo. Yo antes era una persona más inmadura, sufría más, no sabía manejarme a nivel social, no entendía mis emociones. Bueno, lo hacía lo mejor que podía. A día de hoy, después de un proceso de psicoterapia y con la propia madurez que te da la vida, a día de hoy estoy bien. Quién sabe si dentro de dos años, de repente, tengo una ruptura emocional y vuelve ese Marwan desgarrado y roto que quizá algunos vayan a echar de menos en este libro [risas].
—Tú sales de Aluche. Yo tengo varios amigos de allí y no sé qué tiene ese lugar que todos lleváis en la sangre cierto amor patrio por aquella particular república independiente. ¿Sigues en contacto con el barrio?
—Sí, voy bastante. Vivo en Argüelles ahora pero voy bastante para ver a mi hermano y para ver a mi madre. Es verdad que a los amigos los veo poco. Pero sí, llama mucho la atención esto que dices. Hay tres o cuatro barrios en Madrid, que son Aluche, que son Carabanchel, que son Prosperidad, en los que la gente siente como una pertenencia de nación, como que su patria es su barrio. En general, en todas las comunidades de España, si te has fijado, los catalanes están muy orgullosos de ser catalanes, los gallegos de ser gallegos, los vascos de ser vascos, los asturianos de ser asturianos. En Madrid no, pero es verdad que en algunos de sus barrios sí tenemos ese orgullo patrio.
—Tu instituto fue el Blas de Otero, uno de los principales representantes de la poesía social de mediados del siglo pasado. Quizá había ahí algo de predestinación.
—Pues no lo sé. Fíjate, a pesar de estar en el Blas de Otero nunca trabajamos mucho alrededor de su figura. Es una pena. Salvo en la asignatura de artes plásticas, que era una optativa a la que íbamos pocos alumnos de clase. Ahí sí que trabajamos e hicimos cosas de pintura y escultura relacionadas con poemas suyos. Me acuerdo que había un poema de Blas de Otero que hablaba sobre la vida y todavía está colgado en casa de mi madre un cuadro que hice interpretando ese poema. Fue de las primeras veces que tenía esa experiencia de tratar de reflejar de un modo artístico algo que había hecho otro artista.
—Tu primera guitarra la tuviste con quince años y comenzaste a escribir canciones y poemas en 1998. Comparado con otras hay quien puede considerar que tuviste una vocación artística tardía.
—Sí. Tocaba con mis colegas heavy, tocaba Beatles, tocaba cualquier cosa que caía en mis manos… Y tocaba alguna de Silvio [Rodríguez] y tocaba alguna de Serrat. Pero, con 18, justo cuando conocí a Ismael Serrano y a la nueva generación de cantautores fue cuando realmente me decidí a ponerme a componer. Y, bueno, sí, a los 18 para algunos es tarde. Luis Ramiro, por ejemplo, empezó con veintitantos, o sea que… Nunca es tarde si la dicha es buena, creo. Es verdad que a veces pienso: «¡Joder! Si hubiese empezado con doce o con trece pues pronto hubiese alcanzado más nivel». Pero mira, fue así y estoy muy feliz.
—Acabas de nombrar a Ismael Serrano. Dices que comenzaste a escribir por su culpa. No fue una elección en absoluto. Sus temas te emocionaban tanto que tuviste una necesidad total de plasmar tu vida del mismo modo. Tiene que ser una necesidad muy fuerte para romper esa barrera interior en la que te replegabas.
—Sí. Es que fue necesidad absoluta. Me emocionaba tanto lo que hacía Ismael Serrano y lo que hacían algunos cantautores de su generación que sentí esa necesidad de contarlo así, porque veía que ellos contaban, exactamente, lo que yo sentía. Todo esa maraña de emociones, toda esa explosión de emociones que tenía yo con 18 años, que no tenía ni idea de cómo explicarlas, ellos las explicaban del mejor modo posible y, además, de la forma más bonita posible, que era con unas canciones con unas melodías preciosas y con una poesía preciosa. Y, realmente, no es que quisiera emularles, es que necesitaba hacer eso, necesitaba expresarme como ellos. Por eso me hice cantautor. No quería ni siquiera ser cantautor, quería componer así. Era algo superior. Yo iba a ver a Ismael Serrano y no solo le escuchaba, es que estaba mirando su mano, cómo tocaba, estaba mirando cómo expresaba, cómo contaba… O sea, estaba formándome todo el día, estaba fijándome tan brutalmente en lo que hacía que necesitaba hacerlo.
—Conocemos tus referencias en el mundo de la canción de autor. ¿Cuáles son en el mundo de la poesía?
—Pues han sido muchas también, dependiendo de la época. En mi primera época empecé muchísimo con Miguel Hernández, con Neruda y sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, y también, muchísimo, con Gloria Fuertes, que ha sido muy parodiada por Martes y Trece y muy asociada a la poesía infantil -que también- pero es una poetisa absolutamente brutal. Yo le invito a toda la gente a que la descubra porque tiene unos libros con unos aforismos, unos juegos de palabras, una profundidad, una melancolía y una tristeza brutales. Más adelante conocí la poesía de la experiencia con Luis García Montero, con Vicente Gallego, con algunos autores que ahora rondan los cuarenta y tantos o los cincuenta. Posteriormente, conocí a Benjamín Prado, a Karmelo C. Iribarren, a Luis Alberto de Cuenca, a gente que tiene 20 ó 30 años más que nosotros. Luego ya, en los últimos años, me he empapado también de muchos otros autores coetáneos como Escandar Algeet, como Pedro Andreu, como Carlos Salem, como Batania, que son gente de mi propia generación, algunos un poco más jóvenes, otros un poco más mayores, que son brutales. Pero vamos, hay mil poetas que no te he dicho. ¡Hay tantos que me gustan! La lista es interminable.
—Si en tu primera etapa vimos un tono más personal, más íntimo, en el que nos mostrabas tus heridas, luego dejaste entrever una parte más reivindicativa. Ahora, en este poemario se ve muy bien cómo integras perfectamente ambas esferas con otras más.
—Me gustaría a veces hacer más canción social o más poemas sociales pero, sobre todo en el tema de la canción social, temo caer en el panfleto, porque hay que ser muy fino para hacer una canción y que no suene a panfletaria. Yo envidio mucho a la gente del rap, porque en el rap tú dices la verdades en plata: «Esto pasa así, esto pasa asá». Siendo poético, se pueden decir muchas más cosas en el rap, por eso lo envidio. Por eso no escribo toda la canción social que yo debería o que yo siento. Me encanta la poesía social y me encanta la canción social. También por eso admiro tanto a Ismael Serrano, porque él la hace muy fina.
—A los cantautores Alberti os llamaba cantahistorias. Tú y otros tantos de tu generación habéis dado un paso más. No sé cómo definirías a ese híbrido que representáis entre cantautor y poeta.
—A mí me gustaría contar más historias todavía. Soy poco fabulador. Por ejemplo, Luis Ramiro, mi compañero del alma de generación, o Sabina y Serrat, creo que cuentan más historias que yo. Lo mío son cosas más concretas. Pero sí somos cantahistorias, sí somos cantaemociones, sí, yo creo que sí, es una buena definición, la verdad. Siempre hemos sido cronistas de la realidad y hemos contado las historias que le pasan a la gente.
—Decías al principio de nuestro diálogo que lo tuyo no ha sido un éxito repentino, sino una carrera de fondo. Leía el otro día en una revista cultural (La Soga) un artículo titulado: Efecto Marwan, de cómo la poesía ha llegado a convertirse en número uno en ventas.
—Creo que no hay ningún efecto, creo que lo que hay es una cantidad de curro muy grande. Lo que pasa es que hay mucha gente que me ha conocido ahora, de repente, y ven las cifras de veintitantos mil libros vendidos y dicen: «¡Dios, qué es esto!». Pero lo cierto es que yo llevo 14 años en los garitos rompiéndome los cuernos.
—Pero, aunque no tenga que llevar tu nombre o estar liderada por ti, ¿tenéis la conciencia de generación, de grupo?
—Sí, hay una generación definida de cantautores. De hecho, en Todos mis futuros son contigo, el poema titulado Los jóvenes poetas habla un poco de esa generación y nombro a unos cuantos: Escandar Algeet, Marcus Versus, Diego Ojeda, Irene X, Evira Sastre, Pedro Andreu, Batania… Yo creo sí que hay una generación y hay una moda y hay un movimiento, totalmente. Algunos dicen que yo lo encabezo. Yo no creo que lo encabece. Lo que pasa es que es posible que sea la cabeza más visible, pero porque yo ya tenía mi público, yo ya tenía un cierto nivel de popularidad. Llevo muchos años tocando y antes de sacar mi libro yo ya había tocado en sitios como Joy Eslava y cosas así. Quizá por eso soy un poco más visible, pero los mejores son otros como Batania, Pedro Andreu y Carlos Salem. Para mí esos tres son los jefazos.
—¿Arrastras el peso de alguna canción, de algún verso que quedó por escrito y una vez superada la cuestión quisieras borrar?
—No. A veces tú puedes mirar alguna canción o un verso tuyo y decir: «¡Joder! ¿Cómo podía estar yo tan mal para escribir esto? ¿Cómo podía ser tan infantil o tan inmaduro?». Pero creo que para ser los que somos hoy en día tú y yo hemos tenido que pasar por épocas de más inmadurez, por rabias, por cosas de las que a lo mejor no nos sentimos orgullosos pero que, en el fondo, eran estrictamente necesarias para ser los que somos ahora. Así que yo no me arrepiento. Si me arrepiento de algo a lo largo de mi vida es de haber hecho daño a ciertas personas de modo injusto o a ciertas personas que eran débiles. Es de lo único que me arrepiento. Pero en mis canciones y en mis poemas no me arrepiento de nada.
—La felicidad es un fin que se consigue a través de un medio que es la tristeza.
—Eso se lo copié a Borges, todo sea dicho.
—¿Sigues pensando que hay que sufrir para alcanzar esa felicidad?
—Yo creo que para alcanzar la felicidad hay que conocerse a uno mismo para conocer cuáles son nuestros dolores. Todos los seres humanos tenemos ciertos raíles o ciertas piedras en las que caemos una y otra vez y nos sentimos continuamente infelices. Cuando uno se conoce profundamente entiende el porqué y encuentra el modo de ver en perspectiva y aceptar ciertas debilidades nuestras y superarlas. Superar nuestros obstáculos es uno de los modos de llegar hasta la felicidad. Encontrar un amor sano, no dependiente sino un amor bien compartido, entendido desde un punto de vista más maduro, más basado en la conexión que en la pasión exacerbada también es una de las formas de felicidad. Aunque la pasión exacerbada también proporciona grandísimos momentos de felicidad, vamos, y nos encanta a todos. Pero una pasión más libre de euforia, más basada en una conexión profunda con la persona o con las personas a las que quieres, creo que da mucha felicidad. Y el disfrute da felicidad, las cosas sencillas. Joder, es que Nach tiene una canción en su último disco que lo dice. A veces nos empeñamos tanto en el dinero y yo soy el primero que quiero que me vaya muy bien en mi trabajo, que quiero ganar dinero con lo mío y mi seguridad, porque no sé cómo estaré dentro de diez años. Pero es increíble como en su canción Nach relata que lo mejor de esta vida es gratis, es una puesta de sol, son las palabras de un amigo que cuando estás realmente mal te abraza, es dormir en la hierba, es esa historia que la cuentas entre colegas y te descojonas… Creo que esas cosas también dan mucha felicidad y esas son las que, en este mundo tan brutalmente veloz, olvidamos. Yo el primero, ¿eh? Constantemente tengo que parar y decir: «Tío, te está yendo guay, disfruta de esto. No seas voraz, porque siempre quieres más y quieres más». Eso nos hace infelices también.
—Escribes sobre el fin de la soledad. ¿Le tienes miedo a este sentimiento?
—Sí, sí, sí. Le tengo mucho miedo a la soledad, al aislamiento. Le tengo mucho miedo porque en algunas épocas de mi vida, de adolescente, me he sentido muy solo; y tras alguna relación tormentosa, durante años me sentí también muy solo, con muchas ganas de encontrar el amor y sin encontrarlo; me he sentido muy solo también conmigo mismo por no encontrar amor propio… Por eso hablo mucho de la soledad y la tristeza porque las conozco de cerca y, muchas veces, no me han hecho feliz.
—Cantáis y contáis sentimientos tan cotidianos que es fácil verse reflejado en muchas de vuestras vivencias. Yo voy a empezar a aplicarme la fórmula que propones en tu poema Decepcionar. ¿Eres de los que les cuesta decir no?
—Sí, generalmente me ha costado. Ahora menos porque he trabajado el tema de la asertividad con mi psicóloga, pero sí, siempre me ha costado decir que no por miedo a que no me quisieran, por miedo, no sé, a hacer ruido. A veces somos muy complacientes con la gente porque tenemos miedo a que si decimos que no nos dejen de querer y, en el fondo, diciendo que no, muchas veces, nos respetan mucho más. Yo siempre he tenido ese miedo, siempre he tenido miedo a que no me quieran.
—Eres un tío con un gran sentido del humor. En tus recitales y conciertos lo demuestras. Además eres un gran imitador. ¿Qué cosas te hacen reír?
—Lo que más me hace reír, generalmente, es el factor sorpresa, cuando te están contando una cosa y, de repente, salen por otro lado te meas de risa. Me hacen reír muchas cosas. Mucha gente en Twitter me hace reír mucho, la verdad. Twitter tiene todo lo bueno y todo lo malo. Hay gente que dice auténticas burradas, gente que dice cosas muy bonitas y gente que dice cosas realmente muy graciosas; hay parodias de gente famosa que, sin meterse con el personaje, son muy divertidas; ciertos personajes como Mourinho, que son muy excesivos. Me hacen reír los chistes; me hacen reír los monólogos; me hace reír Dani Rovira, que alguna vez he estado con él en algún programa y me moría de risa; me hacen reír mis amigos; me hace reír mucho la risa ajena. Por ponerte un ejemplo, cuando estoy con Luis Ramiro, que tiene una risa muy escandalosa, cuando se mea me meo con él, me meo de risa solo por escucharle reír. Eso me hace reír mucho.
—Has nombrado Twitter. En el último libro, en ese poema al que ya hemos hecho referencia dices que a los jóvenes poetas los podemos ver «con su corazón de red social, con su amor de 140 caracteres». ¿Cómo te llevas con las redes sociales?
—Muy bien, porque hasta hace nada apenas he tenido participación en medios de comunicación, he tenido muy poca promoción por los medios convencionales, poquísima, ínfima. Las redes sociales siempre han sido mi ventana al mundo para que la gente conociera qué era lo que escribía, para que la gente conociera lo que canto, para que viera mis vídeos, para que se enterara de mis conciertos. Para mí son una bendición absoluta. Necesito y amo a las redes sociales, aun sabiendo las partes negativas. Hay gente que te suelta bombas de modo anónimo tranquilamente, pero a mí me han soltado muchas más flores que bombas.
—Tu padre es de origen palestino. Han tenido que pasar muchos años para que la bandera de Palestina ondeara en el Vaticano, que reconocía a ese territorio como estado. ¿Qué esperanzas tienes sobre este conflicto?
—Hombre, desde luego con el Gobierno de Netanyahu yo no veo que haya ningún tipo de esperanza de paz porque es un fascista, así de claro; es una malísima persona; es un manipulador increíble, cosa que me dicen hasta ciertos amigos israelíes con los que hablo; y es un racista. Creo que los fascistas y los racistas van a hacer poco por la paz. Al revés, va a hacer todo lo posible para seguir anexionándose tierras palestinas. Mantengo muy poca esperanza, por lo menos en esa figura. Hay otras figuras, como la del papa [Francisco] o la comunidad internacional que están empezando a reconocer al Estado palestino, que me dan más esperanza, pero mientras Estados Unidos vete todas las resoluciones de la ONU en contra de Israel va a ser muy difícil lograr una paz y más una paz con garantías, porque Estados Unidos es uno de los principales valedores del poder de la ONU y frena todos los posibles avances. Esto es lo que hace que tenga pocas esperanzas, la verdad.
—Tu hermano es una figura clave en tu vida. Así lo has dicho muchas veces. ¿Qué sientes al ver ahora cómo afronta la publicación de su primer libro?
—Mi hermano siempre ha sido mi compañero del alma, la persona que me ha cuidado. Yo siempre he sido un niño muy sensible y mi hermano siempre ha sido la persona que me ha defendido, que me ha apoyado, que ha visto una persona con valía en mí, mientras yo me sentía una persona con muy poca autoestima. Mi hermano ha luchado toda la vida para mostrarme mi fuerza, para mostrarme que yo era una persona que valía mucho. Si no hubiese sido por él vivir hubiese sido mucho más triste. Yo me sentía muy desdichado dentro de mí y gracias a él todo cambió. El poder devolverle ahora a él, editándole con mi propia editorial, con Noviembre Poesía, esos regalos que él me hacía cuando yo era pequeño y ver que él florece como escritor -para empezar teniendo mucho más talento que yo pero habiéndose lanzado más tarde- pues me llena felicidad. Mi hermano es un artista y creo que con la edición de este libro la gente lo está comprobando.
—Podríamos tirarnos horas hablando, pero vas a llegar tarde a tu siguiente cita. Antes de marchar quería preguntarte por tu relación con el público del continente americano.
—Con Latinoamérica hay una relación de amor absoluta. Me está yendo realmente bien allí. Tengo más público del que imaginaba. Hay varias ciudades de México donde me va mejor que en casi todas las ciudades de España. Solo hay tres o cuatro sitios de España como Barcelona, Valencia, Canarias y Madrid donde me va mejor que en México. En México me va muy bien. Y en el resto de ciudades de Latinoamérica, tipo Buenos Aires, Bogotá o Medellín, me va igual de bien que en cualquier ciudad de España. La relación es muy bonita, porque he estado pocas veces y me va muy bien.
—Nos despedimos ya, pero dinos antes qué tienes en mente para los próximos tiempos.
—¿Proyectos de futuro? Pues seguir en esto, seguir haciendo libros, seguir haciendo discos y, sobre todo, tratar de crecer como artista y que estos libros y estos discos le lleguen a gente y los disfruten mucho, porque en el fondo es lo que uno busca, tratar de compartir sus cosas y tratar de emocionar a la gente.