Para ser el mejor no basta con reunir el mayor talento. Hay que sacar un plus de carácter. Barcelona, mediados de los 50. En Can Barça, Ferenc Platko, mítico exportero húngaro y entrenador de los culés, ha colgado un saco de boxeo en el vestuario del equipo. Quiere que el joven gallego comprado por el club la campaña anterior se ejercite con él “para aumentar su fuerza”. Con su deje característico, el teórico interesado en aumentar su musculatura no duda en replicar: “Yo he venido a Barcelona a jugar al fútbol, no a practicar boxeo”. La insolencia no le cuesta el puesto en el once, este centrocampista es harina de otro costal. Se llama Luis Suárez y, con el paso de los años, ganará un Balón de Oro. Medio siglo después de esa proeza, sigue siendo el único futbolista nacido en España que se ha alzado con el premio más importante del balompié a nivel individual.

Si hay un barrio popular en A Coruña, este es Monte Alto. En la Avenida Hércules de esa barriada pesquera nació Luis Suárez Miramontes. Situado en una zona privilegiada de la ciudad, con el mar circundando el promontorio en el que se instala, Monte Alto fue y es zona de pescadores, de obreros, de personas humildes, pero sobre todo es un lugar que define a sus gentes por su particular carácter. Si uno va a A Coruña inmediatamente se identifica a la gente de Monte Alto por su peculiar forma de ser. Gente directa y clara, sin floreo en la comunicación, abierta y llana, con un empaque particular que los hace temidos y a la vez queridos. Suárez estaba marcado a ser así cuando en plena primavera coruñesa, un 2 de mayo de 1935, en una familia humilde dedicada al negocio familiar, una carnicería y con la vista puesta en América, concretamente en Argentina. Allí creció el pequeño Luisito en un entorno característico, con las carencias propias de un barrio obrero pero gozando del privilegio de disfrutar de un entorno único. Sus tíos definieron su destino hacia el cono sur, sus padres decidieron aguantar y sacar adelante una carnicería que al rapaz no atraía en absoluto. Luis, como todos los niños del lugar, tenía en la calle y los amigos su hábitat natural y como no podía ser de otra manera, el fútbol ocupaba un lugar privilegiado en su tiempo de ocio.

En ese contexto Luis Suárez se encontró con su camino, pateando la bola en descampados y en el Perseverancia, un club fundado por el cura del barrio. En su mente fantaseaba con ser cirujano, la realidad le marcaba la dirección hacia la carnicería familiar (ni uno, ni otro, aunque abriría defensas en canal con sus pases), honorable pero sacrificada y poco atractiva para la visión romántica de un chico de la época. El fútbol era divertimento y autoestima. Ambos se encontraron de golpe para unirse a algo que el joven Luis llevaba escondido y dejaba salir solo cuando la pelota terciaba entre dos contendientes, el talento. A los catorce años, el chaval coruñés era invitado a formar parte de las fuerzas vivas del más importante equipo de la ciudad, el Real Club Deportivo La Coruña y el ojo adiestrado de un argentino avezado en el fútbol, llamado Alejandro Scopelli, lo incitó a tomarse este deporte como algo más que un simple pasatiempo.

Los futbolistas no eran millonarios en aquellos tiempos previos al Plan Marshall, pero el jovencito Suárez pudo encontrarse con gente elevada como Pahíño, futbolista de enorme calidad, con experiencia en grandes clubes y sobre todo con inquietud por la cultura. Jugador con facilidad para la comunicación y gusto por la lectura, transmitía en todo momento esa sensación de estar al lado de alguien diferente. Dostoievski, Tolstoi, Chéjov eran compañeros habituales de este genial delantero. A su lado, Luis recibiría sabios consejos y tiempo de calidad que le servirían para ahondar en la naturaleza humana de quienes se aventuran al fútbol y perciben la existencia desde la satisfacción y el gusto de regalarse el disfrute por el arte y el buen vivir. Convivirá con mitos como Juan Acuña, el mejor portero que Galicia ha traído al mundo y un ídolo local, o con el internacional vasco Zubieta, quien vivía sus últimos años futbolísticos tras haber sido una estrella en el San Lorenzo de Almagro al irse a Argentina a consecuencia de la Guerra Civil.

Pese a ser el niño del plantel, su estancia en A Coruña estaba llamada a ser corta y en el traspaso de su compañero Dagoberto Moll al FC Barcelona, se incluyó al joven Luis quien en principio estaba destinado a formar parte del España Industrial, equipo filial por aquellos años del gigante culé. Sin embargo, se quedó en el primer equipo, y en su primera temporada, 1954-1955, el entrenador italiano Sandro Puppo lo coloca en la posición de centrocampista defensivo, de mediocentro organizador, en la que tendrá que aprender a defender, a responder a las complejidades del juego desde una perspectiva diferente a la que había aprendido en Galicia, donde jugaba con una tendencia más ofensiva y despreocupada.

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César, Ramallets, Biosca, Segarra, Gonzalvo, Basora, Kubala, Manchón o el uruguayo Ramón Villaverde. Barcelona pronto se convierte en su casa, rodeado de una constelación de estrellas entre las que intenta hacerse un hueco. Como todo jugador soltero, Luisito dormía en la pensión Miranda, de la calle Casanova, dado que a pesar de que el Barcelona era un club grande, la divinidad terrenal de los futbolistas no estaba a años luz del resto de los mortales, como ocurre ahora. Habitualmente comía en el restaurante Gulia y con sus primeros sueldos logra adquirir un Renault Dophine e invertir en un pequeño negocio para el futuro con su compañero, el portero Goicolea. Una mercería dedicada a piezas de punto que en el momento de su marcha a Milán, transfiere a su socio y compañero de equipo.

Sin embargo, antes de viajar a Italia, Suárez tendría que citarse con Helenio Herrera, el hombre que le llevaría a la gloria. Desde 1957 a 1960, el papel de Luisito en el FC Barcelona tomó un cariz más relevante desde el punto de vista ofensivo. Se hizo un hombre importante. A la virtud de la visión de juego y del dominio de la suerte de pasar, había que incorporar el olfato de gol y el sentido de la oportunidad cuando progresaba desde posiciones retrasadas para abordar la finalización de la jugada. Su dribling lo completaba una salida explosiva y una acción dominante: solía acabar en un pase en profundidad a un compañero o en un tiro ajustado y no exento de potencia. La cabeza, eso sí, solo la tenía para pensar.

Tal era su trascendencia, que en determinado momento, la afición se empezó a manifestar en dos corrientes, la kubalista y la luisista, siendo el jugador coruñés un exponente de la nueva dinámica impuesta por El Mago, Helenio Herrera, quien tenía una especial debilidad por Luisito y un manifiesto distanciamiento con Ladislao Kubala. El último ejercicio de HH en el FC Barcelona supuso la explosión definitiva del galego a título individual, jugando a un nivel magnífico. Ese ejercicio, la revista francesa France Football le otorgaba el premio al mejor jugador de Europa, el ansiado Balón de Oro, donde sustituía en el máximo reconocimiento continental al mito, el recientemente fallecido Alfredo di Stéfano, un hombre que siempre se definió como uno de los mayores ídolos de Suárez. Así, el de Monte Alto se convertía en el primer jugador y hasta ahora único, nacido en suelo español galardonado con tal consideración. Solo tenía 24 años.

¿Cómo fue capaz el Barcelona de desprenderse de ese crack en ciernes solamente un año después? Tras la final de Berna, con un resultado traumático para la parroquia blaugrana, es traspasado al Internazionale di Milano. Los interistas pagaron una cifra récord para la época, 250 millones de liras, que serán utilizados por el club catalán para incrementar el aforo del recién estrenado Camp Nou. El Inter iba a aumentar su vitrina de trofeos, cruzando la mejor época de su historia. El Barça, en cambio, tendría que esperar casi tres lustros (hasta la llegada de Cruyff como jugador) para volver a celebrar una Liga española.

La transferencia fue gestada gracias al convencimiento de su principal valedor, Helenio Herrera, y orquestada bajo la tutela de Ángelo Moratti, el máximo responsable de la regencia del equipo italiano y con el asesoramiento del abogado y vicepresidente del club neroazzurro, Giuseppe Peppino Prisco, todos ellos los principales referentes de un club que buscaba encontrarse a sí mismo tras años de incertidumbre competitiva e institucional. Acostumbrado al fútbol abierto y alegre practicado en Barcelona, HH tuvo que adaptar su estrategia ante el pragmatismo y la capacidad destructiva que los rivales tenían sobre el juego creativo planteado, diseñando un modelo de juego que tendería hacia una línea más conservadora en relación a su distribución de artistas espontáneos como Sandro Mazzola o Mario Corso, respetando además el perfil único de un defensa especial, Giacinto Facchetti, el primer lateral izquierdo ofensivo de una estirpe italiano que continuaron Antonio Cabrini o Paolo Maldini. Pusieron la guinda a aquel equipo dos extranjeros más: el brasileño Jair y Joaquín Peiró, que con refinado estilo colchonero se adaptaría a la perfección a aquella locomotora imparable.

Fuera del club, fue Gianni Brera, prestigioso periodista de la época y un gran seguidor del equipo neriazurro, quien pone a Suárez en antecedentes sobre las particularidades y estilo del juego al que debe dar solución, el catenaccio, término que acabaría convirtiéndose en un sello de identidad, no solo del juego del Inter, sino de todo un país.

Durante las nueve temporadas que Luis Suárez defendió la camiseta neroazzurra, el Inter dominó el Calcio italiano, ganando la Serie A en los años 1963, 1965 y 1966, con un equipo que fue fortaleciendo su plan estratégico a medida que cohesionaba a sus miembros y definía las funciones principales de cada uno. En Europa logra el máximo entorchado en las temporadas 1964, venciendo al Real Madrid por tres goles a uno (y retirando a Di Stéfano del club blanco) y en 1965, imponiéndose al Benfica portugués por un solitario gol de Jair. Luis Suárez tuvo la oportunidad de levantar la copa ante su máximo rival histórico en España y contra el equipo que cuatro años antes le había arrebatado el premio de máximo exponente europeo. Venganza cumplimentada, aunque lejos de Barcelona.

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Pese a su estrellato nunca fue tan querido en España como en Italia (cosas de una época donde las comunicaciones eran mucho más precarias que en la actualidad), Suárez tuvo la gran oportunidad de brillar en casa en 1964, cuando ejerce de máximo referente de la selección española que alza la Eurocopa en Madrid contra la URSS. Todo un tanto para el franquismo que, por otro lado, había hundido el nivel de la Liga española al no permitir la contratación de jugadores extranjeros. El triunfo en la Copa de Europa de las Naciones fue un oasis en medio del desierto mundialista: las participaciones en Chile’62 e Inglaterra’66 –con Suárez capitaneando al equipo– fueron sendos fracasos. Sin embargo, el bloque que accedió a la fase final de la Eurocopa de 1964 rezumaba optimismo. Bajo las órdenes de José Villalonga, asistido por Miguel Muñoz, la selección española logra clasificarse para jugar la final de la Eurocopa 1964 a celebrar en el estadio Santiago Bernabéu, contra la todopoderosa URSS. En la fase de semifinales, España logra imponerse, no sin problemas, al potente equipo húngaro y certifica su pase a la gran final, evento que sería utilizado por el aparato propagandístico del régimen para convertir el fútbol y esa selección española en un adalid indiscutible del anticomunismo reinante, toda vez que enfrente tendrían a su más manifiesto exponente, la selección soviética del mítico Yashin, la araña negra.

Con Pereda por la izquierda y Amancio por la derecha (los autores real y ficticio del centro que acabó en el gol de la victoria contra los soviéticos), junto con el enorme talento de un Lapetra creativo e inteligente y la capacidad anotadora de un Marcelino trascendental, Luis aportó a esta selección la cadencia y la armonía adecuada y se benefició al verse rodeado de jugadores complementarios y con enorme capacidad para gestionar espacios y balón como eran Zoco y Fusté. La puerta la guardaba un chopo interminable llamado Iribar.

Casi tan mítica como su conquista europea son los duelos que mantiene el Inter de Milán con su máximo rival de la ciudad, el AC Milan, conocido como el derbi de la Madonnina, principalmente por la presencia de dos enfrentamientos de marcado carácter competitivo, el mantenido por los dos estrategas, Helenio Herrera y Nereo Rocco, y el contraste competitivo de sus dos máximos exponentes en el campo, Luis Suarez y Gianni Rivera, il bambino di oro. Ambos equipos representaban la manifestación más palpable del catenaccio italiano y dos maneras de entender la competición, ambas exitosas y llenas de grandiosos futbolistas. Brera se ocupó de dar expresión a un enfrentamiento que marcó a toda una ciudad durante una década de éxito

El Inter hace de este estilo su carta de presentación y confirma su eficacia alcanzando dos Copas Intercontinentales en 1964 y 1965, con dos enfrentamientos épicos contra los argentinos del Club Atlético Independiente, el equipo sudamericano que más veces ha ganado la Libertadores. Los interistas eran en esos momentos el mejor equipo del mundo y mantendrían su mística, llegando a una final realmente importante en el devenir futuro del fútbol. Lisboa les midió contra el Celtic de Glasgow en 1967, un grupo de talentosos católicos dirigidos por el inigualable entrenador escocés Jock Stein. Los italianos sucumbirían por dos goles a uno sin Suárez en el once. En dicha final se puso de manifiesto la línea de actuación sobre la que atacarían el estilo pragmático y conservador del catenaccio entrenadores como Marinus Michels, defensor claro del fútbol total. Nuevos tiempos llegaban al mundo del balón y Suárez, consciente de ello, pasó sus últimas temporadas como profesional en la Sampdoria. En la ciudad del Pesto y de los xeneizes, dará sus últimas lecciones sobre el verde que tanto amó este coruñés: el rectángulo de juego. Se retiró a los 38 años, pero con su calidad e inteligencia podría haber jugado hasta pasados los 40.

Antes, es en el ejercicio 1967-1968 se produce un punto de inflexión en la dinámica interna del Inter de Milán, ya que esta supone la última temporada de Helenio Herrera en la disciplina interista y además la marcha del presidente Angelo Moratti de la regencia máxima del club. Alfredo Funi es su sustituto, pero al año llega otro HH, Heriberto Herrera. Este paraguayo ve incompatibles a Luis Suárez y Mario Corso, lo que le lleva a trasladar a la dirección del club su decisión de no alinear juntos a ambos jugadores. En el momento en el que el presidente Ivanoe Fraizzoli llama a Luis Suárez para comunicarle el informe del entrenador en el que considera incompatibles a dos jugadores que durante siete años han competido juntos a la perfección, el gallego, de 35 años, recibe la noticia con cierta incredulidad pero plantea al club una decisión que lo retrata como futbolista y como compañero. Conversa con el mandatario y le plantea que en caso de tener que prescindir de alguien, que sea él mismo quien marche ya que Corso, seis años más joven, aún está en disposición de poder ofrecer lo mejor de su fútbol, mientras que él está ya en la fase final de su carrera.

Tras su carrera futbolística, inició Luis Suárez una experiencia dispar por los banquillos que culminó en el puesto de seleccionador español, cargo que ocupó principalmente en las fases de clasificación al mundial de Italia’90 y en la fase final del mismo. Durante años dirigió la selección nacional sub’21, en la que cosechó sus mayores éxitos y supo poner a disposición de los jóvenes jugadores toda su experiencia y sabiduría en el mundo del fútbol. Ahí plasmó otra de sus virtudes, la capacidad de captar y valorar el talento ajeno, algo que a él le supuso el cambio radical de jugar en el Perseverancia de los aledaños de su barrio a disfrutar de una carrera única en el mundo del fútbol. Luis Suárez desempeñó esta función durante muchos años en el Inter y demostró tener ojo y sensibilidad para la identificación de nuevas estrellas para el firmamento futbolístico.

Repetidas veces se comenta el contraste entre su impacto en Italia, país en el que reside y es considerado toda una leyenda viva del fútbol y España, donde no se le ha otorgado todo el reconocimiento que su trayectoria, sus logros y su fútbol merecen. Cierto es que Luis Suárez representa en Italia la imagen ganadora de una generación especial en un equipo especial y esto le permite ser considerado de la manera en que los astros lo son tras su paso firme por un deporte tal cual es el fútbol. En España no se ha prodigado mucho la intención de dar valor a sus estrellas y en especial a aquellas que en la dictadura supusieron un valor usado sin cuidado para intereses que no pertenecen a la órbita del deporte, pero es cierto que la figura de Luis Suárez, en el Deportivo de la Coruña, en la selección española y en especial en el FC Barcelona, es la de un futbolista de luz eterna y prestigio inacabable. No se puede hacer una revisión del fútbol español sin pararse a valorar su figura y no se puede pasar por la Avenida de Hércules sin pararse a pensar que allí, de pequeño, dio sus primeras patadas a un balón un astro del fútbol mundial que nada tiene que ver con el delantero uruguayo de mismo nombre que el Barça ha fichado este verano, aunque el de Salto le supere en reconocimiento entre las generaciones más jóvenes que nunca vieron al repeinado astro de Monte Alto que un día conquistó Europa con el cuero entre los pies.

Ilustración: Jorge Berenguer

luis suárez

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