Manuel Vázquez Montalbán es, al igual que Cervantes, un monumento de las letras hispanas recordado, celebrado y admirado fundamentalmente por su obra menos “seria”.

Si Cervantes se pasó la vida intentando triunfar en el teatro y escribiendo novelas bizantinas que le reportaran el reconocimiento académico que anhelaba para acabar inventando él solito y casi de pasada la novela moderna con El Quijote, la ingente obra literaria, periodística y de ensayo de Vázquez Montalbán está a la sombra de su mayor creación:  el detective Carvalho, con el que inició el género del detective mediterráneo que, a diferencia de sus colegas nórdicos, no se priva de la buena mesa ni de la buena cama durante sus pesquisas. Un género continuado después con gran éxito por autores como Andrea Camilleri, que dio a su detective el nombre de Montalbano en honor y homenaje al maestro indiscutible.

La serie de Carvalho es bastante irregular. Alguna de las primeras entregas parece haber sido escrita con prisas y de manera descuidada, sin sospechar la repercusión que llegarían a tener estas novelas.  Pero una vez que el autor consolida su universo canalla de bajos fondos, cinismo, comilonas por doquier y costumbrismo barcelonés preolímpico, las novelas van mucho más allá de un simple entretenimiento y se convierten en crónicas gamberras de una época que leídas en la distancia temporal de más de treinta años son susceptibles de provocar una dolorosa nostalgia en el lector.

Los pájaros de Bangkok se sitúa en el año 82, el año de los mundiales de fútbol, la visita del Papa y el triunfo de los socialistas en las elecciones, con una triste nota subyacence por el fracaso de los comunistas en estas elecciones.  Resulta emocionante el párrafo en el que se compara a los guerrilleros comunistas tailandeses que huyeron a la selva con los exiliados comunistas españoles, que después de 40 años de lucha volvieron a España para conseguir solamente 5 escaños en el parlamento.  Vázquez Montalbán supo prever muy bien la muerte de una ideología que constituyó la seña de identidad de todos los intelectuales de su generación pero que a día de hoy se considera algo de la prehistoria.

Esta novela permite al autor lucirse en el estilo literario que mejor se le daba, el del costumbrismo malintencionado y especialmente referido a las familias catalanas «de casta».  Mientras que pone bien a caldo a las jóvenes generaciones pseudoprogresistas de la burguesía, no esconde su admiración y respeto los viejos industriales catalanes, tacaños y cascarrabias, pero que al menos se han currado el dinero que tienen, para que ahora sus hijos y nietos vayan de hippies descerebrados por el mundo esperando que el dinero de la familia les saque de apuros cuando haga falta.  Tampoco faltan, por supuesto, las insuperables cenas de Carvalho con su vecino el gestor Fuster y las conversaciones político-gastronómicas que las acompañan:

– Desde que se murió Franco hay más crema de leche en los supermercados.

– Lo había observado.

– ¿Qué tenía Franco contra la crema de leche?

– No lo sé. El Caudillo era muy reservado.

Como novela negra es una de las más maduras, más trabajadas y mejor escritas de la serie, con un viaje de ida y vuelta a Tailandia que poco tiene de estampa pintoresca y mucho de denuncia de la explotación turística despiadada por parte de los occidentales y de la corrupción que asolaba al país.  Hay una nota macabra en el hecho de que Vázquez Montalbán muriera de un infarto justamente en el aeropuerto de Bangkok.  Pero por otro lado la novela está plagada de reflexiones tremendas sobre la vejez, la decadencia física y la dependencia de otros cuando no puedes valerte por ti mismo, morir de un infarto fulminante durante un viaje bien podría haber sido una muerte por la que él mismo habría firmado si hubiera podido.

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Don Manuel Vázquez Montalbán por Negra Tinta. Ilustración de Jorge Berenguer © Negra Tinta 2014

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