Veo en la pantalla de la bici el recorrido por el desfiladero de Verdon, en la región francesa de Provenza-Alpes-Costa Azul, junto al río del mismo nombre que tiene, por cierto, un color verde turquesa espectacularmente bonito y, siguiendo el perfil serpenteante de la carretera, pedaleo al nivel doce con un dolor de piernas que es síntoma de que voy bien. A mi izquierda tengo a X –llamémosle así para atender a su deseo de no dar a conocer su nombre– pedaleando aún más rápido. Casi siempre lleva auriculares y se los quita poco, a no ser que la conversación le interese, lo que me imagino que significa tres cosas: que quiere aislarse del ruido de fondo, que prefiere escuchar su propia música, y también –esto lo pensé al principio– que no es muy hablador, pero he ido viendo que no es cierto. Coincidimos a menudo y hemos optado por saludarnos y hablar como personas cordiales que somos, y al llevar una cosa a la otra ya hemos alcanzado ese escalón hacia la complicidad que da el verse en el mismo sitio para hacer lo mismo, y más siendo domingo a mediodía.

Vive en Madrid desde hace quince años y habla castellano con una fluidez y unos giros interesantes, dignos de alguien con buen humor y, cada dos por tres, se ríe tan abiertamente que su actitud no hace pensar que en su cabeza hay un conflicto tan cruento como el que existe en su país, Libia. Porque la guerra allí no ha acabado aunque oficialmente parezca finiquitada de cara a la galería para restarle víctimas a la Primavera Árabe.

X tiene once hermanos: ocho mujeres y tres hombres, y 32 sobrinos. Él es el único que vive fuera de Libia. Ni su familia puede salir del país ni él puede ir a visitarlos. Al desatarse el conflicto y como siempre ocurre en estos casos, no hay gobierno oficial ni tampoco embajadas, por lo que es totalmente imposible hacerse con un visado. No hay ejército ni policía, ni siquiera de fronteras, no hay seguridad de ningún tipo. Si alguien enferma y/o necesita ser operado de urgencia por algo gordo, incluso por una fractura, hay que salir del país y llevarlo a Túnez, que está a tres o cuatro horas en coche. Es necesario llevar dinero en metálico para pagar la operación o el tratamiento. Lo que pasará será que por el camino se encontrará varios controles de las milicias, mafias que registran el coche y se quedarán con el dinero, y hasta con el coche si les sirve a ellos. Muchos de los médicos libios, de los cuales gran parte han estudiado fuera, están ahora exiliados o refugiados, según los casos, en Canadá, en Australia o en Europa. No quedan especialistas que puedan atender con eficacia problemas graves. Los que lo intentan son recién licenciados que se acaban de poner la bata blanca.

En cuanto a las celebraciones de bodas y banquetes, ya que no hay que olvidar que en los países en guerra la vida sigue y la gente trata de vivirla con la mayor normalidad posible dentro del caos que implica estar rodeado de bombardeos y disparos, siempre había sido costumbre celebrar las bodas en casa, pero desde hace seis o siete años empezaron a celebrarse fuera, alquilando una sala en un hotel por la comodidad que supone no hacerte cargo de nada, sólo de pagar y que te lo den todo hecho. El EI (Estado Islámico) es reticente a acercase a Trípoli, se mantienen alejados de la capital, están asentados en la periferia. Apelando a la religión, dando como argumento que atenta contra ella y que el Corán lo prohíbe expresamente, han prohibido las celebraciones también en las poblaciones fuera de Trípoli, lo que ha provocado que la gente tenga miedo y que ahora ya todo el mundo vuelva a celebrar en casa, que es un espacio más seguro o menos hostil en el supuesto de que las cosas se pongan feas.

Que el EI se esconda en el sur tiene una razón poderosa, que no es otra, por supuesto, que controlar el petróleo, ya que la mayoría de los campos de petróleo de Libia están al sur. Hacen intercambio de éste por armas, las más modernas que hay ahora mismo, enviadas desde Qatar y Turquía (aunque detrás de Turquía también hay otros países). A las grandes potencias occidentales, me dice X, no les interesa parar el conflicto en Libia porque salen ganando dos veces: se abarata el barril de brent y al mismo tiempo les siguen suministrando armas.

—Te voy a dar un dato que es muy importante. Gadafi quería… Mira, los europeos junto con los americanos se volvieron locos. ¿Por qué atacaron a Gadafi?

Por el petróleo, se supone.

Más.

¿Porque querían derrocar a un dictador? Pero los intereses eran económicos, ¿no?

Es que ni se te pasa por la cabeza lo que iba a hacer Gadafi. Por eso fueron a por él, y a por el petróleo y por el gas. Igual que en Europa hay una moneda, Gadafi iba a sacar una moneda propia. Meses antes de atacarlo tenía muy avanzado el tema y con el resto de África iba a sacar una moneda única. ¡Eso sería el suicidio de Europa!

¿Porque iba a ser más fuerte que el euro?

—No, no, porque iban a estar muy unidos. Yo no soy economista, pero no les viene bien para nada ni a Europa ni a América ni a Asia. No podían permitir que tuviéramos una moneda única. Como aquí, por ejemplo, que le pasa algo a Bélgica y estoy contigo, pasa algo en Italia y estamos contigo, no te dejamos. Grecia estaba a punto de un…

Pero los países del Golfo Pérsico no se unían, ¿no?

No, ojo, pero África tiene el gas de Nigeria, Argelia y Marruecos. ¿Tú sabes los intereses que hay en el eje Marruecos-España? Cuando pasa algo en Marruecos, al día siguiente uno de los ministros españoles está allí.

¿Qué plazo le das tú a esto para que las cosas cambien en Libia?

—Esto no tiene plazos.

¿Es indefinido? ¿No tiene solución?

Tiene solución, sí. Primero hay que separar la religión de la política. Eso para empezar. No mezclemos.

Pero eso es muy difícil.

Ah, pues que se busquen la vida porque si no lo hacen seguirán muriendo niños y niñas.

¿Eso lo has pensado desde que vives en Europa porque has tomado distancia?

No, yo he pensado así desde siempre. Por eso salí de allí. Fui un niño rebelde. Yo veía cosas que no… Yo no me encontraba allí. De verdad.

¿Eres de los pequeños de tus hermanos?

Sí, de los pequeños.

Tus hermanos mayores quizás no ven las cosas igual.

No, mis hermanos… También es cierto que cuando la gente sale, cuando uno ha viajado ve el mundo de manera distinta a los que nunca han salido. Nosotros, por el negocio de familiar, hemos viajado desde pequeños. Cuando tú no ves mundo, nada, que estás siempre encerrada… Por ejemplo, lo que te estoy contando ahora, si lo cuento con mi gente ahí… De hecho el último viaje que hice el año pasado me llamaban el raro. Porque hablábamos de cosas de religión y cosas así que no… que no…

¿Que no teníais puntos de vista en común?

¡No, para nada! Total. Yo no hago nada… Mi vida día a día no es con mis paisanos. Yo me mezclo con la gente de aquí.

No estás con gente árabe.

No, no, no.

No vas a la mezquita.

—¡No!

Te has integrado plenamente en la vida europea.

[Asiente] Entonces, cuando voy de vacaciones, fíjate, no voy más de una semana, y vengo corriendo. Y lo más triste es que te sientes extranjero en tu propio país. Yo me he sentido así. No me siento bien, me siento raro, de bajón. Claro, porque aquí, por ejemplo, si tú ves algo raro puedes hablar, puedes escribir, puedes discutirlo con la gente, pero allí no. Tragar, tragar, tragar. Porque si hablas te cortan la cabeza. Entonces me agobiaba mucho, no podía protestar. De vacaciones allí, por ejemplo, por la mañana para desayunar, para ir a comprar el pan, yo le decía a mi sobrina: «Acompáñame a comprar el pan». ¡A mi sobrina, se lo decía!

No te sentías seguro.

No es que no me sintiera seguro, me sentía raro al comunicarme con ellos ya. Es que… tela, eh. Son quince años. Y en quince años he ido cuatro veces, y en estas cuatro veces solo una semana, diez días.

—¿Y no echabas de menos ir?

—La verdad que no. ¿Te puedes creer que yo no he echado de menos mi país para nada?

A tu familia sí.

A mi familia sí. A mi familia ahora, ya sabes, por las redes sociales, por Skype te ven y les ves. Pero estuve cuatro años seguidos sin ver a mi familia. Cuatro años. Solo hablábamos por teléfono. Sobre todo cuando estalló la guerra, yo estaba aquí, ¿sabes? Muy duro. Un día, después de haber estallado, una semana, diez días, dos semanas, no sé, todo reciente, hablé con mis sobrinos, y mi sobrina me dice: «Tío, aquí estamos desde la ventana de casa viendo los tanques paseando por la ciudad». Es que, ¿sabes? Es duro, eh. Cuando una niña de siete años te dice esto… No es la Primavera Árabe, es el caos árabe. Vamos a la deriva. Hace un año o dos Egipto financiaba a Libia para crear un ejército que luchara contra el EI. Egipto, como Túnez, de vez en cuando tienen alguna historia puntual pero más o menos están estables. Pero ahora ya no sigue esa financiación. En Libia se está intentando crear un ejército, no es fácil, para luchar contra los locos éstos.

¿Quién financia ahora ese ejército?

El país, el dinero de Libia.

—¿Los opositores?

—Sí. Pero a veces los bancos no… Mira, tengo hermanos y conocidos que llevan desde marzo sin cobrar, porque los bancos están secos.

¿No solo no cobran los funcionarios sino también la gente que trabaja en empresas privadas? ¿Depende de los bancos?

Sí, sí. ¿Los bancos por qué? Porque a lo mejor , digamos, en el Banco Central de Libia hay un fondo para gastos generales, las mafias se enteran y al día siguiente hay un robo. Y ahora tú me vas a preguntar cómo se entera esta gente que en Libia hay… No, no, no. Es más original todavía que en las películas. Te cuento. Las milicias, las mafias, amenazan a los empleados del banco con que tienen que informarles del primer cargamento que llegue o si no los matan a ellos y a sus hijos. Cuando llega el primer cargamento, evidentemente, un empleado avisa a esta gente porque su sueldo y su trabajo no paga la vida de sus hijos. Es que hay cosas que yo todavía no las he visto en películas, te lo juro. ¿Cómo secuestran a los niños millonarios? Lo mismo. Las mafias amenazan al director del banco, entran hasta su oficina porque no hay seguridad, no hay policía, no hay nada. Imagínate una habitación llena de dinero en medio del desierto. Entonces hablan con él, le dicen: «Nos tienes que facilitar las personas que tienen mucho dinero en este banco». Así que les da una lista con los nombres, cantidades, direcciones. Y esa gente es conocida en el país, son los megarricos. Entonces van a por ti, van directamente a tu casa o te llaman. De esta manera me han contado que han secuestrado a tres niños. No puedes decir que no tienes dinero, te ponen la lista en tu cara. Pues ésa es la situación de Libia y no se sabe. Para mí cuando alguien sale hablando de que ha habido un coche bomba, cuando veo las noticias, las ruedas de prensa, lo que nos cuentan… ¡bah! yo digo para mí: «Están haciendo el payaso». Y los cortes de luz son diarios. Ocho, once, doce horas diarias sin luz.

¿Por qué ocurre?

No tiene sentido. Para joder a la gente.

Para hacerle la vida más incómoda.

Para cabrearla. No te puedes creer… Mira, un amigo me llamó ayer y me dijo: «No te puedes imaginar los casos de divorcio que hay». Jamás visto, jamás visto.

Los grupos terroristas también secuestran a escolares a la entrada y salida de los colegios y piden rescates millonarios. En Libia se estudia de 8 a 14 y luego los colegios cierran, no hay actividades por las tardes, así que llegar en punto a recoger a tus hijos marca la diferencia entre encontrarlos sanos y salvos o correr el riesgo de que los secuestren y no puedas hacer frente al rescate.

Cuando uno sale de casa por la mañana para ir a trabajar no sabe si volverá. Si miras mal a alguien puede suponer que saque un arma y te mate allí mismo. Para hacernos una idea de lo fácil que es armarse, X me explica que hace un año se vendían todo tipo de armas en el top manta.

Fotografía: minina007

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