Hace algo menos de tres semanas nos llegó la triste noticia del secuestro de tres jóvenes israelíes en Cisjordania (Palestina). Desde el primer momento, Occidente puso el grito en el cielo y todos –tertulianos, columnistas, líderes políticos, lectores– nos llenamos la boca con la palabra terrorismo. Hamás, considerada una organización terrorista por la Unión Europea y Estados Unidos, se postuló como favorita en todas las quinielas. Quién si no podría cometer semejante atrocidad. Mientras el Gobierno de Israel no dudó en atribuir el supuesto secuestro a Hamás, la organización aseguró no tener nada que ver. Tras 18 días de intensa búsqueda por parte del Ejército israelí, cuyo espectacular despliegue en los Territorios Palestinos ha recordado a la época de la Segunda Intifada de principios de este siglo, ayer por la tarde aparecieron los cuerpos sin vida de los tres estudiantes. Un grupo de uniformados que peinaba la zona se topó con los cadáveres en una cueva a pocos quilómetros al norte de Hebrón.
La noticia ha llegado a Occidente como un vendaval, acaparando las portadas de los rotativos de mayor difusión y ocupando un puesto destacado en los telediarios de prácticamente todas las cadenas. El terrorismo está en su apogeo. El término goza de una aceptación tan escandalosa que se infiltra tanto en las conversaciones de barra de bar como entre las líneas de los artículos más sesudos. Llama la atención que este poderoso vocablo se haya colado en la mente de todos y cada uno de nosotros hasta el punto de no vacilar a la hora de utilizarlo. Pero, reflexionemos por un momento. ¿Qué significa exactamente terrorismo?
Ciñéndonos a la definición que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, el terrorismono es otra cosa que la “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”. ¿Es, pues, el asesinato de los tres chavales israelíes una acción terrorista? Desde luego que sí. Ahora bien, ¿qué pasa con las atrocidades que comete el estado de Israel?
Aunque pocos osan hablar de un Estado terrorista –especialmente en Occidente–, hacerlo no sería exagerado. ¿Cómo definir si no el asesinato a tiros, el pasado mes de mayo, de dos adolescentes palestinos que participaban en una manifestación en Ramala a manos de soldados israelíes? Un vídeo difundido en la red muestra cómo los jóvenes no suponen peligro alguno para los uniformados, que les disparan al pecho desde lejos cuando caminan distraídos. Decenas de casos recientes similares demuestran que no se trata de un hecho aislado. ¿Qué adjetivo merecen los llamados asesinatos selectivos, crímenes cometidos contra palestinos a instancias de las Fuerzas Armadas o el Gobierno israelí sin que se respete ninguno de los pasos habituales en un sistema judicial? ¿Y la media docena de vidas palestinas que se ha cobrado el estado hebreo durante los últimos 18 días bajo pretexto de estar buscando a los tres estudiantes secuestrados? Se me ocurren decenas de prácticas tan terroríficas como ilegales que hacen de terrorista un término perfectamente aplicable al estado de Israel.
La crisis dentro de la gran crisis dentro de la enorme crisis que la muerte de estos chicos ha provocado no hace sino recordarnos y demostrarnos por enésima vez que existen dos varas de medir completamente distintas. La vida de un palestino vale menos que la de un israelí. Los que tiran cohetes desde Gaza o matan a israelíes como acto de resistencia frente a una ocupación ilegal son terroristas. En cambio, los que asesinan a escopetazo limpio, destruyen viviendas y construyen asentamientos y muros ilegales no atacan, sino que se defienden. Para eso se llaman las Fuerzas de Defensa de Israel.
Se queda uno atónito cuando ve las reacciones de líderes políticos de la talla de Cameron u Obama, que entre tuits y comunicados varios, no han dudado en definir lo ocurrido como “inexcusable acto de terror” o “acto terrorista sin sentido”. Y la sorpresa no radica en lo anterior, con lo que un servidor está completamente de acuerdo –¡sólo faltaría!–, sino en que encontrar el dichoso término –terror, terrorismo, terrorista– en valoraciones políticas sobre el constante machaque de Israel a Palestina (mediante “actos de violencia ejecutados para infundir terror”) es completamente imposible. Y en los medios de comunicación occidentales, también. Reclamar a políticos o medios un cambio en este sentido es probablemente una utopía, pero exigirnos a nosotros, ciudadanos de barra de bar, un poco de reflexión antes de hablar tendría que ser un deber.