Es ya una tesis aceptada que la forma de tratar la cuestión catalana durante los últimos cuatro años por parte del gobierno de Rajoy ha elevado el número de votos “independentistas” en las pasadas elecciones autonómicas, al tiempo que se los restaba al propio PP, reducido a once escaños tras los comicios (los mismos que Catalunya Sí que es Pot y uno más que la CUP). Y es que como decía aquel, lo de Rajoy y su gobierno no han sido formas, sino alardes. A veces ignorantes, a veces ridículos, pero alardes al fin y al cabo (recordemos el vídeo Al PP le gusta Cataluña, sin duda una de las cumbres audiovisuales de la legislatura, en donde nuestro presidente, con ese guiño tan suyo en el rostro, nos enseñaba que los catalanes “hacen cosas”). Lo que no parece tan claro es que esas formas, alardes y ocurrencias vayan a perjudicar también a Rajoy en las Elecciones Generales. Más bien al contrario: pueden beneficiarle.
Lo que en Catalunya se convierte en una fábrica de votos independentistas (ya una frase hecha), en el resto de España puede permitir sumar muchos votos “institucionales”, esos que se meten en la urna a favor del partido en el gobierno –sobre todo si uno les votó y tenía pensada la disidencia– cuando suceden circunstancias extraordinarias en las que lo primordial parece la unidad nacional frente al reto que suponen esas circunstancias. Este fue el error estratégico del PP en las elecciones de 2004 (parece que aprendieron la lección): renunciar a la captación de ese voto institucional tras el 11-M, en favor de otra estrategia que terminó por llevar a Zapatero a La Moncloa, aunque no es lo mismo, obviamente, la excepcionalidad de aquella tesitura que la actual. Normalmente, lo extraordinario de las circunstancias empuja al principal partido de la oposición a apoyar al Gobierno en beneficio de la unidad requerida por la situación, aunque eso le cueste un buen puñado de votos porque deja al margen de la discusión mediática y el debate político cualquiera de las actuaciones criticables que el Gobierno haya llevado a cabo a lo largo de la legislatura. Adiós a las armas arrojadizas, adiós a los recortes, a la Sanidad y la Educación, a todo aquello que pueda llevar a muchos a escoger otro partido al que votar. Ahora todo eso es peccata minuta, señoras diputadas, señores diputados, ciudadanas y ciudadanos. Los problemas ahora son otros, ahora hace frío, llega el invierno. España se rompe, ahora de verdad. Y Europa tiembla. Lo demás no importa.
En esta tesitura, más allá de encuestas ‘socioilógicas’ e interesadas, y a la espera de las elecciones del 20 de diciembre, el principal partido de la oposición sigue siendo el PSOE. Lo que quiere decir que la cuestión catalana, tal y como está ahora mismo, es otro tema más que favorece la futura cooperación entre PP y PSOE en aras de la unidad nacional y del mantenimiento del status quo marcado por la Constitución de 1978. Más allá de posibles cambios que puedan hacerse, meramente estéticos: maquillar un poquito la Carta Magna, votarlo todo para que nada cambie. Lo que no parece tan claro es quién guardará esa nueva constitución bajo la democrática cama del dormitorio conyugal de La Moncloa, si Rajoy o Pedro Sánchez. En eso tendrán mucho que decir, parece ser, Ciudadanos y Podemos, no sabemos en qué orden de influencia.
Fotografía: La Moncloa Gobierno de España