Hace cien años nació Edmundo Valadés, el creador de la que ha sido, a mi juicio, la mejor revista literaria del último siglo en español. Supongo que esta afirmación por lo menos le sorprende. Sobre todo si recordamos que don Edmundo nació en Guaymas y, como los jueces mexicanos de clavados olímpicos, solemos ser mucho más estrictos para juzgar a nuestros compatriotas que a los extranjeros. Pero piénselo un momento.
La publicación duró casi medio siglo. Comenzó en 1939 y tuvo que desaparecer por la escasez de papel que provocaba la Segunda Guerra Mundial, para luego reimprimirse en 1964 con patrocinio de un librero, el señor Zaplana. Y a partir de ahí siguió casi con regularidad hasta el cambio de milenio. Sólo por su duración, es junto con Sur -la publicación argentina de la señora Ocampo- una de las dos revistas más influyentes de la literatura en lengua hispana. Por supuesto, se pueden enunciar argumentos en contra (o a favor de otras publicaciones): que sólo publicaba casi exclusivamente un género literario (cuento, un taller por correspondencia y una maravillosa sección de reseñas que, por algún tiempo, estuvo a cargo de Miguel Donoso Pareja), pero si hubiera sido de poesía o teatro hubiera tenido la misma relevancia; que no fue una revista de una cofradía de genios (como Orígenes o Sur), pero éste es un argumento que interesa más a los historiadores o sociólogos de la literatura que a los lectores pues los autores incluidos en sus diversos números son, en resumen, los mejores cuentistas del siglo XX de casi todo el mundo; que no propugnó por una estética específica (ultraísmo, modernismo, contemporáneos…), mejor aún: la pluralidad de los textos de El Cuento sigue leyéndose como algo actual.
A estos argumentos se pueden sumar otros de menor relevancia: el argumento elitista de que el papel estaba muy feo (comenzó costando un peso y terminó costando cincuenta, es decir, era una revista hecha para contagiar el gusto por la lectura, no para ser leída sólo por un grupúsculo de amigos pudientes) o que no era una revista política (pues no, era una revista literaria y, cuando trató de temas políticos, lo hizo de la forma más elegante y propia, con literatura: por ejemplo, en 1970 dedicó un número a cuentistas vietnamitas). Así, El Cuento ha sido una de las dos revistas más longevas de literatura en lengua hispana, una que se dedicó exclusivamente a la literatura, a incluir y traducir a los mejores cuentistas del orbe que fueran posibles de conseguir en ese mundo anterior al internet, una que buscó -trabajando exhaustivamente en conseguir patrocinadores- un precio que estuviera al alcance de cualquier lector, desde los académicos hasta los veladores pues, si lo piensa un poco, por su extensión resultaba más costo-efectiva que El Libro Vaquero o el Sensacional de Traileros.
Pero no sólo eso, El Cuento, como se puede constatar en la correspondencia postal y principalmente a través de su sistema de subscripción, fue una revista continental que vinculó a autores y lectores desde los Estados Unidos hasta la Patagonia. Lo que, aunado a la sección de taller que es toda una enciclopedia didáctica sobre cómo escribir un cuento, pudiera ser una de las principales causas de por qué en América el cuento goza de tan buena salud y tan buenos exponentes (asunto que las editoriales españolas, ajenas a este proceso a causa de la dictadura militar que sufrieron, apenas comienzan a entender). Más aún, El Cuento no sólo es la mejor colección de ese género en lengua hispana sino que, y tal vez sólo con la excepción de la tradición china del cuento de cien caracteres, la revista de don Edmundo sea muy probablemente el más grande y mejor compendio de microficción de todos los tiempos. Estos últimos puntos pueden dar lugar a maravillosas tesis doctorales pero, si usted no es académico, El Cuento sigue dándonos muchas razones para leerla.
Baste una: el placer de la lectura. Ese placer que en estos tiempos de violencia nos recuerda que la vida vale la pena ser vivida, que toda sociedad -aún en sus momentos más atroces- está compuesta también de millones de seres humanos que buscan lo mismo que usted y que yo: un mundo más justo, más libre, más bello. Y ahí, en sus cuentos, podemos encontrar cómo se enfrentaron a situaciones similares, qué errores cometieron y qué aciertos.
Así que ahora, que usted y yo tenemos conexión a internet, le propongo algo: deje por un momento las redes sociales donde muchos parecen hablar de lo mismo, del tema del día, y vaya y lea algo diferente. Acá la dirección donde puede encontrar todos los números de El Cuento (http://elcuentorevistadeimaginacion.org/Reservacion/contacto.php ).
Va a ver que vale la pena.