Vuelve la censura y ese olorcillo a tardofranquismo al que estábamos tan acostumbrados que ya formaba parte del perfume nacional empieza a convertirse en hedor. En hedor nauseabundo. En nuestro país, sacarle punta a la contradicción que supone mantener la lujosa vida de una Familia Real en un Estado democrático siempre tuvo su público (cada vez más), pero sobre todo su peligro. En El Jueves lo saben bien. Más aún después de los últimos acontecimientos, pero la historia viene de lejos. Ya en 2007 les secuestraron una portada en la que se veía a Felipe de Borbón (el próximo Felipe VI) y a su mujer, Letizia Ortiz (la próxima Reina de las Españas) ‘trabajando’ para asegurar la descendencia de la estirpe borbónica. Es decir, manteniendo relaciones sexuales. Secuestro de la edición, multa considerable y tirón de orejas judicial. Ocurrió hace siete años, bajo gobierno del PSOE, el mejor brazo político que se pudo buscar el saliente Juan Carlos cuando Adolfo Suárez cayó en desgracia.
El periodista Guillermo Fesser afirmaba en la entrevista publicada el miércoles en Negra Tinta que en España prima más la gracia que el sentido del humor. Exportamos gracia y graciosos, chistes y chistosos. El primero de nuestros campechanos fue, durante décadas, el mismo Juan Carlos. El pueblo aplaudía con las orejas cada vez que el monarca rompía el protocolo. Mucha carcajada, mucho tópico, mucho gracejo made in Spain, pero poco mirarse al espejo. Mejor reírse de la verruga ajena que ver la propia en mitad de la cara. Siempre, claro, ha habido excepciones y una de ellas ha sido El Jueves, que no es una revista cualquiera. Nació en un período muy concreto en un lugar muy concreto: a finales de los 70 en una Barcelona que se reía del mundo, empezando por sí misma y su cutrez, después de haber sufrido la gris etapa franquista.
El Jueves sobrevivió a rivales como La Codorniz, Hermano Lobo, El Papus o Por Favor y, con los años, ha ido creando parte del imaginario humorístico español con personajes míticos como Makinavaja, resistiendo a la tele, Internet y a quien hiciera falta. Sin embargo, ser irreverente en tiempos teóricamente democráticos no le ha servido a El Jueves para evitar el tropiezo con la censura, como les pasaba constantemente a sus predecesoras hace 40 años. Y es que la censura ha sobrevivido hasta a uno de sus máximos impulsores, Manuel Fraga Iribarne. Y va en alza porque se ha recuperado la censura preventiva: la portada de El Jueves que ha desatado la polémica esta semana ni siquiera ha llegado a los kioscos. La misma editora, RBA, se encargó de pararla.
¿Qué esperaban que hiciera una revista satírica sino sátira? ¿Qué esperaban que hiciera una revista satírica dos días después de la abdicación real sino una portada como la que no ha llegado a venderse? ¿Qué esperaban, carajo? ¿Que le pusieran rosas y no excrementos e inmundicia a la corona que Juan Carlos le cede a su hijo? ¿Que se olvidaran de la basura que ha ido acumulando los Borbones en Zarzuela entre urdangarines y cacerías de elefantes, entre froilanes y esas ostentosas vacaciones en Mallorca que pagamos entre todos los súbditos del Reino? ¿Que fueran sus viñetistas de cámara y retrataran a padre e hijo como los presuntos constructores de nuestra democracia ejemplar? Si los editores de la revista, RBA, esperaban eso, esperaban mal. O es que no habían abierto El Jueves en su vida, pese a ser uno de sus productos estrella.
Al parecer, el número ya estaba en rotativa. Si ocurrió así, ¿cualquier persona con dos dedos de frente duda que alguien en La Zarzuela se disfrazó de Vito Corleone para dar un toque de atención o es que las editoras ahora van tirando el dinero? Reiniciemos: ser mordaz con la Casa Real siempre fue peligroso. Al Gran Wyoming le cancelaron un programa en RTVE hace ya más de 20 años. Su pecado fue querer entrevistar a un escritor que hacía chanzas con la infanta Elena. Años después, hacer broma con la mujer del monarca civil del país (José María Aznar) le valió al propio Wyoming la muerte de su Caiga Quien Caiga. En España, el humor inteligente asusta y por eso hay que acabar con él. El Caiga Quien Caiga pasó a la historia, como El Informal y tantos otros, y, en cambio, Ana Botella, la parodiada, ha llegado a ser alcaldesa de Madrid sin necesidad de presentarse a unas elecciones y nos ha dejado en ridículo delante del mundo entero con su inglés cacofónico. El humor explícito que haga pensar está proscrito por una razón elemental: la risa que protesta es la denuncia que mejor entiende el ciudadano. Programas como Polònia, que lleva parodiando a toda la Familia Real en TV3 desde hace una década –incluso produciendo un musical en el que aparecen todos sus elementos–, son hoy por hoy irrealizables en las teles de ámbito estatal.
En esos canales prima el modelo Telecinco. Sálvame y bodrios similares (los que vinieron antes y los que le acompañan en la parrilla de la cadena de Vasile) también hablan del Rey y de su prole. Lo hacen de forma más chabacana. Se ríen de Letizia proclamando a Belén Esteban como la princesa del pueblo, llamando a Peñafiel para que ponga a caer de un burro a la antigua periodista o acosando mediáticamente a sus hermanas. Emiten teleseries donde se recuerda que Juan Carlos y Sofía son un matrimonio mal avenido: él es poco más que un mono de feria y ella, una tirana escondida tras una sonrisa ‘profidén’. Se deleitan con los borrachos que le fastidiaron la boda a los príncipes. Le sueltan unos billetes a Bárbara Rey cada tanto para recordar a la audiencia que Juan Carlos fue un picha brava y un amante desagradecido. Incluso emiten especiales que recrean las maquinaciones del monarca para ganarse el favor de Franco y quitarle el trono a su primo. ¡Hasta han convertido a uno de los bastardos de Alfonso XIII en un rostro televisivo!
Para ellos no hay censura. Telecinco es un mal menor, pero necesario. Mariquitas chillones, señoronas chismosas y corre-ve-y-diles interesados los había antes de que nacieran Jorge Javier Vázquez, Karmele Marchante o Kiko Matamoros. En la España del siglo XVII, cuando el imperio en el que no se ponía el sol y el oro de las Indias, existían los mentideros. Todo Madrid se iba a determinadas plazas. La excusa era acudir a misa para, en la puerta de la iglesia, acercarse al corrillo donde se vendiera la mejor información, el chismorreo más picantón. “Que el Rey se ha trajinado a esa actriz de la última comedia de Lope”. “Que vieron salir al Infante con el duque de nosecuantos de un burdel”. “Que últimamente se ha visto muy juntos en Palacio a la Reina y al embajador francés”.
Mientras el pueblo cotilleaba, el país era desvalijado, se iba a la ruina, quedándose más pobre y analfabeto. Si hubiera existido El Jueves, a Fontdevila y Monteys les habría esperado otro destino. En vez de haberse marchado indignados de la revista para la que tanto han trabajado, hubieran ardido en una hoguera. Ellos son avispa. Molestan y pican. Los chismorreos de Telecinco son la mosca cojonera perfecta: no tienen aguijón y, dando la impresión de enojar al poderoso, hacen reír al pueblo lo suficiente para que mire hacia otro lado mientras le roban delante de sus narices y, de paso, asesinan al sentido del humor, ese elemento indeseable, una forma de educación que no se enseña en las escuelas.