Juan Ramón Rallo no ha perdido el tiempo a sus 30 años. Nacido en Benicarló (Castellón), este economista ha defendido las tesis del liberalismo en una decena de libros. Coautor de #Podemos: Deconstruyendo a Pablo Iglesias, publicado a las pocas semanas de las elecciones europeas, critica la “ausencia de política económica realista” del joven y pujante partido a la vez que alaba su “estrategia de comunicación”. Aprovechando su paso por Madrid –lleva varias semanas recorriendo España para impartir conferencias donde disecciona críticamente a Podemos, precisamente– Rallo esgrime unas convicciones que sabe que levantan polémica: la necesidad de recortes, la desaparición de Televisión Española o la reducción del Estado “al 5% del PIB”, mientras recalca que el verdadero liberalismo no habita dentro del PP. Quedamos en el Pepita Pulgarcita de Manuel Becerra sin límite de tiempo para hablar de liberalismo, economía y política.
–Hace dos meses Televisión Española prescindió de tus servicios como contertulio de La Mañana de La 1. ¿Crees que el ente público tomó esa decisión libremente?
–La decisión de cesar mi colaboración fue completamente libre por parte del equipo gestor. Ese no es el problema. Cualquier medio de comunicación puede decidir con qué colaboradores quiere trabajar y elegir, además, su línea editorial. El problema es que Televisión Española se financia con impuestos de todos los contribuyentes. Cuando cesó mi colaboración hubo mucha gente que pidió que me readmitieran y yo sugerí que no había que pedir mi readmisión. Que yo empezara a colaborar en esa pantalla era una buena oportunidad personal para divulgar ideas. Pero la clave y la esencia –además del motivo por el que prescinden de mí tras un programa– era seguir defendiendo el cierre de TVE porque es una afrenta contra el contribuyente e incluso contra el sentido común de la libertad de expresión. Un medio público que sienta un canon de opinión y de información es tremendamente problemático. Lo que había que pedir antes, durante y después era el cierre.
–En aquel momento publicaste un tuit que tuvo bastante difusión. Comparabas tu exclusión de TVE con la de un partido republicano en las elecciones de un sistema como el español, parlamentario y monárquico.
–Muchos se preguntaron cómo era posible que un liberal colaborara con un medio de comunicación estatal que quiere cerrar. Entiendo que es una apreciación legítima, pero un sistema político debe admitir la crítica interna y también la externa hasta el punto de que pida su propia destrucción. Si no lo admite, es un sistema político (o un medio de comunicación) poco resistente ante su entorno. Si se busca silenciar al díscolo es porque se sabe que TVE es un gigante con pies de barro y que, a poco que haya debate público, una mayoría importante entendería que no tiene sentido mantener un ente tan caro, ineficiente y desnortado del que nos han dicho que es teóricamente su objetivo.
–¿Crees que faltan economistas en las tertulias políticas? Cuando vais a un plató o a una emisora siempre soléis aparecer en calidad de expertos para ilustrar en la materia a políticos o periodistas.
–No sé si hacen falta economistas de carrera, diría que más bien falta gente que sepa de economía. Uno puede ser politólogo y tener nociones de economía. No tiene sentido plantear sucesivamente debates sobre economía con contertulios que no tienen ningún conocimiento sobre el tema. Ellos son los primeros en reconocer que no saben sobre economía, pero siguen debatiendo sobre el tema. Esto es una corrupción de los términos del debate. Es un debate viciado, estéril y donde cada uno arrima el ascua a la sardina de cada cual sin un fundamento sólido.
Es verdad que los economistas, en muchos, casos no tienen mucha idea de ciencia política, filosofía o sociología porque se entiende a la ultraespecialización, incluso en su propio campo. Puedes encontrarte a personas que sepan mucho sobre regulación de monopolios, pero que sean unos completos ignorantes en otros campos. A mi juicio, eso es un economista incompleto. El premio Nobel Friedrich Hayek, un teórico que a mí particularmente me gusta mucho, decía que quien sea solo economista no es un economista. De esta clase de economistas encontramos a muchos colaboradores televisivos. Algunos, pese a saber de política, no entran en ese debate. Creo que es un error.
–¿Quién es para ti el mejor analista social de la actualidad televisiva?
–Claramente, la gente de Podemos, desde la radical discrepancia ideológica, ha conseguido unir ciencia política, filosofía y análisis histórico en su discurso. Sin embargo, sus propuestas económicas son bastante pobres: sus primeros espadas no son expertos en economía. Su propuesta es muy integralmente marxista, muy interdisciplinar y de extrema izquierda. Han canalizado todo esto en un discurso perfectamente entendible para la gente. No es solo la forma, que la tienen absolutamente controlada, sino también el fondo. Podemos no es un fenómeno donde rasques y no haya nada detrás. Tiene un complejidad doctrinal muy importante, a mi juicio totalmente equivocada, pero muy bien hilada y construida, además de ser resistente al típico tertuliano que no tiene nociones de nada y cree saber de todo. Es verdad que Podemos está intentando camuflar su discurso y en ocasiones…
–¿Qué intenta ocultar?
–Intenta ocultar lo que probablemente quieren hacer. Podemos viene de la extrema izquierda, que no es mayoritaria en este país y probablemente no vaya a serlo jamás. Por tanto, ellos mismos lo dicen: si quieres llegar al poder tienes que buscar coaliciones y afinidades que vayan más allá de tu doctrina minoritaria. Ellos están tratando de hacer un discurso transversal que le pueda sonar bien a todo el mundo. Están apelando al patriotismo, a las Pymes, autónomos, obreros, funcionarios, jubilados… Se venden a sí mismos como la solución a los problemas de estos colectivos.
–Durante los 30 años en los que PSOE y PP se han repartido el poder en España, unos y otros han hecho miles de promesas a estos colectivos cada vez que se acercaban unas elecciones. Según las encuestas, las ideas de Podemos empiezan a calar entre muchas personas que ya no se fían ni del PP ni del PSOE.
–En Podemos lo llaman la construcción de la hegemonía. El discurso de PP y PSOE ha colapsado durante los últimos cuatro años después de calar bastante tiempo. Ambos han tenido mayorías absolutas sobre los 200 diputados. Probablemente, Podemos no pueda aspirar a esas cifras; podría equivocarme pero no los veo aunando una gran mayoría absoluta, como mucho logrando una mayoría raspada.
El PSOE rompió su mito de partido socialista adaptado al sistema –pero preocupado por el crecimiento de los estándares de vida de los ciudadanos– cuando Zapatero ordenó los recortes en 2010 y 2011, a mi juicio una decisión necesaria porque esas medidas económicas eran totalmente imprescindibles. Se hizo el harakiri pero mostró una cierta responsabilidad de país que no la había tenido antes ni la tuvo después. El PP, por su lado, ha ido variando su discurso, que en un principio intentaba conectar con las clases medias.
–¿Ha llegado alguna vez a ser un partido liberal?
–Ha tenido en algún momento alguna política liberal, como también la ha tenido el PSOE, cuidado. Pero el PP, en la medida en que apelaba a sectores más afines con el liberalismo (los autónomos, los pequeños empresarios, aquella persona consciente de los altísimos impuestos que está pagando) se acercaba a esa doctrina en temas económicos, en absoluto en cuestiones morales o sociales, donde ha sido más liberal el PSOE. De nuevo, la retórica de un partido de centroderecha que intentaba, según se nos decía, reducir el tamaño del Estado ha quebrado bajo la presidencia de Mariano Rajoy. No hizo falta ir más allá del segundo Consejo de Ministros, cuando decretó la segunda subida del IRPF más grande de nuestra época reciente. Esas hegemonías han muerto porque los mismos partidos las han matado. ¿Qué queda? Construir una nueva hegemonía que reemplace a los antiguos mitos de PP y PSOE. El de la izquierda lo intenta reemplazar Podemos, acercándose en la medida de lo posible al PP pero sin adoptar decisiones que puedan sonar ni mucho menos a liberales, pero lo que está claro es que no se sabe quién reemplazará el mito de la derecha. Obviamente, el PP ha hecho mucho daño al liberalismo asimilándose a este concepto. La asociación que se hace entre ese partido y esta corriente ideológica es injusta a todas luces.
–¿Es el momento de refundar el Partido Liberal en España? ¿Puede ocupar ese hueco Unión Progreso y Democracia?
–En absoluto. UPyD puede ayudar a que las instituciones no se desestabilicen y, eventualmente, a regenerarlas (aunque no tengo mucha confianza en este último punto), pero no es un partido liberal de base. El único partido netamente liberal es el Partido de la Libertad Individual, pero es extremadamente minoritario. Quizás nunca aspiren a ser fuerza mayoritaria porque no desean irse al centro a fuerza de renunciar a su ideario pese a que sea impopular. Alguien tiene que hacer esa labor y cuestionar ese statu quo porque, si no, nunca dejaríamos de tender a ese consenso socialdemócrata en el que estamos instalados.
–Regresando a Podemos, está claro que las encuestas confirman que algo debe estar cambiando en la base de la política española porque de no ser así no le habríamos dedicado diez minutos de esta entrevista a un partido que no tiene representación en instituciones estatales o municipales. No han sido los primeros, pero sí los que con más eficacia están defendiendo el sufrimiento que ha provocado la crisis económica. Han puesto cara a ese dolor a la hora que reclaman soluciones.
–Hay varios teóricos que consideran que Podemos es el partido de los perdedores de la crisis. Creo que es una definición muy acertada. Esa identificación es clara ahora mismo, veríamos si son capaces de mantener esa conexión y de resolver las necesidades de las personas afectadas por la crisis si llegan eventualmente al poder. A mi juicio, no lo harían ni mucho menos. PP y PSOE son muy fáciles de criticar, todos los españoles lo hacen.
–Pero esas críticas han existido siempre. Ahora la sensación es que ahora esa masa descontenta es capaz de no votarles y de elegir a otro partido.
–Eran críticas esperables porque nunca vas a coincidir en todo con el partido al que votas, pero lo que vemos hoy en día son enmiendas a la totalidad de PP y PSOE. Se les considera incluso cancerígenos para la vida social de este país, una sensación que va siendo mayoritaria o, al menos, muy extendida. No hace falta ser un docto profesor de Políticas o Economía para criticar, lo difícil es convertir eso en una fuerza de cambio que aúne mentalidades muy distintas. Eso desde Podemos, que son expertos en estrategia y marketing político, lo han sabido hacer muy bien. Aunque hay que corroborarlo en una elecciones, aparentemente sí han triunfado a la hora de acabar con un bipartidismo que ya estaba roto. Solo hacía falta alguien que certificara su defunción.
–A Zapatero le condenaron los recortes. A Rajoy, prometer que no iba a tocar sectores como la Educación, la Sanidad o las pensiones y hacer todo lo contrario. Esa hipocresía, unida a la imparable corrupción, ha cundido el sentimiento en buena parte de la población que el que recorta ni se entera de los recortes.
–Hay dos problemas en pensar así. Uno, creer que los recortes son evitables. Por suerte o por desgracia, los recortes son inevitables como también lo es el cambio de modelo de Estado. A lo mejor, tendremos un Estado más a la argentina: más cutre en cuanto a prestaciones pero con una retórica continuada contra los ricos. En esos contextos, parece que la gente está más dispuesta a sufrir sus propios recortes porque los ricos ya no vivirán tan bien y, encima, se les ataca. Ese es un discurso de envidia desigualitaria. Lo que nos tendría que interesar a todos es que todos pudiéramos vivir mejor. Durante la burbuja se infló la estructura del Estado y se prometió a la ciudadanía unos derechos que no se van a poder costear de ninguna manera. Por tanto, eso hay que asumirlo lo antes posible. Si lo hubiésemos hecho en 2008 nos habríamos ahorrado la expansión brutal de deuda que hemos experimentado, el aumento de tipos de interés que nos constriñe y nos obliga a recortar.
Por otro lado, con los recortes hay que intentar minimizar el perjuicio de aquellas personas que estén en posiciones más vulnerables. Las pensiones no contributivas no tiene ningún sentido recortarlas porque son indudablemente bajas y no permiten garantizar una calidad de vida envidiable, aunque para mucha gente sí son suficientes. Cuando se recortan las pensiones medias y altas y se sostiene que no se puede vivir tras las reducciones, pensemos que aún hay margen hasta llegar a las no contributivas. Lógicamente, cada uno tiene sus circunstancias, como hipotecas o deudas adquiridas. Pensemos, claro, que las personas mayores suelen tener su casa ya pagada, aunque sí que es verdad que tienen hijos a su cargo. Con mucho sufrimiento y dureza se sale adelante. Los recortes no es consolidar perpetuamente a una capa de la sociedad en unas condiciones de pobreza. Es ajustarse el cinturón durante unos años para salir de un problema bien claro: la quiebra del Estado. Cuando el país vuelva a crecer ya nos podremos plantear si conviene aumentar el gasto o ir a modelos alternativos donde, sin aumentar el gasto, la gente reciba mucha más renta per cápita.
–Afirmas que el Estado se hinchó durante los años de la burbuja económica, pero primero el PSOE y, luego y más activamente el PP privatizaron la mayoría de las empresas públicas. Algunas provocaban pérdidas, pero otras generaban beneficios. En estos casos se liberalizó el mercado para acabar con monopolios que han desembocado en oligopolios en la mayoría de los casos. ¿Sigue manteniéndose en pie el axioma de que lo privado siempre se gestiona mejor que lo público?
–No necesitamos un Estado que represente más del 5% del PIB ni que hiperregule la economía. Cuando decimos privado no es solo propiedad privada de los medios de producción, sino que es de libre entrada en el mercado La propiedad puede ser privada sobre el papel pero estar tremendamente regulada por el sector público. Eso ocurre con el mercado de la luz. Todas las etapas de producción del sistema eléctrico están completamente manoseadas por el poder político desde antes de la privatización. Si se da la propiedad privada y la libre entrada y salida, lo privado se tiende a gestionar mejor que lo público por un motivo fundamental: si una empresa privada lo hace mal (y eso es verosímil, porque los gestores privados no tienen por qué ser siempre mejores que los públicos) puede surgir otra que te tumbe. Como nadie tiene que pedirle permiso a nadie para hacerle la competencia a los dioses del mercado, hay un escenario de libre comercio.
–Pero la ambición del ser humano siempre está ahí y muchos de los sectores privatizados, y convertidos en oligopolios perjudiciales para el consumidor, son estratégicos, fundamentales en el día a día de cualquier persona. Cuando uno escucha a un economista liberal como tú se lleva la sensación de que partís de la base de que el hombre que negocia es bondadoso por naturaleza. Si no hay un Estado fuerte que regule mínimamente la situación económica, ¿quién va a controlar que no se produzcan sobornos y corruptelas?
–Se habla mucho de puertas giratorias, pero no se analiza bien la cuestión. Si se dan favores en este país es porque el Estado tiene mucho poder y genera rentas muy altas, incluso más que las que ofrece el mercado. En este país uno no gana tanto dinero generando riqueza (y sirviendo a la gente) como teniendo buenas conexiones políticas (y expoliando a la gente). Esa es la clave de la corrupción. No creo que los liberales tengamos una concepción bondadosa del ser humano, creo que la tiene quien pide un Estado más grande que, al final, estará controlado por seres humanos.
–¿El mercado no lo forman también seres humanos?
–Nosotros partimos de la base de que el ser humano es corruptible y, por eso, no queremos darle ámbitos de poder que no procedan. Amancio Ortega puede tener mucho poder económico pero no puede decidir a qué colegio mando yo a mis hijos.
–Pero el político ha sido votado por los ciudadanos.
–Sí, pero yo quizás no lo he votado. A Amancio Ortega le ha votado la gente entre comillas comprándole cosas, ha confiado en él para una cuestión muy concreta: vender camisetas y pantalones. Sobre su ámbito sí que puede tener mucho poder interno, por ejemplo, a la hora de gestionar su plantilla. Pero ahí queda su poder. Para influir en otros ámbitos, un empresario solo puede llegar a través de la política, muchas veces comprándolos, pero eso ocurre porque le damos a los políticos un poder sobre muchas áreas que no les corresponden. Quien quiera hacerlo que lo haga, pero las mayorías sociales imponen su voluntad sobre una minoría a la que no se deja decidir. La puerta abierta a la corrupción y a los abusos de poder queda abierta; son temas que los liberales venimos denunciando desde antaño y que, ahora que el tiempo nos ha dado la razón, parece que eso falsea las tesis liberales porque el ser humano no es bondadoso y hay muchos empresarios envueltos en casos de corrupción. Adam Smith ya decía que no es por la bondad del cervecero por la que se llega a hacer negocio sino por convertir el interés personal en colectivo. El Estado consigue primar el interés personal por encima del colectivo y, además, le quita el dinero y las libertades a la gente.
–¿Se puede comparar la confianza que depositas en un empresario adquiriendo su producto que la que se le otorga al político cuando se le vota para que gestione unos recursos comunes?
–Yo creo que es mucho más lícita y legítima la confianza que le damos a Amancio Ortega que la que recibe un político. Por varios motivos esenciales. A los políticos les damos un cheque en blanco casi únicamente constreñido por la Constitución. Son unos límites tan amplio que pueden hacer casi cualquier cosa. El ámbito de poder que le damos a Ortega, y estamos hablando de una de las grandes fortunas del mundo, está muy restringido a un ámbito muy particular de nuestras vidas. Si yo no compro en sus tiendas, lo que haga Amancio Ortega me trae sin cuidado. Solo puede influir indirectamente más allá de su negocio si se mete en política. En cambio, las decisiones de un político, le haya votado o no, sí que me afectan. Respecto a la empresa, uno se puede separar y formar coaliciones al margen. Con la política eso no ocurre. No se reconoce ningún derecho de ‘desaciociación’ del ámbito político. Además, en la empresa la confianza se revalida cada día porque es a diario cuando la gente consume y renueva su fidelidad. En la política, como mínimo, te dan cuatro años. El poder de un Estado fuerte se asemeja al de un dictador y, obviamente, cuenta con el beneplácito de una parte importante de la población porque con la coerción y el adoctrinamiento no se podría mantener por sí solo. Piensa por ejemplo en la diferencia de poder que tienen Fidel Castro, que apenas gobierna en una pequeña islita, con el de Amancio Ortega, que es el dueño de una multinacional. Castro te puede matar, si quisiera, te puede hacer preso, te puede adoctrinar absolutamente… Castro tiene un poder absoluto sobre lo que pasa en esa isla y Ortega, en cambio, no tiene un poder absoluto en lo que pasa en todo el mundo y, de hecho, en cualquier momento puede desaparecer y, en cambio, el régimen comunista solo desaparecerá cuando esa mayoría o minoría social que le da apoyo deje de dárselo. La gente puede estar huyendo masivamente de esa isla y no pasa nada.
–Pese a la evidente falta de libertad que hay en Cuba en varios aspectos (empezando por la ausencia de elecciones libres), el régimen de Castro ha eliminado el analfabetismo y ha implantado Educación y Sanidad públicas y universales. Sin embargo, empresarios como Amancio Ortega sacan partido de la corrupción y la falta de legislación laboral de países como Bangladesh para instalar allí sus centros de producción. En abril de 2013, uno de los talleres de costura donde se trabajaba para Inditex en condiciones infrahumanas se hundió y murieron más de 300 personas. Nadie le ha pedido a Amancio Ortega que rinda cuentas a la justicia por ello.
–¿Amancio Ortega se aprovecha de Bangladesh? Su riqueza no depende de ese país por un motivo básico: si así fuera, en Bangladesh habría millones de empresarios como él.
–Si no saliera ganando, ¿por qué no tiene sus fábricas en Galicia, donde comenzó su negocio?
–Tú tiendes a montar tus fábricas donde sea más barato, pero pensar que el valor añadido de empresas como Inditex es el coste de producción tan barato que ofrece Bangladesh no es cierto porque cualquiera podría poner fábricas allí. No es que le hayan dicho: “Aquí tienes un campo de esclavos y solo lo vas a tener tú”. Cualquiera puede invertir allí (y otros lo hacen) y, sin embargo, Inditex es lo que es por la comercialización, diseño, distribución, la logística tan rápida con la que cuenta, que generan valor añadido. Y, lógicamente, si puedes vender tus camisetas un 10 por ciento más baratas, lo haces. Ellos crearon un modelo de distribución de ropa que acabó con las temporadas. La gente ya no va cada tres meses a renovar el vestuario, como hacía antes acudiendo a El Corte Inglés. La rotación de mercancías y las calidades medias permitieron que mucha gente fuera a comprar varias veces al mes, cambió el paradigma y su ascenso ha ido acompañado del declive de El Corte Inglés. Volvamos a los Castro. Decir que han ofrecido Educación y Sanidad es una mentalidad muy de esclavo, de no comprender qué es la libertad.
–Aquí en España se ha tenido esa mentalidad respecto al empresario. Como me da trabajo, se lo debo todo, no puedo protestar.
–No creo que al empresario se le deba algo por dar trabajo. Si no nos lo dan, deberíamos ser capaces de emplearnos. La virtud del sistema capitalista es esta, evitar que existan una serie de dictadores empresariales. Cualquiera con una buena idea que sirva al consumidor puede ser empresario. Tú puedes decir que no quieres calentarte la cabeza montando tu empresa y que te interesa una especie de seguro que sería el empresario, un tipo siempre expuesto al mercado. Eso tiene poco que ver con la esclavitud en tanto en cuanto puedas cesar esa relación cuando puedas, buscar otras más provechosas mientras sigues trabajando en esa empresa o emplearte a ti mismo. Eso con el comunismo no es posible: si fuera una comuna voluntaria, fantástico, pero no es así. Se establece un régimen dictatorial y monopolístico sobre un territorio y los que no están de acuerdo –incluso asumiendo la propaganda de que la Educación y Sanidad de Cuba son buenas– no pueden vivir de otra manera.
–La barrera económica para que los autónomos entren en el mercado es infinitamente más alta que en otros países europeos como Italia o Francia.
–¿España es un mercado libre? Mercado hay, pero con muchos grises. Este es uno. Otro es todas las conexiones políticas que debes tener para que tu empresa se convierta en una gran sociedad. Salvo algunos casos de éxito como Inditex o Mercadona, pocas empresas están prosperando sin favores políticos.
–Mercadona aparecía en los papeles de Luis Bárcenas como una de las sociedades que ha financiado, presuntamente de forma ilegal, al Partido Popular.
–Pero su éxito no depende de eso.
–Cuando esa cadena de supermercados quiere abrir un establecimiento nuevo necesita una licencia. Si ese municipio está gobernado por un partido al que Mercadona le ha ingresado una cantidad importante de dinero, alguna conexión podría haber.
–Pero es que Mercadona no debería pedir una licencia para establecerse. Otra cosa es que tengas que meterte en el barro para pedir algo que no deberías pedir, para defender tu derecho de comprar un local y abrir un supermercado si es lo que quieres. Yo distinguiría mucho esos casos de esas empresas que viven del dinero público exclusivamente. El ejemplo más claro es el de una empresa de construcción montada con dinero público y a la que le abren el mercado. Mercadona ha triunfado a pesar de la política cuando otras muchas lo han hecho gracias a la política, una anomalía de este país que habría que corregir. ¿Qué veía uno en el IBEX 35 del año 2006? Bancos, empresas privatizadas… Sociedades nacidas bajo el manto protector de la política. Si uno mira el Dow Jones estadounidense, de 35 empresas solo dos podrían tener alguna relación con la política. En Estados Unidos no hay una retórica anti grandes empresas, se las suele ver con admiración; gente que no era nada y ahora lo es todo se toma como ejemplo de triunfo al servicio de la sociedad. En España, se mira a estas empresas con recelo porque se sabe que hay empresas que extraen rentas a la ciudadanía a través de la política.
–¿Qué exista un 15 por ciento de pobreza en Estados Unidos es el mal necesario para que este sistema funcione?
–El nivel de pobreza se está redefiniendo constantemente. Ahora, la línea está allí casi en 20.000 dólares. ¿Eso es ser pobre? En España, no. El pobre estadounidense, en más de un 95%, tiene automóvil, microondas, aire acondicionado… No son home less. Creo que hay en torno a un millón de personas sin techo, pero, claro, hablamos de un país que tiene 300 millones de habitantes. La pobreza de verdad sí es residual, aunque haya gente que viva mal porque no tiene seguro sanitario. No tener seguro puede ser muy negativo en algunas situaciones, pero en otras no tiene por qué serlo. Una persona joven, que no tenga problemas de salud no tendrá por qué costearse una operación.
–Pero un día se levanta con un dolor en la barriga, ese dolor no se marcha durante un mes y, como no tiene seguro, no se gasta sus ahorros en comprobar con una prueba médica si lo que tiene es grave.
–Claro que puede haber casos, pero pensar que los 40 millones de personas que no tienen seguro (algunos porque están cambiando de trabajo) son pobres es falso. Alguien sin problemas de salud no tiene dificultades para vivir en ese sistema y, para los mayores de 65 años, cuando la salud mengua, la financiación de la sanidad ya es pública. No es inverosímil que no te haga falta un gran tratamiento sanitario durante toda tu vida y que te puedas ahorrar una buena cantidad de dinero que ahora te cobran en impuestos. La otra gran diferencia entre EE UU y España está en los sueldos: allí son más altos. Son culturas diferentes que han creado mentalidades diferenciadas. En EE UU áreas como la cultura o el deporte se financian desde la sociedad civil porque se entiende que el Estado no debe ocuparse de ellas. Yo no critico que algunas personas quieran ceder parte de su libertad al Estado, pero que no me obliguen a mí a hacerlo.
–Antes de acabar me gustaría preguntarte por las hipotecas. Me ha sorprendido encontrar cierto paralelismo en varios de los artículos que has dedicado a este tema con una idea central de Vidas hipotecadas, el libro que firmaron Adrià Alemany y Ada Colau. Tanto ellos como tú criticáis la cultura española de hipotecarse de por vida para obtener una vivienda en propiedad y, además, denunciáis que en este país se construyeran el doble de pisos de un país que casi nos duplica en población como Alemania.
–No soy crítico con que la gente tenga propiedades; de hecho, a largo plazo creo que eso puede dar estabilidad a este país que casi todo el mundo sea propietario. Así los ataques a la propiedad privada son más difícilmente vendibles. Pero tú puedes ser propietario de muchas cosas, tu patrimonio no tiene por qué ser solo de bienes inmuebles. Uno tiene que planificarse financieramente y la vivienda entra en esos cálculos. Comenzar a hipotecarte a los 20 y pocos años cuando no tienes una perspectiva de estabilidad de renta que te permita ahorrar cantidades apreciables, es hipotecar tu futuro. ¡Pero no por la vivienda! Muchas veces se renuncia a tener un patrimonio financiero más estable por ser propietario de la vivienda. Si así se hubiese hecho, las penurias de la crisis se habrían sobrellevado con más soltura.
–¿Esas hipotecas se concedieron en situaciones de igualdad entre los bancos y compradores? La vivienda es un bien de primera necesidad.
–Un contrato puede tener vicios de forma, pero si no los tiene, va a misa. Uno tiene que aprender a asumir sus errores cuando los comete. Yo mismo he comprado acciones bursátiles y en esas operaciones lo he perdido todo. ¿Merezco algún resarcimiento? Ninguno. ¿Se merecen alguna quita los hipotecados? No, pero por esa regla de tres, tampoco se merecen los bancos el rescate que se les ha hecho con dinero público. Los bancos se equivocaron con sus operaciones. No es coherente, entonces, pedir que los hipotecados merecen ser rescatados y reclamar que los bancos debieron quebrar, como se defiende hoy desde muchos ámbitos.
¿Qué piensa Juan Ramón Rallo de…
Rodrigo Rato. Paradigma de empresario de este país. De casta.
Miguel Sebastián. Un académico que se vendió a la política.
Esperanza Aguirre. Dijo ser liberal y no pudo o no quiso serlo.
José María Gay de Liébana. Buen comunicador y cercano a la gente.
La CEOE. Los sindicatos de los empresarios, un lobby más.
Los sindicatos. La perversión de lo que debería ser.
La escuela. Un lugar donde educarse –no debería ser el único– que ha terminado convirtiéndose en un centro de adoctrinamiento.
Las acciones preferentes de los bancos. Una decisión política para recapitalizar las cajas de ahorro a costa del desconocimiento financiero de muchas personas.
El riesgo. Algo presente en nuestras vidas.
El dinero. Importante, pero no esencial para muchas personas.
Fotografías: Fabricio Triviño