Los 50 años de John Freddy Müller González se dividen en dos mitades casi idénticas: un cuarto de siglo vivido en su Chile natal y otro tanto en España, donde trabajó en El Mundo desde octubre de 1989 (formando parte de su equipo fundacional) hasta el 1 de enero de 2014, marchándose de la redacción un mes antes de la destitución de Pedro J. Ramírez. Fue el veterano periodista logroñés quien confió en John Müller para que ejerciera de corresponsal de Diario 16 en el Chile que tuvo que decidir a finales de los 80 si mantenía a Augusto Pinochet en la jefatura del Estado o apostaba por convertir una dictadura genocida en una democracia liberal y parlamentaria.
Después, Müller ejercería puestos de responsabilidad muy variados en El Mundo en las secciones de Local, Internacional o Economía. Antes de repasar su etapa en el gigante de Unidad Editorial (donde conserva una columna de opinión), aprovechamos el inicio de la charla en el Café Gijón para preguntarle por aquella aventura de juventud en su país natal al canoso periodista sudamericano, quien, por otro lado, ha publicado dos libros en los últimos ocho meses: #Podemos. Deconstruyendo a Pablo Iglesias y Leones contra dioses, una crónica sobre el papel de los políticos españoles en la gestión de la crisis económica.
–Con los tiempos que corren para los que somos periodistas y jóvenes, me ha llamado la atención un dato de tu biografía. Con 23 años eras uno de los jefes de redacción del Hoy, un semanario importante en Chile en la época en la que se votó en referéndum la continuidad de Pinochet en la jefatura del Estado.
–Era el jefe de la sección de Nacional del Hoy. El director era un periodista más veterano que yo, mi mentor, Abraham Santibáñez. De hecho, me vine a España porque en Chile había muy pocas oportunidades en la prensa, decisión que tomé, además, por razones sentimentales. Si querías hacer carrera en los medios grandes –el Hoy era además una revista, un medio pequeño– tenías que esperar a que varias generaciones de periodistas se quitaran de en medio. En España, en cambio, la situación era diferente. En ese momento, en los 80, todavía quedaba algo del espíritu de la Transición. Piensa que en 1980, Pedro J. [Ramírez] fue director con 28 años. ¡De Diario 16! Aquí había oportunidades para los [periodistas] más jóvenes porque la generación anterior era la que trabajó con el franquismo y fue borrada del mapa y sustituida por una nueva. Un poco lo que va a pasar de nuevo en este país dentro de poco.
–¿Eso mismo ocurrió en Chile cuando Pinochet dejó el poder y el país se transformó en una democracia?
–No. Es curioso, pero no ocurrió. La perspectiva siguió siendo la misma durante mucho tiempo. Para haber llegado a ser jefe de Internacional del equivalente chileno de El Mundo, probablemente hubiera tenido que esperar a tener 40 años.
–A España llegas a mediados de los 80 a completar tu formación en la Universidad de Navarra y luego regresas a tu país en 1988, el año del plebiscito. Además de trabajar en Hoy eras el corresponsal de Diario 16 en Chile.
–Fue el año más interesante de mi vida, al igual que les pasa a muchos chilenos de generaciones diferentes que vivieron activamente lo que pasó en 1988. Dijimos «no» a la dictadura. Lo recuerdo como un período intenso, trabajando un montón. Además de mis compromisos con Hoy, tenía mucho trabajo para Diario 16. Pedro J. tomó una decisión y me llamó por teléfono para comunicármela: «Quiero dar el plebiscito en Chile como si fuera en España». Eso significó un mes de trabajo con muchas covers. Hoy era la revista de la oposición democrática. Por lo tanto, era el eje de casi toda la política de la campaña del ‘no’ a la continuidad de Pinochet. El que iba a ser futuro presidente de la República era una de las personas que visitaban nuestra sede. Nuestras fuentes eran los que serían los futuros ministros. Digamos que la transición pasaba por la revista. Era muy interesante tener contacto con todos ellos y poder conocerles. Una vez que quedó claro que el camino de Chile no podía ser otro que la democracia, decidí volver a España. Piensa que en el 89 cae el Muro de Berlín: si algo justificaba el régimen militar de Pinochet era la Guerra Fría, así que desapareció la última excusa para mantener un régimen militar. Con la democracia enfilada en Chile, sentí que era el final de mi compromiso público con mi país y la hora de resolver mis problemas personales.
–¿Has visto la película No, basada en aquella campaña?
–Es bastante precisa y exacta. Estuve muy implicado en la campaña haciendo un trabajo colateral en el Comité por las Elecciones libres. El plebiscito fue en octubre y en mayo del 88 habíamos tenido una reunión con dirigentes de la Alianza Democrática: el problema que se planteaba era la falta de credibilidad entre los jóvenes hacia el plebiscito. Creían que no era necesario ir a votar porque un referéndum es algo ocioso en una dictadura. El trabajo periodístico consistió en transmitir a la juventud que aquello era una oportunidad que no se debía desperdiciar. Y creo que lo hicimos bien. Es verdad que grupos de jóvenes, grupos pequeños, estuvieron en la posición del Partido Comunista, que creía en radicalizar los términos hasta llegar a una revolución armada y de corte violenta que diera paso a la dictadura del proletariado. Recuerda, estamos en el 88. Aún no había caído el muro.
–Vosotros os adelantasteis.
–Yo creo más bien que la sociedad chilena no se enteró de lo que estaba pasando en Europa. El mensaje más fuerte no era el fin del comunismo sino el fin de la dictadura. Los chilenos habían descubierto que ya era hora de dar un paso hacia la democracia. El resultado de ese plebiscito me reconcilió con mi país. Había tenido dos experiencias previas de votación: una consulta en el 78 y un referéndum en el 81 donde la dictadura había ganado por goleada: no hubo colegios electorales ni controles. Cuando tenías que ir a convencer a los jóvenes te contestaban que el Gobierno de los militares había ganado dos plebiscitos como los ganaba Franco en España: por el ciento uno por cien de los votos. Lo bueno fue que, como los chilenos son tan legalistas, el Tribunal Supremo dictaminó que había que crear un registro electoral para votar en el plebiscito que Pinochet quería hacer para continuar nueve años más en el poder. Fue eso lo que nos permitió generar dos líneas de control electoral, designando padrinos en las mesas de votación y estableciendo unos controles que le quitaran a Pinochet cualquier tentación de cometer fraude.
–¿Qué día ocupa en tu memoria el día en el que la dictadura decide censurar la publicación en la que habías empezado a trabajar?
–Bueno, cuando yo llegué al Hoy ya estaba aplicada la censura previa. El día que se decidió censurar a la revista estaba yo en la Escuela de Periodismo y ya sabía que iba a hacer prácticas allí, pero aún no las había comenzado. Lo viví desde fuera y hasta que no llegué a la redacción no comprendí qué significaba trabajar con censura, condicionante que provocaba un impacto bestial entre los demás periodistas. Imagina lo que era tener que mandar cada texto a un censor que cortaba los artículos como bien le venía en gana. ¡Veían peligro en palabras anodinas que no significaban nada!
–Si nos abstraemos de qué implica la censura, revisar qué palabras y expresiones mutilaban se convierte en algo casi cómico.
–A toro pasado, sí. Hoy era la única revista de la oposición que no había sido clausurada y declarada «no tolerable». La censura nos permitía descubrir los miedos, obsesiones y temores del dictador: veías lo que no quería que su pueblo supiera. Era tan lacerante el tipo de banalidades que le preocupaba que la gente no supiera… Resultaba chocante.
–¿Por ejemplo?
–Hubo un terremoto en marzo del 85 y el único edificio que se derrumbó en Santiago –porque estaba mal construido– tenía como arquitecto firmante de los planos al entonces ministro de Transportes, Modesto Collados. ¡Lo puse en la nota breve que escribí y lo censuraron! No querían que se supiera que el autor del único edificio que se había venido abajo en Santiago era el del ministro, cuando, por otro lado, esa información era vox populi. Todo el mundo lo sabía.
Me has hecho recordar otra cosa: la palabra transición estaba prohibida. ¡No se podía poner!
–¿Ni siquiera para hablar de deportes o cultura?
–En ningún sitio. En Internacional escribimos sobre la Unión Soviética de Gorbachov, un político que empezaba a coger fama. El título del artículo fue: «¿La Unión Soviética en transición?». Nos censuraron la palabra prohibida y quedó «¿La Unión Soviética?» porque no podíamos rellenar los espacios que la censura provocaba con sus cortes. Si nos prohibían usar una foto, ese espacio quedaba en blanco.
–Quedaba la revista a medio hacer.
–Se notaban las heridas que había dejado el censor.
–Hace unos días hablábamos con Olga Rodríguez, quien nos comentó que «un buen periodista debe tomar partido por la verdad porque ser neutral implica una toma de partido», que suele estar relacionada con «el poder financiero y político». ¿Qué piensas de esa frase?
–El compromiso con la democracia es lo mínimo que se le puede pedir a un periodista. No conozco ninguna dictadura donde exista libertad de prensa y se pueda ejercer el oficio de periodista con las mínimas garantías. Si estás en contra, la dictadura te mata, te persigue o te acalla. Si estás a favor, nunca contarás toda la verdad. Entonces, el único contexto en el que se puede ejercer el periodismo de una manera digna es en democracia. Quizás Olga se está refiriendo a tener una posición política dentro de la sociedad. Me parece legítimo que un periodista la tenga. Igual de legítimo que no la tenga. Igual, me parece ilegítimo que un periodista haga prevalecer sus ideas para manipular una información y manipular un título o unos datos. Creo que en los contextos democráticos hay suficiente pluralismo como para que el ciudadano sepa discernir cuáles son los hechos y cuáles las opiniones.
Además, creo (y si no es así, debería serlo) que los ciudadanos de una democracia deben ser personas conscientes de lo que tienen entre manos, personas activas que sepan leer la prensa y no creerse lo primero que se les cuenta. En ese contexto es admisible que un periodista tenga sus ideas, trabaje por ellas y las defienda en sus columnas de opinión. Otra historia es que manipule los datos y oculte la verdad: por ejemplo, un periodista que dijera que no hay déficit estatal y que el Estado está en un gran momento sería un mentiroso redomado. Todos sabemos que el Estado tiene déficit y que hay determinadas políticas que no se pueden hacer por ese motivo.
–Ahora que has hablado de la importancia de que los ciudadanos sepan leer la prensa me has recordado que Juan Arias nos comentó que uno de los mayores problemas de Brasil es que gran parte de la población es «analfabeta funcional»: no sabe comprender el significado del titular de una noticia. Salvando las distancias, ¿crees que se da esa situación en España? ¿Es producto de nuestro déficit educativo?
–No hay ningún tipo de justificación para ese déficit porque nos hemos gastado un dineral en los últimos años de la democracia en Educación. Es curioso, pero Chile y España son de los países de la OCDE que más gastan en este apartado. En España, es el Estado el que se lo gasta y en Chile son los particulares, las familias. Sin embargo, los resultados son igual de malos allí como aquí. Ninguno de los dos países tiene universidades entre las cien mejores del mundo. Regionalmente pueden destacar, pero a nivel mundial, no. España tiene además problemas graves de deserción escolar.
–En la época de la burbuja inmobiliaria, el abandono escolar estaba a la orden del día.
–Así es. Por eso los españoles no tienen excusa para ser ignorantes. Con todo, creo que la población española está bastante educada.
–Haber tenido seis leyes educativas desde la restauración de la democracia no ha ayudado mucho.
–[Los cambios legislativos] Son irrelevantes. Esas leyes no han cambiado nada. En una reforma, la religión ha valido para la nota media del curso y en otras, no. El debate de la educación en España es lamentable porque se ha limitado a esa anécdota del papel de la religión. Ninguna reforma ha sido clave para reformular la educación de los españoles, que se siguen educando bajo el mismo programa académico, en la escuela y en la Secundaria, que se hizo para el s. XIX. Han cambiado los títulos de los libros y quizás ahora ven películas, pero seguimos estudiando las mismas cosas.
–Volviendo al periodismo, en mi época de estudiante hice un trabajo sobre el trato que le daban los medios de comunicación a los casos de corrupción –coincidiendo en el tiempo con la salida a la luz de la trama Gürtel– y contacté con Raúl del Pozo, que me explicó cómo se trabajaba en El Mundo este tipo de informaciones. Él me contó que el periódico, desde su fundación, había tenido como lema «que toda la información que se conoce debe ser contada a la ciudadanía». Según Del Pozo, desvelar hasta el último detalle era el servicio que todo periodista le debe a la democracia. Tú estuviste en el equipo fundador de El Mundo, ¿notaste mucho cambio en la manera de hacer periodismo que habías practicado en Chile o que hacían otros medios en España?
–Respecto a Chile, lo que noté era la libertad que había para trabajar. Quizás lo más importante fuera la certeza de que no te iban a seguir para asesinarte escribieras lo que escribieras. Es verdad que en aquellos años teníamos a ETA muy activa y los compañeros que trabajaban en el País Vasco corrían un riesgo muy importante. Yo era muy joven y despreciaba completamente la vida. Mi sueño era ser enviado especial como Alfonso Rojo o Julio Fuentes e irme por ahí a esquivar las balas de la guerra. En España había, en definitiva, tranquilidad para trabajar y entrar hasta en los temas más complicados. Aunque estuvieras hablando de los GAL, sabías que podías informar.
En cuanto a lo de publicar todo, creo que El Mundo sí rompió una norma muy detestable que había en la prensa española: los editores se guardaban informaciones para chantajear al poder y conseguir favores. Hay grupos enteros de comunicación que se han construido sobre dossieres e informes. Pedro J. dijo que «El Mundo no guardaba los temas que conocía, no los metía en un cajón y esperaba que le hicieran favores. El Mundo los publicaba». Si alguna vez nos guardamos alguna historia de corrupción fue exclusivamente porque venían unas elecciones y esas informaciones afectaban al Partido Socialista. Tuvimos, en una ocasión, la deferencia de guardarnos un tema de corrupción que probablemente les hubiera hecho un daño indecible porque había unas elecciones. Podrían habernos tildado de que habíamos jugado con ventaja, sacándolo exclusivamente porque venía una cita electoral.
–Conoces a Pedro J. desde que tenías 23 años y con él has trabajado casi toda tu carrera como periodista. ¿Cuántas veces has tenido que desmentir que El Mundo era un instrumento de Aznar para destruir la figura de González y llegar al poder?
–Lo que creo es que, en esa época, la dinámica que existía no es que El Mundo fuera un instrumento de José María Aznar, sino al revés. Muchos pensaban que él era producto de nuestra línea editorial y que el PP era nuestro partido.
–Periódico y partido nacieron a la par.
–El Mundo se había creado tras la escisión de una buena parte de la redacción de Diario 16 tras el despido de Pedro J. Son las corrupciones de Felipe González las que aúpan a Aznar al poder. ¿Cuántas veces tuve que desmentir que éramos un instrumento del PP? Muchísimas. El Mundo tenía un proyecto intelectual propio, diferente al del PP.
–Aquella corrupción del PSOE de los 90, ¿palidece ante los casos de corrupción destapados en los últimos cinco o seis años? Algunas tramas, como las de CiU, se produjeron precisamente en esa época.
–Creo que no. Piensa que en aquella época estaban tocados los elementos que fundamentaban la confianza de un español en su país: el señor que firmaba los billetes de las pesetas, Mariano Rubio, manchado por la corrupción; la Guardia Civil, en la que todo el mundo se fija porque es la que te multa en la carretera, pero también la que te protege en la zonas rurales, tenía a su director general [Luis Roldán] en la cárcel después de haber huido por medio mundo con un montón de dinero… Lo detuvieron en Laos. El PSOE, el principal partido del país, estaba financiado ilegalmente. No había tocado a la Casa Real la corrupción, pero sí había mucho ruido en torno a esa esfera porque el Rey tenía relaciones sentimentales fuera del matrimonio con distintas mujeres españolas.
–Ahora también hay indicios fundados de que el principal partido del país ha sido financiado irregularmente y la corrupción en torno a la Casa Real es mucho más evidente. Pero es que en aquella primera mitad de los 90 parecía imposible hablar del apellido Borbón. TVE canceló El peor programa de la semana solamente porque se invitó a Quim Monzó, que parodiaba a la monarquía en TV3.
–No lo recuerdo… Sí me acuerdo cuando [Fernando] Arrabal salió borracho en un programa. En la tele de aquella época pasaban esas cosas.
–El peor programa de la semana lo presentaba el Gran Wyoming. En La 2.
–Le pegaba al Wyoming tenerlo.
–¿Por qué?
–Él siempre va de outsider, pero luego es realmente un insider. Es el gran creador de opinión. Va de tío marginal y, en el fondo, está en el corazón del sistema. Tiene esa capacidad de conectar con la sociedad y es el gran creador de la mirada de los españoles. El español pequeñito que todos llevamos dentro es un poco antisistema… pero de boquilla.
–En el prólogo de Leones contra dioses hablas de los dos felinos del Congreso, que vienen a ser Daoíz y Velarde, dos militares que comandaron la revuelta espontánea contra los franceses el 2 de mayo de 1808. ¿Representan ese espíritu del español que es capaz de aguantar palos y palos para rebelarse un día contra el poder?
–Sabes que las parejas son un clásico de la literatura: Quijote y Sancho, Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Zipi y Zape… La pareja de leones Daoíz y Velarde no se cómo se lleva, solo que uno no tiene bolsa escrotal. El otro, sí. ¿Sabes por qué no tiene?
–No.
–El Canal Historia montó un lío fenomenal con esta historia. Los leones están fundidos en bronce sacado de los cañones tomados al enemigo en África. El Canal Historia investigó sobre ellos y descubrió que el león de la izquierda, Daoíz, el que sale en la portada de mi libro, no tiene saco escrotal. Y el otro, sí. El Canal Historia sacó la conjetura de que el bronce de los cañones no había llegado para fundir otro saco escrotal. Empezaron a indagar y se llegó a sacar un crowdfunding para pagar el saco escrotal a Daoíz. El hecho de que no tenga tiene una explicación.
–Es hembra.
–Exactamente. Aunque parezca un león macho por sus caracteres externos, los dos leones del Congreso son dos héroes griegos, mezcla de humano con Dios: Hipómenes y Atalanta. Cometen una fechoría y los dioses les condenan a vivir toda la vida bajo la forma de leones. Obviamente, el león que representa a Atalanta no tiene saco escrotal porque era una chica. Aunque lleve melena y sus caracteres secundarios sean masculinos.
–Dedicas los primeros capítulos de tu último libro a elaborar la teoría de que José Luis Rodríguez Zapatero no tenía ni idea de economía. ¿Cuándo te diste cuenta?
–[Ríe]. Antes de que ganara las elecciones de 2004. Me hice cargo de la sección de Economía de El Mundo en 2005 y ya tenía claro que no tenía ni idea. Al inicio de su mandato había un gran debate organizado sobre si la inversión extranjera había comenzado a huir de España. Zapatero llamaba al periódico, hablaba con el director y sacaba la cifra de flujo monetario que entraba en España para sostener que la inversión externa no había caído. No sabía una cosa que descubrió Paul Krügman: los países que reciben fuertes flujos extranjeros acaban generando grandes déficits de dinero. Así como el dinero entra, se va. Provoca un desequilibrio porque existe una ley de las compensaciones. Era obvio que el chorro de euros de Europa que entró en España iba a generar un déficit muy abultado.
–Mariano Rajoy ganó las elecciones argumentando que no iba a aumentar los impuestos y asegurando que ciertas áreas del Estado del Bienestar eran intocables. Ha incumplido totalmente sus promesas, teóricamente obligado por esos «dioses» del mercado. ¿Rajoy sabe más de economía que Zapatero o andan a la par?
–Rajoy conoce mejor el Estado que Zapatero, pero no sabe más de economía en el sentido que no tiene una experiencia en el sector privado. Rajoy es un consumado conocedor de la burocracia estatal y sabe cómo elaborar unos presupuestos, algo que también aprendió Zapatero al final. Ninguno de los dos sabe economía en el sentido de tener sensibilidad hacia el pensamiento económico y hacia las claves que maneja este saber. No saben identificar un problema y ver cómo evoluciona en sus distintas dimensiones. Uno, por su ideología, y otro, por su cultura funcionarial, siempre han tenido actitudes intervencionistas en lo económico. Zapatero actuaba sobre las expectativas de los españoles –porque en el fondo es un político– y Rajoy es un hombre que se detiene mucho en la formalidad del funcionario. Eso les hace regulacionistas y les lleva a dictar leyes en vez de generar incentivos en la sociedad para que se conduzca de otra manera.
–Es curioso que un funcionario que ha pasado por casi todos los cargos de la estructura local, regional y estatal como Rajoy sea el político al mando del Gobierno central en el momento en el que parece que el statu quo del bipartidismo se va a romper.
–Es lógico: es el corolario de la crisis española. Si hay algo que no funciona en este país es la élite. España ha demostrado que no sabe seleccionar a los mejores para que gobiernen. A las pruebas me remito: lo que piensa la gente de sus políticos es horrible. La clase política española está formada por una muy trabada alianza entre el funcionariado y los políticos. ¿Por qué? Porque la mayoría de los políticos son funcionarios, solo hay que echar un vistazo en el Congreso de los Diputados. ¿Por qué lo son? Existe un incentivo específico para que los funcionarios puedan ser políticos: se les respeta su puesto de trabajo y tienen excedencias generosísimas para abandonar el funcionariado e incursionar en política. Si ganan la elección, entran en las instituciones; si no la ganan, vuelven a su trabajo.
¿Qué pasa cuando un funcionario entra en política? Que un estilo de vida entra en política: son personas que están acostumbradas a cumplir un orden jerárquico (el Estado weberiano) y a obedecer; son poco audaces, valientes, individuos que no quieren tomar riesgos. Además, suelen creer que el liderazgo no es algo imprescindible para desarrollar su trabajo. Cumplen su labor en un engranaje preciso dependiente de un orden superior. Eso nos lleva a tener una clase política muy conservadora y súper regulacionista que ha producido un millón de páginas de BOEs autonómicos y nacionales. Creemos que el mundo se gobierna a través de leyes. Pero lo fundamental es lo del liderazgo, que no va con ellos. ¡Pero si es fundamental para un político! Hemos inventado la clase política sin liderazgo.
–Al igual que Rajoy, Leopoldo Calvo-Sotelo no destacaba precisamente por su carisma. Dejando de lado que el expresidente de UCD hablaba cinco idiomas y al actual jefe de Gobierno le presuponemos uno y medio (nunca le he oído hablar gallego), ¿qué otras diferencias encontrarías en la preparación de ambos?
–Leopoldo Calvo-Sotelo fue el número 1 de su promoción cuando acabó Ingenería de Caminos, Canales y Puertos y tenía una preparación científica que le permitía otro tipo de enfoque ante los problemas de la política. Hablamos de dos personas muy distintas: Calvo-Sotelo trabajó durante 25 años en el mundo empresarial antes de la Transición. Tuvo que hacerse cargo del país en unas circunstancias muy complicadas, algo que le ha pasado a Rajoy también aunque los dos momentos no se pueden comparar. A Rajoy le apoyaba la Unión Europea, al menos. Y a Calvo-Sotelo, casi nadie.
–¿Qué ha sucedido en estos cuatro últimos años en España para que vayamos a pasar presumiblemente de unas elecciones que le dieron 10 millones de votos al Partido Popular a unos comicios donde populares y socialistas pueden no sumar conjuntamente el 50 por ciento de los sufragios?
–Básicamente, el campo socialista se ha hundido. El PSOE no supo gestionar el legado de Zapatero cuando este empezó a reconducir su política económica. El partido entró en un proceso de descomposición del que muchos políticos españoles ya habían advertido. El problema es que ha habido gente muy irresponsable que pensaba que los socialistas podían desaparecer sin que eso provocara un trastorno enorme en la política española. La desaparición del campo socialista como fuerza moderadora de una serie de impulsos sociales –en la medida en que civilizaba esas tendencias– es un desastre que ya hemos visto en Catalunya. La principal explicación del auge del soberanismo es la desaparición del PSC. Su desarticulación producida por fuerzas internas soberanistas que se han cargado el socialismo clásico catalán.
–En ese aspecto ha tenido que ver que el papel federalista que tenía Pasqual Maragall se fuera diluyendo por injerencias provenientes de Ferraz.
–El papel federalista de Pasqual Maragall desapareció cuando se puso a hacer el Estatut d’Autonomia… que Zapatero le animó a hacer. Discuto lo que dices: en su etapa final Maragall trabaja para tesis soberanistas, no para el federalismo.
–Pero aunque formó gobierno con ERC, él nunca respaldó un proceso de secesión.
–Si hubiera sido federalista habría ido a modificar la Constitución, no el estatuto de su comunidad. Él pensaba montar un autogobierno dentro del esquema español que desafiara esta estructura superior. La lógica es que, si hubiera sido federalista, hubiese ido a por el texto constitucional, no a por la reforma de un texto menor. Podría llamarse a sí mismo federalista, pero no lo era. Su mandato divide a su partido. El PSOE no entiende que los primeros que se dividen ante el tema soberanista son ellos mismos. La prueba de que la desestabilización del campo socialdemócrata es crucial la tenemos en Escocia. El tipo que salva el referéndum escocés y que hace que gane la unidad es Gordon Brown. El laborismo consigue revitalizar el pacto de los escoceses con el Reino Unido. La pérdida de influencia del PSOE es muy arriesgada porque permite que haya espacios para minorías aventureras como Podemos.
–La mayor parte del voto que pueda recoger Podemos en Municipales y Generales debería proceder del PSOE y de Izquierda Unida…
–… Podemos se ha comido por completo a IU.
–Pero también una parte del voto va a proceder de ciudadanos que votaron a Rajoy en 2011 y que se han sentido estafados por el PP.
–No lo creo. Ese es el gran fracaso de Podemos. Se presentaron como un partido instrumental: «Estamos aquí para acabar con el bipartidismo», usando un discurso que se engarza con las tesis de Monedero que dicen que la Transición fue el segundo tiempo del franquismo. Ese discurso se ha venido abajo a lo largo de los meses –y ahí Pablo Iglesias hace incluso una invitación a gente que ha votado al PP para que se sume a sus huestes– y lo machacaron ellos mismos aquel día que su líder le dio una entrevista a El País y dijo que la próxima confrontación electoral iba a ser entre Podemos y el PP. ¡Es el neobipartidismo! Es que era imposible que Podemos se pusiera una piel de cordero encima de su ideología de izquierdas. Nunca un tío que ha votado al PP va a votar a un partido colectivista de izquierdas. El mundo se tendría que volver loco.
–¿Dónde irán los votos que pierda el PP? Porque las encuestas dicen que va a caer considerablemente en número de diputados y concejales.
–Los descontentos por el aborto o ETA van a votar a VOX principalmente. Los que tengan una conciencia antiautonomista más fuerte se irán a UPyD. Los liberales y los que reúnan las condiciones comentadas en un grado menor de preocupación votarán a Ciudadanos. El tipo que pase de votar al PP a hacerlo por Podemos tiene un despiste inconmensurable. ¡Que puede existir, ojo, porque en el mundo existe de todo! Pero vamos, el dimorfismo político de ese tipo sería total. Tampoco sé si toda la gente vota con la misma solemnidad con la que yo me tomo el voto. A mí me costó mucho ejercerlo. Era muy viejo cuando pude votar por primera vez en Chile y valoro muchísimo lo que es poder votar. Lo hago escrupulosamente consciente y sabedor de cuál es mi obligación. En Chile se daba la circunstancia de que el voto era obligatorio; con lo cual tengo una cultura de respeto hacia el acto electoral tremendo. Voté con 26 años la primera vez, así que me llevé la sensación de que me burlaron ocho años de ciudadanía.
–¿En cuánto tiempo elaboráis #Podemos. Deconstruyendo a Pablo Iglesias? Lo publicáis exactamente un mes después de que consiguieran cinco escaños en las Elecciones Europeas.
–Cinco días, el tiempo que nos dio la editorial para entregar nuestros textos. Es un libro oportunista, un instant book. Tardaron más en montarlo en la editorial que nosotros en escribirlo. Todos los autores tenían muy claro qué exponer o ya habían escrito sobre el tema. El artículo que extiendo y con el que hago el capítulo que me correspondió salió publicado dos días después de las elecciones en El Mundo. Hablo de la amenaza del populismo basándome en varios papers de Daron Acemoglu, el autor de Por qué fracasan las naciones. Tuvimos poco tiempo para escribirlo, pero ha tenido mucho éxito. Se ha convertido incluso en un best seller.
–¿Qué te llevó a coordinar una obra así? ¿Tenías en la cabeza a la gente que querías que participara?
–¿Sabes qué tenía en la cabeza? La vergüenza profesional de que la prensa no se hubiera dado cuenta del fenómeno de Podemos. Busca en las hemerotecas lo que publicaron todos los periódicos antes del 25 de mayo de 2014. Todas las referencias son breves. Creo que hay una entrevista que le hace El Mundo a Pablo Iglesias porque entrevistaron hasta al candidato del partido más minoritario entre los que se presentaban a las Europeas. Yo llevaba fuera del periódico desde enero. Me marché el 1 de enero, al empezar el año. Me pareció aberrante que no se detectara este fenómeno electoral. El problema es que las redacciones están muy encerradas en sus edificios y salen poco a la calle. Era evidente lo que iba pasar con Pablo Iglesias, sobre todo por el papel que estaba teniendo en las tertulias televisivas.
No fue un fallo solo de los periódicos: también las teles y las radios fallaron. Es más, Podemos no iba a las tertulias radiofónicas. No le interesaban. Solo le interesaban la tele y las redes sociales. Yo estoy muy metido en las redes y sí notaba el tráfico que había de Podemos en Twitter, por ejemplo, y veía que eso no tenía reflejo en los periódicos. Cuando se confirmó que habían sacado cinco eurodiputados llamé al editor de Deusto y le dije que la gran historia era hacer un libro sobre Podemos, debido precisamente a que los periódicos habían cometido el error de ignorar ese fenómeno. Mandé el artículo el lunes posterior a las elecciones, en plena resaca, pero ya lo tenía escrito desde antes. ¡Tú no te lees cuatro papers en día y medio!
–Te dejo jugar con ventaja. ¿Qué habría pasado si Pedro J. Ramírez hubiera seguido siendo el director de El Mundo entre febrero y mayo? Cesó en sus funciones el 30 de enero.
–Lo mismo. No es cuestión de quién sea el director. Los sensores que están bloqueados en la prensa son los mismos con Pedro J. o sin él. Seguro que él mismo lo está comprobando en su nueva experiencia en El Español. Las grandes estructuras se esclerotizan, las pequeñas, son más ágiles.
–¿Qué te parece su nuevo proyecto?
–Creo que El Español va a ser un proyecto relevante porque él, vaya donde vaya, hará ruido. Siempre. Espero que sea un proyecto que ayude a visualizar los caminos del periodismo de la nueva era.
–Es una opinión muy personal: ante la inacción de los periódicos en papel (no se entiende que ABC o La Razón, que no son líderes en ventas, no hayan querido diferenciar su modelo empresarial de El País o El Mundo) y por lo importante que sigue siendo el ‘ayer’ en la prensa, quizás en unos años vemos cómo eldiario.es y un proyecto como El Español se disputan el liderazgo en cuanto al lector que solo consume información por internet, el perfil que va al alza.
–En mi análisis hay más players. Está El Confidencial, también Vox Populi… Estamos hablando de la gente que se pelea al lector medio generalista. Internet provocará una gran fragmentación. Para las cosas que realmente le interesa o tomar decisiones concretas de compra, la gente va a ir a medios muchísimo más específicos y segmentados. El futuro de internet es que todo el mundo comunica con todo el mundo. Las empresas, las instituciones o los clubes deportivos, por poner tres ejemplos, comunican directamente con su público. Lo que está en cuestión es la tarea de intermediación de los periodistas, que hasta ahora eran los ‘sacerdotes’ que mediaban entre el poder y el pueblo, por decirlo de alguna manera. Esa tarea está en cuestión por la tecnología: como todos podemos comunicar con todos aparece un mapa distinto de nuevos poderes mediáticos. Depende de cómo configures tu proyecto, pero si piensas en prensa general llevada a internet, eldiario.es y El Español podrían representar dos posturas políticas, pero creo que el reparto va a ser diferente.
–¿A un periodista que le debería alarmar más…
–La ‘Tasa Google’.
–Eso también es importante. Pero no sé si te da más miedo que todos los grandes periódicos de España tapen su portada con publicidad del Banco Santander el mismo día o que Emilio Botín mediara entre Zapatero y Rajoy para que se pusieran de acuerdo y tomaran una serie de decisiones políticas.
–El tema de la portada fue muy visible y me pareció un error: destruyó la credibilidad del soporte.
–¿No buscaban eso?
–Si lo buscaban lo han hecho genial. Se ha demostrado que la prensa está sometida y que se la puede someter por cuatro centavos. Esa es la impresión que han puesto de manifiesto. Acciona lo intentó hacer después de la operación en la que habían ganado tanto dinero en Endesa. Intentaron comprar la portada del periódico [El Mundo] y no les dejamos. Compraron apenas unos faldones. Creo que, a través de sus asesores de comunicación, en Acciona habían entendido que comprar toda una portada o sobreponer publicidad a una portada era imponerle una carga ominosa de descrédito a un medio. Hay cosas que no se pueden hacer: creo que el Santander midió mal lo que quería hacer y ha acabado lanzando un mensaje que ha llevado a la gente de la comunicación a darle la misma lectura que le estás dando tú al asunto. Lo peor no es que el Santander pueda hacer eso; es que los banqueros puedan desafiar al Estado y no nos enteremos.
–En las redes sociales y en la calle cala el discurso de que ciertos bancos y banqueros son intocables. No solo controlan el Estado. En la prensa casi nadie alertó de que la construcción desaforada de vivienda iba a conducir a España a una burbuja inmobiliaria que provocaría consecuencias nefastas.
–Se construía lo mismo que en Alemania, Francia y el Reino Unido. Pero es que no nos dimos cuenta ni en la prensa, ni en los bancos, ni en el Congreso, ni en los hogares, donde parecía que primaba el «me compro un piso a ver si sube rápido de valor y lo vendo». Hay un principio básico de la burbuja: el que está dentro de ella no se da cuenta. Muy pocos se dieron cuenta.
–Esos pocos no aparecían en unos periódicos llenos de anuncios de créditos e hipotecas.
–Yo me di cuenta pero… lo único que te puedo decir es que no me endeudé. Podrías preguntarme, ¿por qué no pinchaste la burbuja? Porque soy un individuo solitario. Mi periódico tenía un suplemento inmobiliario que le inyectaba un chorro de dinero a su cuenta de resultados, con lo cual el periódico estaba feliz, como un cerdo en el barro rebozándose en la burbuja inmobiliaria. Pero es que también estaban felices los políticos y los de las cajas de ahorros…
–En aquella época teníamos un Ministerio de Vivienda que animaba a los jóvenes a hipotecarse. Es difícil no pensar que había intereses entrelazados entre empresarios y políticos.
–Y estaba feliz Pedro Solbes, que sabía que teníamos una burbuja y que debía pincharla, pero no sabía cómo. Creo que es muy fácil buscar a los culpables, pero todos lo fuimos en cierta medida. El problema es que ahora, cuando ha bajado la marea, hemos descubierto quiénes no llevaban bañador. Yo llevo bañador: no me endeudé. No me compré una casa más grande ni adquirí más deuda porque me pareció que los precios eran prohibitivos, pero otros sí lo hicieron. Son los que no llevan bañador.
–¿Quién tuvo más responsabilidad a la hora de fabricar la burbuja inmobiliaria, Rodrigo Rato o Pedro Solbes? De 1994 a 2009 ellos fueron los dos únicos ministros de Economía que tuvo España.
–Diría que Solbes. Si cuentas el tiempo que estuvieron expuestos a la burbuja… A ver, la burbuja empieza con Rato, que nos mete en el euro y crea un sistema por el cual aquí entra un chorro de dinero que se va sobre todo al sector inmobiliario, que es el que está en óptimas condiciones para recibirlo. Hay unas declaraciones de Rato en las que niega que haya una burbuja inmobiliaria cuando era claro que existía. Al final, si te fijas bien, ¿cuánto tiempo estuvo Rato en el cargo desde que nos dimos cuenta de esa situación? Para mí es muy importante el déficit por cuenta corriente y en 2004 no lo había. Y en 2005, tampoco; pero en 2006 ya había un déficit por cuenta corriente muy grande, del orden del 10 por ciento del PIB. Era el mismo que tenía Estados Unidos, la única diferencia es que ellos tienen armas nucleares y nosotros, no.
Creo que Solbes fue consciente durante más tiempo del problema y Rato, no. Lo negó, no se dio cuenta, no estaba tan extendido… Ojo, que Rato también tiene responsabilidad, pero los indicadores principales se disparan cuando Solbes y el Gobierno de Zapatero nos dicen que no había problema. Era para tomárselo en serio, aunque es cierto que expertos restaban importancia a tener un déficit así en una unión monetaria. Si Murcia tenía déficit respecto a España y no nos poníamos nerviosos, ¿por qué hacerlo si España tenía déficit respecto al resto de Europa? Esos impusieron su visión y no nos dimos cuenta del desequilibrio tan grande que sufría el país. Hablé con Solbes en 2006 ó 2007 sobre pinchar la burbuja y él se lavó las manos.
–¿Y cómo se podría haber pinchado?
–Habiendo elevado el IVA de la vivienda nueva al 50 por cien para aquel que la comprara para especular. O estableciendo unas provisiones salvajes para los bancos que dieran créditos hipotecarios exceptuando únicamente a quienes los pidieran para su primera vivienda. Unas provisiones del cien por cien de la cantidad prestada. Eso hubiera desincentivado a muchos directivos a seguir por ese camino. En 2006, los jefes de sucursales de las cajas de ahorros salían a la calle para cazar inmigrantes y darles hipotecas. ¡Inmigrantes! Personas que no tenían arraigo en España, que acababan de llegar al país. Ni siquiera tenían papeles y ya les daban créditos hipotecarios. Cuando no les salía ese negocio buscaban a los que ya tenían hipotecas y les convencían de que sus pisos valían mucho más para que se rehipotecaran y con el sobrante se compraran un coche. Yo vivo en Vallecas, en una zona de clase media y en mi garaje había ocho o nueve Porsche Cayenne. ¿Cómo te lo explicas?
–El papel de los dirigentes, puestos a dedo por mayorías parlamentarias, en el desfalco de las cajas de ahorros –entidades públicas– daría para una entrevista entera. Rato ha simbolizado perfectamente esa estafa jugando varios papeles en el proceso.
–Para su desgracia y como consecuencia de las pésimas decisiones que tomó desde que salió del Fondo Monetario Internacional en cuanto a la conducción de su carrera. Con una legislación razonable, las cajas no tenían que haber desaparecido. Si sobrevivieron a la Guerra Civil, ¿por qué tenían que desaparecer? Exclusivamente porque los políticos crearon unas leyes malas que las llevaron al desastre.
–Para terminar: ¿De dónde procede tu apellido paterno?
–Mi padre era la tercera generación de chileno-alemanes. Mi tatarabuelo decidió marcharse de los Sudetes allá por 1870 después de que una guerra entre Prusia y Austria dejara arruinada para la agricultura aquella región [en la actual República Checa]. Imagina lo largo que era el viaje hasta Chile que mi bisabuelo Augusto nació en el barco que les llevaba a su nuevo hogar. La familia se estableció en una zona aislada, ya poblada densamente por germanos, no tan exagerada como la Colonia Tovar de Venezuela, pero donde mezclarse solo con alemanes era un prurito social. En algún sitio de Chile se conserva aún un alemán muy arcaico, lleno de términos del s. XIX y que un alemán o un austriaco de hoy serían incapaces de comprender. Mi padre fue de los primeros en romper la tradición de no mezclarse con chilenos: mi mamá se apellida González. En el fondo, mi familia es una de tantas inmigrantes en un país de aluvión como Chile, que tiene importantes comunidades croatas en el norte y sur o inglesas en el centro (de ahí viene la rama de los Edwards, una poderosa familia). Una cosa que se debe recordar de Chile es que durante generaciones lo que daba prestigio social era tener muchas erres en tu apellido (Larraín, Errázuriz o Ilharreguy): significaba que tenías muchos antepasados vasco-españoles o vasco-franceses, que llegaron de los dos lados del Pirineo; eran la comunidad dominante.
Eso sí, mi nombre es inglés por una anécdota mucho más trivial. O no. Nací en 1964, ocho meses después del asesinato de John Fitgerald Kennedy, quien había gozado de gran popularidad en América Latina –igual que en Europa. Mi padre era un fanático de JFK y cuando mi madre se quedó embarazada decidieron que si era niño sería John y si era niña, Jacqueline. Nací niño, evidentemente, pero lo curioso es que una amiga mía, hija de un amigo de mi padre, se llama Jackie por el mismo motivo.
Fotografías: Victoria Clemente