Tómalo como quieras: pueden ser tres días como las dos horas previas al partido. El asunto es que la mayor parte de los profesionales del fútbol necesitan un tiempo para concentrarse antes de saltar al césped. Cada jugador tiene su manera de llevar la previa del partido. Hay costumbres y manías que se siguen de manera natural antes de cada juego. Hay jugadores que afirman no tener ningún rito preambular, pero a veces son comportamientos tan normalizados en la rutina pre encuentro que ellos mismos no los ven como algo especial. Algo tan liviano como mojarse la cabeza antes de saltar al terreno de juego ya es una rutina dentro de la concentración.

Hay costumbres y manías varias. He visto jugadores que empiezan a estar tensos cuando quedan dos o tres días para el partido. Controlan el descanso y la alimentación de manera especial. Sé de un ex compañero que el día antes del partido se iba a dormir a un hotel para que sus hijos le dejaran descansar. Él disfrutaba con sus hijos pero no podía permitirse llegar al partido falto de sueño. Su esposa y él llegaron a ese acuerdo y se convirtió en una costumbre más. Es complicado llegar a un partido sin concentrarse. Es imposible. Algunos creían que jugadores como Ronaldinho o Maradona saltaban al terreno de juego totalmente relajados. Se les veía sonriendo, dando toques o bailando. Son rutinas de concentración, si no que le digan a Romario, quien afirmaba que necesitaba salir la noche antes de los partidos para poder rendir. Eso solo está al alcance de unos pocos genios. Un jugador común si sale la noche antes, aún sin beber alcohol, difícilmente rinde al cien por cien.

Las costumbres y manías de la mayoría de jugadores son más sencillas. Una de las más comunes es escuchar música a través de unos auriculares potentes (o de unos ridículos beats). Es una estampa tan popular porque cuando uno lleva este tipo de auriculares –y no me refiero únicamente a los futbolistas– da a entender que no quiere que se le moleste. Es visible que en esos momentos está escuchando música, su música. Un amigo que trabaja en banca, cuando está en la oficina –una de estas tan modernas que no tiene paredes entre mesas y todos los empleados están conectados al más puro estilo de las oficinas en Silicon Valley–, para evitar que alguien le interrumpa con temas intrascendentes e inapropiados para el momento, se pone los auriculares aunque no esté escuchando nada. Eso ahuyenta a los charlatanes que cuando no saben que hacer interrumpen a los demás porque se aburren.

Los futbolistas lo hacemos incluso cuando no hay nadie a la salida del autobús esperando para cazar algún autógrafo. Es necesario tener unos momentos con uno mismo, y rodeado de personas –al convivir en equipo– a veces es complicado. Antes del partido, a mí me gustaba pasear por el césped en solitario, fuera de los grupitos que se forman. Me gustaba escuchar música, respirar, notar mi cuerpo en perfecto estado o tratar de minimizar alguna molestia.

Cada jugador tiene sus técnicas de concentración. Recuerdo un compañero que justo antes de saltar al césped, en el vestuario hacía flexiones… porque yo también las hacía. Me preguntó por qué tenía ese hábito y le dije que era una manera de quemar la adrenalina. Posiblemente era cierto, pero yo lo hacía porque necesitaba hacer algún gesto explosivo antes de enfrentarme a la incertidumbre del juego.

He estado en tantos vestuarios que he visto un montón de manías y costumbres que no me sorprendía nada. Incluso los tipos más normales tenían cosas que me llamaban la atención. Me acuerdo de un portero que tuvimos en el filial del Espanyol; antes de entrenar o jugar, se ponía a limpiar las botas como quien frota una lámpara con la esperanza de ver salir a un genio que le conceda tres deseos. Le ponía tanto esmero que me hacía dudar si era una manía o un gesto más de su extremada profesionalidad. Era un tío que se cuidaba como nadie. Quizás no era el mejor portero, pero si el jugador más profesional de la plantilla. Trataba de mantener cara seria como sinónimo de concentración durante entrenamientos y partidos. Quizás había algo de tensión en todo ese ritual. Al no tener la aureola que algunos jugadores teníamos en el filial, no se permitía a sí mismo bajar la guardia ni un segundo. Pero cuando alguien se dirigía a él de forma cariñosa o bromista, no dudaba en dejar salir una sonrisa que en su ambiente más familiar era habitual; esa sonrisa que tiene la gente de pueblos pequeños cuando agradecen que no se les trate de paletos sino de tú a tú cuando están viviendo en una ciudad grande.

Sin jerarquías. No estaba dispuesto a desaprovechar su oportunidad en el filial blanquiazul. Para un portero, a veces no hay dos oportunidades. Este hombre tan tranquilo tenía la calma que necesitaba un compañero que se duchaba con agua fría antes de los partidos. Necesitaba despejarse. Para él la ducha prepartido era lo que para Clark Kent ponerse el traje de Superman en una cabina telefónica. Pero la costumbre más común es la de cagar antes del partido. Maldita la gracia.

Una vez en el vestuario –después de que el entrenador dé la alineación titular– empieza la película mental de cada uno. En los primeros compases mientras cada cual se va cambiando, el ambiente puede estar medianamente distendido; pero a medida que la equipación se va completando, los masajes se van acabando y los vendajes están ajustados, las caras se van tornando más serias. Empieza a aparecer esa tensión necesaria. Algunos ya empiezan a estirar por su cuenta antes de saltar al césped en conjunto y seguir las directrices del preparador físico. Simultáneamente, otros permanecen sentados mirando al vacío o, mejor dicho, mirándose a si mismos hacía dentro. Se vacían para llenarse dentro del campo. No se puede salir al terreno de juego con el mosqueo con la parienta, ni con la deuda del club con los jugadores que llevan tres meses sin cobrar. Todos los problemas e historias que no aportan nada se han de quedar fuera. Todo no cabe dentro. Al fútbol no se juega con mochilas. Cuando se llevan llenas de piedras se es más lento, se piensa más lento, se es menos resiliente y, aunque no lo creas, se es más vulnerables antes posibles lesiones.

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Por eso, es difícil que un jugador salga descentrado al terreno de juego. Sin saberlo, han desarrollado una habilidad para abstraerse que no todo el mundo puede. Es algo típico de los deportistas. Por eso hay gente que empieza a correr con treinta años (o más) cuando jamás han practicado deporte de forma regular. Simplemente es una forma de rendirse y dejar de lado asuntos que dan vueltas en sus cabezas a lo largo del día.

Cuando se está vacío de todo lo externo, es habitual que el jugador visualice un sinfín de situaciones de partido a las que se va a enfrentar. No hay garantías de acertar el futuro próximo pero ayuda a meterse en el partido. Soñar con hacer jugadas de ensueño es uno de los clásicos pensamientos del futbolista en la previa. La contraindicación de toda esta anticipación es que los hay que en lugar de previsualizar el partido, se comen la cabeza de tal manera que necesitan los primeros diez minutos del partido para meterse de lleno. Con ese fin juegan los primeros balones de la forma más sencilla posible. Lo que llega a tranquilizar a un jugador un balón bien tocado se podría catalogar de efecto medicinal. Algo tan sencillo como dar un pase de diez metros hace que el jugador, automáticamente, recuerde que lleva toda la vida haciendo eso: dar patadas al cuero.

Pocas veces las sensaciones pre partido son peores que las post partido; estas no dependen del resultado. Además, se pueden entrenar. Cada pre partido es un ritual, individual y colectivo. Todo se puede ir al garete si una molestia repentina nos impide focalizar la atención en el calentamiento. Somos tan fuertes y tan vulnerables que todo puede cambiar en cuestión de segundos.

En la vida, muchas veces, hay que jugar un pre partido antes de realizar una actividad.

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