En 2003 estrenaron una película muy curiosa que todavía no he tenido el gusto de ver. Se llama Good bye, Lenin! y a pesar de lo sugerente del título y de la sinopsis, no me ha dado lugar. No importa, puesto que sólo he venido a comentarles de qué va. Una mujer, ferviente socialista de la RDA, entra en coma poco antes de que se produzca lo que Fukuyama llamó -malamente- El Fin de la Historia: la caída del Muro de Berlín. Ocho meses después, despierta. Sus hijos, para ahorrarle el trauma de ver la Alemania Oriental que tanto amó la buena señora, echada el brazos del pecaminoso capitalismo y del vil metal, construyen a su alrededor una farsa en la que la división entre los bloques sigue existiendo y nada ha cambiado. Me he acordado del argumento de esta película esta mañana, al despertar con la resaca de las elecciones al Parlamento de Andalucía. Buscaba algo con lo que hilar algunos pensamientos a colación de estos sufragios, y no sé mediante qué serendipia, Good bye, Lenin! se me cruzó como un chispazo. Et voilá.
Imaginen a un socialista andaluz. Uno arquetípico. Hombre o mujer de mediana edad; católico, sino practicante, al menos teórico. Con estudios primarios, a lo sumo, y habitante de una ciudad de entre 15 mil y 60 mil vecinos. Una persona normal, clase media, sin alharacas: jornalero o agricultor y pequeño propietario, o empleado en la construcción. Socialista. Si no devoto, sí, al menos, simpatizante. Sitúenlo en 1981, antes del referéndum acerca del Estatuto de Autonomía. Imaginen que ese hombre, vamos a seguir con la ficción, no pudo votar porque, debido a un accidente, cayó en un coma profundísimo justo un mes antes. Ahora visualicen esta escena: después de 34 años de sueño letárgico, este hombre despierta. Probablemente, en su dormitorio, acondicionado con lo que la familia buenamente ha ido pudiendo a lo largo del tiempo para hacer más soportable la situación del paciente. Al abrir los ojos, y tras las carantoñas de rigor, lo primero que pregunta, aparte de si el Madrid ha ganado alguna Copa de Europa más o no, es: ¿quién gobierna en Andalucía? ¿cómo está la cosa?
Ahora, queridos lectores nigratinteros, piensen en esto: tres décadas y media después, seis presidentes y la presencia hegemónica, absoluta y omnímoda de un mismo partido en todas las instituciones de auto-gobierno que contempla el Estatuto de Autonomía de Andalucía, la región que este buen hombre abandonó de facto en 1981 es la misma que la que se encuentra en 2015. Si en 1981 el socialismo simbolizaba la promesa mosaica de una redención, un horizonte bíblico para la tierra más depauperada de España en el que este hombre y otros tantos hombres y mujeres como él creían, la realidad ha terminado desmintiendo la promisión socialista no de forma abrupta, sino, peor: lenta y progresivamente. ¿Qué podrían decirle a este socialista honrado, a este hombre que en 1981 conocía la libertad tras tres décadas largas de dictadura despótica y autoritaria, paternalista y liberticida? Cuando entró en coma, Andalucía adolecía de una estructura comercial, financiera, industrial y tecnológica con la que afrontar el tiempo nuevo que amanecía sobre España: se dotó para ello, pues, de instituciones propias, de administración descentralizada y de, en fin, toda la panoplia de mecanismos estatales que son comunes en los regímenes federales como el español (federalismo asimétrico y monárquico, sí. Y qué). Cuando sale del coma, Andalucía goza de todo eso. Sin embargo, el paternalismo institucional, el clientelismo omnipresente, el caciquismo chófer de la inercia intrahistórica en las extensas bolsas de población rural y un oligopolio hermafrodita, a partes iguales macho público y hembra privada, continúan solapando la prosperidad de una región estéril. Si este hombre sale hoy a la calle y contempla todo esto, sin saber que en Sevilla gobiernan los suyos desde hace 34 años, no advertiría ninguna diferencia puesto que esta situación, grosso modo, es la misma que la heredada en 1981. ¿Qué sentiría, dentro suya, este individuo, ya anciano, qué nostalgia de fado portugués latería dentro de él?
El socialismo en Andalucía ha evolucionado adoptando las fases operativas propias de otros movimientos como el nacionalismo o el populismo bolivariano. Por eso, partidos como Izquierda Unida y aún Podemos, que representan la verdadera contumacia de este tipo de conceptos, tienen un techo muy bajo en Andalucía. Podemos sólo puede crecer fagocitando a Izquierda Unida; lo mismo sirve, para ambos, con respecto a las franjas del electorado socialista más, digamos, dinámicas: jóvenes no universitarios y desencantados de corte decimonónico y radical, que son los que dieron los 10 escaños de más a IU en 2012 y son los que ahora se han ido en masa hacia Teresa Rodríguez y la tribu podemita. Pero esto apenas afecta al núcleo duro del target socialista, retroalimentado por la pulsión regionalista tan fuerte en el andaluz medio, descrito al principio de este texto con las características del sujeto protagonista de la metáfora. El andaluz medio es muy conservador: probablemente, el individuo más conservador de entre todas las categorías de individuos españoles. No obstante, el conservadurismo, identificado en Cataluña y Vasconia con el nacionalismo pequeñoburgués de derechas y en Madrid o Navarra con la clase media urbana y profesional, adopta en Andalucía la misma forma que, por ejemplo, en Valencia o Galicia: una imagen folclórica, un espejo feriante en donde el andaluz -como el valenciano o el gallego- se ve deformado en todos sus rasgos más literarios. Una imagen con la que, paradójicamente, se encuentra muy a gusto, cómodo, puesto que se reconoce en ella y le agrada lo que ve.
Por eso, partidos como el Andalucista, en Andalucía, son residuales; y formaciones como UPyD o Ciudadanos apenas sobreviven más allá del empuje inicial, del novelerío característico de las situaciones de emergencia y ruido como la que estamos viviendo. En Andalucía no hay una clase media urbana y liberal, formada, consciente de sí misma; quiero decir que no la hay en un número elevado que, sumado, logre forjar una mayoría social amplia que contrapese el poder de la circunscripción agraria, verdadero peso específico del voto andaluz. Sólo sobreviven pequeños núcleos, fuertes pero aislados: el eje Sanlúcar de Barrameda-Jerez y El Puerto de Santa María; Sevilla y el Aljarafe, Málaga y la Costa del Sol. Poco más. En mitad de todo esto, el Partido Popular, un grupo que desde 1981 hasta 199o y tantos pidió perdón por existir, dejándose construir el relato por el socialismo dicharachero. Un PP que da la mano floja, y que nunca se ha tomado en serio su rol en un territorio deprimido, sin armazón, devastado por el desempleo estructural, por el fracaso escolar, por el páramo universitario; un PP que sobrevive en Andalucía flotando sobre su condición de partido nacional, de partido de Estado en el resto de España, y que, en Andalucía, se ha vuelto a mostrar incapaz e incompetente para entender el mecano andaluz.