Expresiones como “madre no hay más que una” o “no hay nada que el amor de una madre no consiga” son algunas de las frases más utilizadas en el entorno del género femenino. Con la celebración del Día de la Madre, me van a permitir que les hable precisamente de ello, de la maternidad. Aunque la maternidad suele ser estudiada desde el punto de vista biológico y antropológico, no es difícil constatar que la madre suele quedar relegada a un papel secundario. Así pues, por mucho protagonismo que la mujer haya ganado en este terreno en los últimos tiempos gracias, sobre todo, a la causa feminista –que incluyó las emociones y le dio importancia a la voz y voto de las mujeres–, desgraciadamente la idea de maternidad como sacrificio y esclavitud sigue grabada en el subconsciente colectivo.
En muchas ocasiones, consciente o inconscientemente, el rol de la mujer viene condicionado por las dos cosas más importantes que parece hacer en la vida: ser madre y esposa. La vida de las mujeres es regida por estos dos pilares fundamentales y cuando las situaciones se alejan de ellos, cuando las mujeres eligen no centrarse en lo materno y lo conyugal, es cuando se las tacha de “raras”. La mujer sigue asociada al hecho de ser madre y seguimos sufriendo presión por parte de la sociedad cuando la edad de gestar es alcanzada. Como si hubiéramos alcanzado la siguiente etapa vital y tuviéramos que ser madres por decreto.
El feminismo parece pasar de puntillas por el tema de la defensa de las madres, de las embarazadas y, especialmente, la de las parturientas. Es habitual ver cómo se contraponen los conceptos de feminismo y maternidad, como si fueran antagónicos el uno del otro. Sin embargo, como asegura la educadora social Irati Fernández Pujana, la maternidad puede ser vista como la culminación de la causa feminista –siendo uno de sus mejores logros la desvinculación de la sexualidad y la reproducción– al mismo tiempo que continúa siendo tema de fuerte debate interno dentro del propio movimiento.
En cuanto a escuelas de pensamiento, dentro del mismo feminismo, tenemos, por un lado, el feminismo de la igualdad, con Simone de Beauvoir como máxima exponente y con su libro más conocido, El segundo sexo, como bandera. La filósofa francesa sostiene que la maternidad supone un importante obstáculo para el desarrollo intelectual y personal de la mujer y, por tanto, puede e incluso debe ser relegado –como ella mismo hizo– a un segundo plano en favor de las aspiraciones personales de una misma. Por otro lado, las conocidas como madres ecológicas, abogan por un feminismo compatible con una maternidad intensiva, poniendo a las madres al servicio del niño durante los primeros años de vida con prácticas como la crianza natural, el colecho (práctica en la que bebés duermen con uno o los dos progenitores), la lactancia a demanda o la escolarización tardía, olvidando su propio desarrollo personal, lo que en principio parece chocar de frente con la misma causa feminista.
En cualquier caso, el feminismo nunca ha estado per se en contra de la maternidad ni tampoco de la crianza: lo que siempre ha reivindicado la causa feminista es el evitar ser madre –o esposa– por obligación. El modelo actual de maternidad enfatiza el rol de la mujer sacrificada por y para sus hijos: cuando las mujeres no cumplen estas exigencias o deciden dar importancia al mismo tiempo a otras facetas de sus vidas es cuando se produce el choque y aparece la culpa. Las madres sienten que no están cumpliendo las expectativas y se culpabiliza a aquellas que siguen un modelo de crianza distinto a los estándares sociales.
Hemos de enfatizar que ser madre o no serlo no indica la calidad de desarrollo de la vida de la mujer y que estas no deberían de ser juzgadas según ello. La maternidad feminista existe y las mujeres no deben de verse obligadas a elegir entre ambos extremos: no tienen por qué abandonar su carrera profesional a menos que quieran – como recientes estudios demuestran, muchas de las que lo hacen eligen esta vía porque precisamente su trabajo no les satisfacía– y, si optan por hacerlo en favor de la crianza, deberían de tener modelos de vida en los que seguir desarrollando sus habilidades y capacidades. Al mismo tiempo, estas elecciones deberían estar apoyadas por el sistema.
Como hemos visto, los juicios se suceden desde ya antes de la concepción pero un periodo especialmente crítico es el embarazo. La barriga de la futura mamá se convierte en una especie de espacio común donde todo el mundo puede opinar, desde la familia, hasta en muchos casos, los propios profesionales sanitarios, con un sistema fuertemente medicalizado donde en muchos casos se trata al embarazo y al parto como una patología. Dentro de este sistema patriarcal se trata a las mujeres de forma infantil, sin facilitarles toda la información posible y sin darles demasiadas alternativas fuera del cuidado estandarizado. Parir, como tener relaciones sexuales, debería ser una experiencia satisfactoria, gozosa y sobretodo, libre de miedos e inseguridades. El trabajo de los profesionales sanitarios debería ser el de dar poder a estas mujeres y ofrecerles un cuidado holístico y de calidad, donde se incluyan sus preferencias y se las trate adecuadamente durante todo el proceso, haciéndolas participes de las decisiones y respetando sus deseos.
Existen países como Holanda o el Reino Unido donde el parto natural en casa o en centro especializados, liderados por matronas y conocidos como Birth Centres, potencian la independencia de las mujeres y las animan a ponerse al mando de sus propios cuerpos. Estas políticas no son en ningún caso temerarias ya que las estadísticas demuestran que es mucho más seguro parir en tu casa que en la sala de partos de un hospital, donde el riesgo de sufrir peligrosas intervenciones médicas es mucho más alto. Si bien la causa feminista ha hecho –y hace– mucho por las mujeres en estos ámbitos (permisos de maternidad y paternidad, protección de los puestos de trabajo durante el embarazo y el postparto, pensiones compensatorias para las mujeres que han renunciado al mundo laboral para criar a su familia o excedencia para el cuidado de los hijos) la próxima meta del feminismo debería ser la de reivindicar la maternidad como experiencia de gozo con planteamientos tan revolucionaros como el de la activista Alicia Murillo, que sostiene que las mujeres deberían cobrar por gestar, parir y criar, haciendo que nos replanteemos la posición de las madres en el sistema.
El ser madre o el no serlo, el modo de traer a nuestros hijos al mundo y la manera que elegimos de criarlos, deberían ser decisiones tomadas en el ámbito de la pareja y bajo el estricto consentimiento de la mujer, que es en la última instancia la que va a tener que sufrir las consecuencias de esta decisión. Las mujeres (incluyendo a las madres) de hoy en día son libres de decidir cómo quieren vivir sus vidas y así hemos de hacérselo saber al mundo. Vivir y disfrutar de una maternidad consciente debería de ser sinónimo de una maternidad feminista: nuestra lucha como mujeres y la reivindicación de este Día de la Madre debería de ser que todas las mujeres del mundo pudieran optar por decidir cómo quieren enfrentarse a estas materias en sus vidas. Valoremos así a nuestras madres y abuelas siempre con el énfasis que se merecen, reconozcámosles todos los sacrificios que tuvieron que hacer por nosotros, sobre todo los que tuvieron que hacer por el simple hecho de ser mujer.
Fotografía: Wiki Commons