Acostumbradísimos estamos a una idea del triunfo que pasa por bombardeos, competencias, miradas torcidas, campañas y precampañas, negocios, marketing, likes y favs; olvídense de todo lo que se asemeje a una victoria si al final de una batalla no hay dinero, reconocimiento, sexo a deshoras o dólares o cocaína o una cúspide, un ascenso, una reseña a pie de página y un premio pero nunca, nunca, nunca la desaparición o la muerte. Necesitamos, exigimos, triunfos no relativos. Triunfos herméticos.
Horrorizar con estilo
Hablemos de triunfos dudosos. Uno de ellos lo ostenta el escritor canario Agustín Espinosa, surrealista atroz, calvo de nacimiento y verdadero explorador onírico. De tan genuino, fue apartado; de tan honesto, fue puesto en duda. Por eso existen triunfos dudosos, porque la causa esencial del olvido al que fue sometido este autor fue saber horrorizar y hacerlo, además, con estilo.
Crimen, pequeña novela deificada por mi juventud en el mismo instante en que por casualidad llegó a mis manos, tiene ese talante de peligrosa literatura –literatura de verdad—que hoy no encontrarán en ninguna librería. Agustín Espinosa describió un asesinato, pero escribió sobre el amor.
Tan suprarrealista, la novela, que deja de ser apta para estómagos correctos o celebradores de la moralidad vía web. Se puede decir que aquel carácter político que condenó su obra a la hoguera (el franquismo y su moralidad) podría fácilmente condenarla hoy escudado en ese mismo horror que causó su descripción gore-literaria de crimen pasional a la burguesía y las fuerzas vivas isleñas de los años negros de posguerra. En la actualidad la quema de libros es figurada, pero continúa vigente.
Al hablar de surrealismo español pronto llegará a la cabeza del lector los ovaladísimos ojos de Buñuel y su perro andaluz, unidos quizá a Dalí y sus multimillonarios museos. Ejemplos de la medra artística, adalides del éxito conceptual. La ruptura estética, temática, estilística que encarnaron sus obras pasó, sin embargo, a ser propiedad de la misma burguesía a la que querían asustar. Su arte pierde así parte del significado y fracasa. La justicia es poética.
El éxito de Agustín Espinosa es triste porque a duras penas supera la barrera atlántica. La promesa vanguardista de entreguerras quedó sepultada por el nacionalcatolicismo. Nadie cogió el concepto del primerísimo surrealista español. ¿Por qué?
“Los que no habéis tenido nunca una mujer de la belleza y juventud de la mía, estáis desautorizados para ningún juicio feliz sobre un caso, ni tan insólito ni tan extraordinario como a primera vista parece.
Ella creía que toda su vida iba a ser ya un ininterrumpido gargajo, un termitente vómito, un cotidiano masturbarse, orinarse y descomerse sobre mí, inacabables.
Pero una noche la arrojé por el balcón de nuestra alcoba al paso de un tren, y me pasé hasta el alba llorando, entre el cortejo elemental de los vecinos, aquel suicidio inexplicable e inexplicado”.
Así se presenta el leitmotiv de esta ficción, una reunión de fragmentos que quisieron sumergirse en un surrealismo aún incipiente. Espinosa, profesor de instituto durante la república y fiel perteneciente al grupo surrealista canario precursor del movimiento en España, no fue tan prolífico como cualquier otro coetáneo. Fue un inventor, abrió puertas. Algunos de sus amigos desaparecieron durante el primer terror franquista. Empeoró en su enfermedad pocos meses después de ser apartado de cualquier responsabilidad. No sobrevivió a la posguerra.
Celebradísimo el asesinato estúpido de Lorca, cabe subrayar el otro figurado de Espinosa. Intenten buscar su obra, aunque no intenten sin embargo adquirirla, pues el estómago de las grandes superficies difícilmente es capaz de digerirla. Su hogar en la actualidad es el polvo de depósito de biblioteca o el celo de coleccionista enviudado. Imagínense leyéndola en medio de la noche, atrincherados en una sala tenuemente iluminada, como si estuvieran cometiendo un acto subversivo. Es posible que así sea: el termómetro social todavía marca susceptibilidad cristiana. Así que será mejor que no comenten esta lectura sino a sus más allegados. Otra opción es, si lo prefieren, vocearla para que alguno se escandalice. Amplificando de este modo la victoria de Espinosa.
Desaparición
Los paralelismos con otros creadores célebres son destacados. Lorca ilustra otro crimen en Nadadora Sumergida de la única manera posible: la surrealista.
En otro de sus relatos, Lancelot 28º 7º, Espinosa se convierte en maestro de César Manrique y dibuja el mito de la isla yerma de Lanzarote. Una reflexión sobre cómo la cultura inventa la identidad y ensancha el orgullo de pertenencia a una patria sobrevuela todo el relato, que se vale de una épica españolísima para acometer el heroicidio y sentar las bases de una fingida cultura isleña.
“(…) No ha sido de otro modo cómo el mundo ha visto, durante siglos, la India que creó Camoens; o la Grecia que fabricó Homero; o la Roma que hizo Virgilio; o la América que edificó Ercilla; o la España que inventaron nuestros romances viejos.
Una tierra sin tradición fuerte, sin atmósfera poética, sufre la amenaza de un difumino fatal. Es como esas palabras de significación anémica, insustanciales, que llevan en su equipaje pobre –e inexpresivo– las raíces de su desaparición.”
¿Cómo emparejar a un autor como Espinosa con los romanceros españoles, o bien con los nombres eruditos nacionales, buscadores incansables de una identidad y de unos rasgos de pertenencia a la patria? ¿Cómo iba a trascender la justificación poética de la no existencia de una nación, cuando no había entonces nada más carpetovetónico que considerar irrefutable lo irracional, facto de fe lo poético? Espinosa no quiso ganar. He aquí su triunfo.