Cuando eres adolescente es importante saber escupir. Si deseabas granjearte el respeto de tu grupo de amigos, más te valía ser capaz de armar un buen escupitajo, verde, consistente, y lanzarlo como un proyectil a dos o tres metros de distancia por lo menos y alcanzar una lata de Coca-Cola o una señal de Stop. Lo contrario a buen proyectil eran esos escupitajos de niña, salivosos, que se desperdigaban por el aire como una perdigonada de escopeta. La sinusitis crónica que padezco me ha condenado a vivir con paquete de Clínex en el bolsillo, pero como efecto colateral me ha otorgado una fábrica de mocos siempre a pleno rendimiento, gracias a la cual, pude durante mi adolescencia lanzar escupitajos admirables, auténticas cabezas nucleares, de unas dimensiones grotescas aunque, eso sí, sin una gran longitud de disparo.
Escupir bien era una muestra de poder, un tanto asquerosa y absurda, pero tan válida como ser el goleador de clase, tener pelo en el sobaco y la zona genital o tener la Game Boy Color. Tampoco es cuestión de escandalizarse. A medida que nos hacemos mayores no nos volvemos más complejos ni más inteligentes, únicamente convertimos en más higiénicas, caras y sofisticadas nuestras muestras de poder. Ya no se trata de ser el mejor jugando a fútbol, o el que más lejos escupe, sino el que más folla, el que más viaja, el que tiene la ropa más cara o el coche más grande. Lo que cambia es el objeto a través del cual ejercer el poder, no el objetivo: ser el más grande, el más fuerte, el macho alfa de la manada.
El ser humano es capaz de una variada cantidad de cosas a través de la boca: sangre, un diente, unas mierda, una espina de pescado, semen, la dentadura postiza, un hueso de aceituna, mentiras y también la verdad, por citar algunos de los ejemplos más obvios. Ahora bien, el objeto directo paradigmático del verbo transitivo escupir siempre ha sido el escupitajo estándar (en latín, escupitajus vulgaris), que conoce multitud de sinónimos: lardo, japo, jardo, etc, y que se compone de una mezcla en proporciones variables de sus dos compuestos fundamentales, saliva y flemas, que, después de ser aglutinados y apelmazados por los músculos voluntarios del suelo de la boca y la propia lengua, son expulsados al medio externo a través de los labios, donde adquieren distintas formas: escupitajo-bala, escupitajo-rácimo, y el ya citado escupitajo-en-perdigonada.
Dicho esto, ¿quién escupe hoy día? Escupir es casi un verbo anacrónico, hace un siglo ya estaba pasado de moda, de ahí esos carteles de bares antiquísimos como La Venencia en Madrid, o El Marsella en Barcelona que dicen «no escupir en el suelo por favor». ¿Quién escupe a día de hoy? Los chinos, los acatarrados, los tuberculosos, las cobras escupidoras, los futbolistas cuando salen al terreno, los boxeadores entre round y round, los vaqueros al entrar en el Saloon, en Titánic Jack (Leonardo DiCaprio) enseña a escupir a Rose (Kate Winslet), que después escupe a su prometido Cal (Billy Zane) en la cara, el Dilophosaurus, ese dinosaurio que en Jurasic Park escupe en la cara de Wayne Knight (el gordo), Clint Eastwood en todos sus papeles, probablemente Hemingway escupiera, porque le importaba mostrarse como un macho, Bukowski apuesto a que también escupía, no porque le importara su hombría, que la tenía, sino porque era un guarro, Roberto Bolaño seguro que lanzaba unos escupitajos formidables, Murakami es demasiado sensible para escupir, pero lo imagino sorbiéndose los mocos de forma muy ruidosa, Tolstói escupía y no escupía, quiero decir, que mientras fue un tipo de la nobleza, instruido, educado, y refinado, condenó esta costumbre, pero a medida que fue desarrollando su particular moral anarco-cristiana, o anarco-pacifista, o cristiano-naturista y comenzó a mezclarse con sus campesinos, se convirtió en el adalid del esputar, con Shakespeare nadie se aclara si escupía o no, el mismo seguramente a veces le gustaba escupir, y otras veces, oye, que no, Cervantes adquirió el hábito de escupir durante su cautiverio en Argel y después no dejó de hacerlo aún cuando ya sólo le quedaban seis dientes, ¿y Jesús?, ¿escupía?, me remito a los Nuevos Testamentos : Marcos 7:33, Marcos 8:23, Juan 9:6: Jesús escupe en la lengua de un mundo y en los ojos de un ciego para curarlos, lo cual no parece muy higiénico pero a él le funcionaba, de Mahoma no digo nada que se conoce que sus seguidores son muy susceptibles, y de Moisés, Buda o Confucio no digo nada porque no sé, el que sí que escupe cuando nadie le ve es Rajoy, Pedro Sánchez en cambio es demasiado guapo para hacerlo, Albert Rivera escupe si le conviene hacerlo, y si no, no, Pablo Iglesias escupió muchísimo con su amigo Errejón en la etapa en la que los dos vestían palestino, bebían kalimotxo, organizaban huelgan y orquestaban manifestaciones, y para terminar me interesa el caso de Vladimir Putin, que además de haber sido espía, director de la KGB, piloto de combate, abogado graduado con honores y experto en Judo y Sambo, adquirió de Chuck Norris la técnica mortífera del escupitajo-puñal, capaz de aniquilar a cualquier ser humano, animal, ciborg o supervillano que se cruce en su camino, incluido el ISIS.
Y tú, ¿escupes?
Fotografía: lefthandrotation