Hace unas semanas se hizo oficial el fichaje de Keylor Navas como nuevo portero del Real Madrid. Una llegada que provocó la salida a vez de Diego López de la portería merengue. Es decir, llega un jugador nacido en Costa Rica, una ‘potencia’ futbolística, y se marcha un jugador nacido en Lugo, Galicia, España.

Se trata de un ejemplo más de la apuesta de los clubes de nuestra Liga por fichar porteros que han nacido fuera de nuestras fronteras. Sin ir más lejos, sólo en este verano el FC Barcelona ha traído a un chileno, Claudio Bravo, y a un alemán, Ter Stegen, el Atlético de Madrid a un eslovaco, Jan Oblak, el Málaga al mexicano Guillermo Memo Ochoa y el Elche al polaco procedente del PSV Eindhoven Przemysław Tytoń.

Con esto, es más que probable que nueve de los equipos de Primera División apuesten por guardametas foráneos en formaciones titulares. Además de los citados, el Sevilla formará con el portugués Beto o el argentino Barbosa, la Real Sociedad con el también argentino Gerónimo Rulli, el Valencia por el brasileño Diego Alves, el Granada con el macedonio Stole Dimitrievski o el griego Orestis Spiridon Karnezis y el Deportivo de la Coruña con el argentino Germán Lux. Y eso sin olvidar que Keylor Navas, en principio le competirá la titularidad a Iker Casillas. En resumen, diez equipos y once nacionalidades distintas para defender el marco y con la sensación de que sólo en el Athletic de Bilbao, por cuestiones de filosofía, el puesto para un guardameta español está a salvo.

Algo que hace pensar que el portero español es una especie en peligro de extinción, al menos en España. Es cierto que David de Gea, ocupa la portería del Manchester United, Pepe Reina ha recalado en el Bayern de Múnich o que Roberto es un fijo en el Olympiakos, pero desde ahí, sólo la nada. Atrás quedan los tiempos en los que el guardameta español era una figura intocable en los clubes y a ningún secretario técnico de hace cuarenta, treinta, veinte o incluso diez años se le ocurría fichar extranjeros para ubicarlos bajo palos. Es más, casos como los del argentino Jorge d’Alessandro, que antes de ser comentarista fue guardameta en el Salamanca, o del camerunés Thommy N’Kono en el Espanyol, en la década de los ochenta, eran considerados como exóticos.

Lo normal era que cualquier seguidor se supiera de memoria aquel portero que ocupaba la portería de su equipo favorito durante años. Por ejemplo, los aficionados del Real Madrid recuerdan con cariño figuras como las de Mariano García Remón, El Gato de Odessa, Miguel Ángel, Paco Buyo o Agustín, o los hinchas del Barcelona conocen hoy en día a Antoni Ramallets, el tristemente fallecido Urruti o a Andoni Zubizarreta. Y eso por no recordar a los Miguel Reina (padre de Pepe), Pereira, Mejías, Abel o Molina en el Atlético de Madrid; Luis Miguel Arkonada en la Real Sociedad, Iribar en el Athletic Club, Manuel Sempere en el Valencia, Esnaola en el Real Betis, Ablanedo en el Sporting de Gijón, Paco Liaño en el Súper Depor que ganó la liga con Arsenio Iglesias, Biurrun, en el Osasuna o los menos conocidos Maté, en el Celta de Vigo, Viti en el Real Oviedo o Capó, aquel calvo entrañable del Sabadell.

Tal fue su fama que algunos de los que están en esta lista figuran entre los mejores jugadores de la historia de sus respectivos equipos.

Por ejemplo, Luis Miguel Arkonada fue un referente en la Real Sociedad que conquistaba ligas y en la selección española que llegó a la final del Campeonato de Europa de 1984. Sus prodigiosos reflejos y su capacidad para llegar a todos los rincones de la portería hicieron que en el mítico estadio de Atocha se gritara aquello de “no pasa nada, tenemos a Arkonada”. Llegó a ser tres veces Zamora y durante la primera parte de los ochenta ostentó multitud de récords como los de mayor numero de internacionalidades o más partidos imbatido.

Otro referente vasco aunque un poco anterior en el tiempo fue el guardameta del Athletic José Ángel Iribar. Apodado por la afición del viejo San Mamés como El Chopo fue considerado el mejor portero de España durante las décadas de los 60 y los 70, siendo internacional con la selección en 49 ocasiones, entre ellas la mítica final donde España consiguió la victoria en la Eurocopa de 1964 ante la entonces Unión Soviética.

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Descendiendo en el tiempo nos encontramos con Antoni Ramallets, mítico portero del FC Barcelona desde 1947 a 1961. Nacido en el barrio de Gràcia de Barcelona, fue apodado El gato de Maracaná por su magnífica actuación en el Mundial de Brasil de 1950 y hasta su retirada disputó 538 partidos con la camiseta azulgrana siendo, por detrás de Guillermo Amor, el jugador culé más laureado con seis Ligas, cinco Copas del Generalísimo y dos Copas de Ferias, además de un subcampeonato de la Copa de Europa. A nivel individual obtuvo cinco Zamoras.

Sin salir del Barça sus aficionados también recuerdan a dos grandes porteros vascos, el gran Francisco Javier González Urruticoechea, Urruti, y a Andoni Zubizarreta. El primero, fallecido trágicamente en 2001 en un accidente de circulación a los 49 años, comenzó en la Real Sociedad pero fue con los blaugrana donde se convirtió en uno de los mejores porteros de la década de los ochenta llegando a ser convocado para tres campeonatos consecutivos con la selección española. Siempre a la sombra de Arkonada en la temporada 1983/1984 ganó el Trofeo Zamora al portero menos goleado de la Liga, al encajar 26 goles en 34 partidos.

Zubi, fue 126 veces internacional, jugó cuatro Mundiales desde 1986 hasta 1994 y fue el portero del Barcelona de Johan Cruyff. Con un estilo correcto, que no destacaba en nada en especial pero tampoco desentonaba se hizo con un hueco y fue titular indiscutible en la selección española y en el club blaugrana con el que disputó ocho temporadas en una de las mejores épocas consiguiendo entre otros títulos cuatro Ligas, dos Copas y una Copa de Europa. Un palmarés que engordó con sus buenos años en el Athletic y al que añadió un subcampeonato liguero y otro copero en sus años de retirada en el Valencia.

Y mientras, en el eterno rival, distintas generaciones de aficionados recuerdan a Antonio Betancourt, Miguel Ángel o Paco Buyo.

Al primero, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1937, una lesión le arrebató la gloria. Portero sobrio y con extraordinarios reflejos fue uno de los talismanes del ye-yé de Amancio, Zoco o Pirri desde 1961 a 1971. En estas diez temporadas dejó magníficas actuaciones al madridismo como la de las semifinales de la Copa de Europa de 1966 en Old Trafford donde se convirtió en una pesadilla para los jugadores y seguidores del Manchester United con paradas de todo tipo. Finalmente, los merengues se trajeron la sexta Copa de Europa para sus vitrinas. Además, consiguió cinco Ligas y una Copa de España.

Miguel Ángel González Suárez, o simplemente Miguel Ángel, es otro de los grandes referentes en la portería del Real Madrid. Gallego, nacido en Ourense, en 1947, se hizo con la titularidad del equipo merengue durante casi dos décadas gracias a su buena colocación, sus salidas por alto y sus felinas estiradas y consiguió doce títulos nacionales y dos europeos desde 1968 a 1986. Sus primeros pasos en el mundo del deporte fueron como guardameta de balonmano y empezó a jugar al fútbol a los 18 años en las filas del Ourense. En sus primeros años en Chamartín coincidió con porteros de la talla de Junquera y el veterano Antonio Betancourt, aunque con la llegada al banquillo de Luis Molowny en la temporada 1973/1974 se hizo con la titularidad hasta casi su retirada.

Y finalmente Paco Buyo. Uno de los guardametas más polémicos de la década de los 90. Sus duelos con Paulo Futre en los derbis echaban chispas. También gallego y de una agilidad felina como Miguel Ángel, se convirtió en el dueño de la portería blanca durante once temporadas tras ser fichado desde el Sevilla en 1986. Desde el primer día fue titular, dejando en el banquillo a otros grandes porteros como Ochotorena y Agustín y con el club blanco consiguió seis Ligas y dos Copas en un equipo para la historia junto a la Quinta del Buitre.

Mientras, los seguidores del Atlético de Madrid tienen en su mente a dos nombres por encima de todos: Miguel Reina y Abel Resino.

Miguel, el padre de Pepe, y cordobés de nacimiento, es uno de los grandes mitos de la historia rojiblanca. Fichó por los colchoneros en 1973 tras un paso discreto por el FC Barcelona y hasta 1980 consiguió una liga y una Copa del Rey, con trofeo Zamora incluido en la 1976/1977, y un subcampeonato de Europa en 1973/1974 en la desgraciada noche de Heysel ante el Bayern de Múnich y una Copa Intercontinental al año siguiente. De los que le vieron jugar, todos destacan su impresionante presencia en el área y sus salidas de puños.

Y finalmente, Abel Resino. El toledano batió el récord de imbatibilidad mundial en el año 1991. Jugó con los colchoneros, casi siempre de titular desde 1986 a 1995 y fue internacional con España en dos ocasiones. No muy alto, seguro, sobrio, su principal virtud era la capacidad para llegar a los balones casi imposibles. Vivió una de las mejores épocas del Atlético de Madrid consiguiendo varias Copas del Rey aunque también comprobó de primera mano las sombras que acompañaron a la llegada de Jesús Gil a la ribera del Manzanares.

Y por último, no hay que pasar por alto una figura de los tres palos olvidada por muchos. Y es que en Gijón hay un nombre que ningún chico que quiera ser portero olvida. Se trata de Juan Carlos Ablanedo. El Gatu como se le conocía por su tremenda agilidad bajo los palos, es uno de los olvidados del fútbol español a pesar de ser tres veces trofeo Zamora con el modesto Sporting con el que disputó la friolera de 19 temporadas consecutivas y fue convocado con la selección española en los mundiales de México 1986 e Italia 1990.

Miguel Reina defendió el arco del Barça y el Atleti.

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