El pasado 28 de enero, el Banco de Santander lograba el viejo sueño totalitario de conseguir que todas las portadas de todos los periódicos de tirada nacional abrieran con la misma imagen, el mismo mensaje, la misma consigna. Sí, seguro que os acordáis, la imagen es la que encabeza este artículo.

Efectivamente, con este golpe de mano Patricia Botín realizaba toda una exhibición de Poder. Así, escrito con P mayúscula. Una unanimidad absoluta que ya se había constatado meses antes con la muerte del patriarca, Emilio Botín, cuyo deceso provocó encendidos y ditirámbicos elogios en todo el espectro de la prensa vegetal española, desde la presuntamente progresista hasta la efectivamente conservadora, provocando un ardor en el elogio hacia un personaje tan delirante como no se veía desde aquel 20 de noviembre de 1975.

Evidentemente, Cebrián, Marhuenda o quien sea no le mueven el rabito a la famiglia Botín por pura fidelidad perruna sino por un motivo muy poderoso: dinero. En fin, qué les voy a contar que no sepan sobre lo periclitado del modelo periodístico basado en el papel, con su caída en ventas, cataclísmico descenso en facturación de publicidad y altísimos costes en imprenta y distribución. Desgracias que han convertido a los periódicos de toda la vida en modelos de negocio obsoletos, basados únicamente en rebañar publicidad institucional o en pillar las migajas que suelten los grandes grupos empresariales.

Hagamos un salto de dos días en el tiempo y plantémonos en el 9 de febrero. El día anterior, el diario digital El Confidencial publica el contenido de la famosa Lista Falciani en la que aparecen, negro sobre blanco, algunos de los mayores evasores fiscales del planeta. Ahí encontramos que en España el absoluto campeón en el arte de escaquearse en el pago de impuestos y enviar su pasta al extranjero es Emilio Botín, quien utilizó sociedades pantalla en las Islas Vírgines y Panamá para evadir 2.100 millones de euros.

Es, sin duda alguna, un notición. Échenle un vistazo a las portadas de la prensa española vegetal del 10 de febrero. Busquen bien, dediquen a este ejercicio todo el tiempo que sea necesario. Efectivamente, ni una línea. Sí, la información está en el interior, escondida, pequeña, en un espacio poco visible, tratado como un tema menor. La prensa de papel lo tiene claro: no se puede morder la mano gracias a la cual, mal que bien, se subsiste.

No ha sido así en los medios digitales, más pequeños, con menores costes estructurales y una estructura más volátil que los hace más resistentes a boicots comerciales. No es ninguna casualidad que la exclusiva del caso Falciani la publicara El Confidencial y que, el día siguiente, el medio que le dedica mayor espacio y atención es otro digital: eldiario.es. Un silencio que resulta especialmente sangrante después de que la prensa de papel hubiera llenado portadas ante las triquiñuelas fiscales de Juan Carlos Monedero.

Si le damos un vistazo a la actividad en Twitter, comprobaremos como durante estas últimas jornadas han acaparado la lista de trending topics hashtags como #ListaFaciani #SwissLeaks o las palabras ‘Botín’ y ‘HBSC’. Jamás los intereses de la comunidad conectada a las redes sociales se ha sentido tan distante respecto a los medios de papel como ahora. Los nuevos consumidores de productos informativos ya no se ven reflejados en la prensa vegetal, relegados a un público menguante compuestos por jubilados, nostálgicos, suscriptores y compras subvencionadas –en todas las salas de espera del BBVA, del Banco de Sabadell o en las puertas de los hoteles Meliá no falta su ejemplar de La Razón.

Con la credibilidad en entredicho, el 9 de febrero de 2015 supone la demolición definitiva de la escasa credibilidad que le quedaba al periodismo vegetal. Unos medios que se han convertido en tristes sombras de sí mismos, que no contribuyen a la pluralidad sino a a uniformización, que no enriquecen sino que empobrecen la democracia, y que no informan sino que ocultan. De hecho, si nos limitáramos a los medios de papel, la pluralidad no sería muy diferente del que teníamos durante el tardofranquismo: dentro del acatamiento rígido al orden establecido tenemos medios ‘aperturistas’ y ‘progres’ –ahora El País o El Periódico, en 1973 el Informaciones o el Tele/Expres–, medios conservadores y de orden –el ABC (antes y ahora) y El Mundo–, y medios ultras y casposos –lo que ahora sería La Razón y entonces eran el Arriba o El Alcázar. Una enorme gama de matices dentro de la obediencia al Poder, algo que jamás se pone en duda.

Nos quedan, por suerte, los medios digitales y las redes sociales, un lugar peligroso donde se mezclan también información y rumores, donde los fakes encuentran un caldo de cultivo idóneo y donde la información de calado se mezcla con el ranking de los mejores culos de la gala de los Goya sin ningún tipo de jerarquía, ya que la jerarquía informativa la establece exclusivamente el consumidor.

Lo que sigue existiendo, por parte de la ciudadanía, es una demanda continua de información. Y si no la encuentran en el papel, los ciudadanos la buscarán en otra parte, y allí deberán estar los periodistas. Las reglas han cambiado, pero el juego sigue. Bienvenidos.

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