En los medios no se hablaría de otro tema que no fuera del bebé de Carolina Bescansa si Gómez de la Serna no hubiese jurado su escaño. Como para poner el grito en el cielo. Ella quiso llevarse a su hijo al Congreso para darle el pecho porque todavía lo está criando, y «con apego», matizó, y «no puede comer otra cosa», aclaró para sorpresa de los periodistas que la rodeaban, como si el resto de bebés lactantes fueran colgados de la teta de su madre a todas partes porque a ellas no les queda otro remedio. Difícil imaginar a una cirujana, a una barrendera, a una policía, a una profesora con su bebé en el trabajo. De conciliación familiar lo califica ella mientras tiene a la niñera al lado, como si restara apego materno-filial separarse unas horas. Y no olvidemos que el Congreso tiene guardería y que nos cuesta a los españoles más de un millón de euros al año. Además se sabe, es de dominio del pueblo, que hay sacaleches que hacen su función de maravilla, y frigoríficos que mantienen los alimentos con todas sus propiedades, y que por tanto la leche materna no se agria. Pero es más mediático meter un bebé en el hemiciclo y que lo acune Pablo Iglesias mientras ella atiende asuntos de Estado. Es más reivindicativo. ¿Para qué esperar a reivindicar nada por los trámites legales? Ella toma posesión de su escaño y hace teatro reivindicativo.
En cuanto a Gómez de la Serna y la columna que lo escondía, ¿qué decir de él y de su grupo parlamentario? Lamentable, bochornoso, disparatado que un diputado desahuciado por su falta de ética sea reelegido y todavía cuente con el apoyo de quienes dicen poner coto a los corruptos. Será que hay distintos cotos, unos más abajo que otros, para saltarlos de una zancada y reírse de la ciudadanía. Me temo que es eso.
Fotografía: SubtlePanda
