Estamos en Madrid, en el barrio donde más estudiantes viven por edificio debido a la cercanía de la Ciudad Universitaria de la Complutense. A finales de agosto, tras unas semanas de soledad en el centro de la capital, comienza una oleada de maletas y de gente joven que, o bien va a su piso que arrienda durante todo el año o va buscando carteles de alquiler de puerta en puerta que cumplan sus expectativas, así como anuncios análogos en web. Todo parece un clima favorable para encontrar compañero de piso, pero cuando uno publica un anuncio de “se alquila habitación” en internet, deberá enfrentarse a la tediosa tarea de aclarar cómo es el espacio disponible a miles de llamadas que, aun habiendo escrito el anuncio más claro del sitio web, tendrán dudas que resolver. Esta tarea te permite conocer gente interesante. Sin embargo, también podrás encontrar algún personaje con quien se entablará una larga conversación a pesar de que no quieras, de ninguna de las maneras, cederle tu espacio. “La pela es la pela”, pero te encontrarás a gente que haga alguna contraoferta a tu anuncio.
Este es el caso (real) de una chica que me contactó hace un par de semanas. En primer lugar se interesó por el sexo de mi compañero (y por el mío): ¿“Sois chicos?”. Su siguiente pregunta fue más concisa: “¿Heteros?” Respondí afirmativamente otra vez. Inocente de mí, pensé que la chica en cuestión buscaba un piso gay friendly, lo cual no nos suponía un problema en absoluto, pero fue ahí donde comenzó la verdadera negociación. Primero quiso venderme la historia de “yo soy una chica muy responsable, puedo ayudaros con la limpieza, a fregar, planchar, hacer la comida.., echaros una mano”. Le agradecí esa presentación, no sé si honesta, pero por lo menos en pro de una feliz convivencia. Nadie da duros a cuatro pesetas, así que insistió en sus cualidades pero pidiendo una rebaja del precio del alquiler. No podía acceder a esa oferta, el piso no es mío y no estoy en condiciones de pagarle el alquiler a nadie por esos servicios. Como he dicho antes, su plan era echarnos una mano en el piso, pero llegó el momento en el que había que detallar qué clase de mano estaba dispuesta a echarnos.
Todo se desveló con la siguiente pregunta:
–¿Querríais que os echara una mano ocasionalmente?
No quería precipitarme, pero ya estaba pillando la onda de la propuesta. Lo compartí con mis amigos cercanos y todos pensaron lo que yo no me atrevía a pensar. Me pareció curioso y seguí indagando en sus motivos para ofrecerme esto. Era una chica de 22 años, supuestamente estudiante y conocedora de esta experiencia en pisos anteriores. Comencé una conversación sin tapujos y me interesé sobre todo por su integridad física, porque en el caso de llevar a cabo ese tipo de “contrato”, que tuviera libertad de elegir cuándo y cómo organizar esta tarea. La chica parecía tener una actitud muy positiva con su oferta, me quiso convencer de que este tipo de relaciones de convivencia y favores sexuales creaba un “ambiente muy relajado” y que nunca había tenido problemas con ningún compañero. Seguí indagando y pregunté por qué rebaja concreta en el precio del alquiler estaba dispuesta a “firmar el contrato” y me comentó que, anteriormente, había estado pagando 200 euros frente a los 320 que pagaban sus dos compañeros. Me dijo que no me preocupara por nada, que eso se podría hablar siempre y que nunca había sido un número fijo de favores, que eso dependía de la relación que creásemos en el piso.
Por un lado, me parecía genial que pudiera contarme su experiencia de manera tan natural y tan amistosa, pero por otro me daba pena pensar en la situación en la que debe verse para recurrir a este tipo de negociaciones. O no sólo su situación, sino su despreocupación ante exponer su cuerpo a unos desconocidos. Hubo un momento en el que le comenté mis motivos por los que moralmente no veía bien que se expusiera de tal manera, a lo que me contest con un sonoro “eres un antiguo”. Y puede que lo sea. Llevamos el tema a la cuestión de género, la cual ella no veía tan clara. “No es cuestión de género, solo es una persona que está dispuesta a esto y no tiene problema en rentabilizar su cuerpo, podrías hacerlo tú”.
Yo me enfadé, no creo que no sea una cuestión de género y le propuse el mismo trato pero a la inversa, le dije que ella me pagara a mí el alquiler, lo cual no le pareció tan buena idea. Con esto quería hacerle ver que este tipo de propuestas se pueden realizar más fácil desde una posición femenina y sin entrar en debates de género, ¿qué piensan que ocurriría si un chico de 25 años le ofreciera este trato a un piso de dos chicas de su misma edad? Alguno puede ser optimista, pero yo me imagino, como poco, un elegante rechazo de las chicas.
Seguimos la conversación y le planteo la posibilidad de, ya que quiere sacar un dinero extra para el alquiler, hacer esa propuesta por todo el edificio, total, de perdidos al río. Le emocionó la propuesta, y preguntó con euforia:
–¿Hay más chicos en el edificio interesados?
Le respondí que dudaba. El resto de la conversación siguió subida de tono, la verdad hasta me excité en algún momento, pero siempre le dejé claro que yo no me sentiría cómodo en esa situación. Me enfadé definitivamente cuando me acusó de machista. No recuerdo bien por qué llegamos a ese punto, no sé si no fui todo lo políticamente correcto que debería al tratarla como mujer que ejerce su libertad de compartir su cuerpo con quien se le antoje, ni sé ni creo si está bien o mal –o si yo soy digno de juzgarla–, pero sobre todo recuerdo que mi intención era mostrarle mi preocupación, ya que pensaba que no sabía a lo que podría llegar a exponerse con esos contratos.
El tema de la prostitución, si es que esto entra en ese ámbito, es más largo y complejo de lo que yo pueda explicar en estas líneas, pero si soy sincero debo decir que siento una gran lástima por muchas personas que se encuentran en esa situación, salvando la que supongo será una minoría que puedan llevar esta práctica con total libertad y seguridad. Esa noche no hablé más con ella y a la mañana siguiente me desperté con un mensaje en el que me preguntaba:
–Bueno, ¿esas dos pollas pa’ cuando?
Siento deciros que si alguna vez sois bien recibidos en mi casa, ella no será una de mis compañeras.
Fotografía: Wiki Commons