El sábado el Canal 33 de Catalunya retransmitió el documental Ciutat Morta. Este documental sacudió las conciencias de todos los barceloneses, de todos los catalanes, de toda la gente que lo vio. Fue como un tortazo, como si alguien abriese las cloacas de la ciudad. Una verdad incómoda que quería salir a gritos y disparar directamente a las conciencias de los telespectadores para avivarlas. Ciutat Morta habla de un caso grave de corrupción policial, judicial y política que conllevó tortura, cárcel, y un suicidio para jóvenes inocentes. Aquel viejo tópico de pasar por el lugar equivocado en el momento equivocado. Aquella triste vieja verdad de que el sistema prefiere sus mentiras a la vida de los demás.
Cuando vi ese documental no pude contener las lágrimas, ni la sensación de frustración, asco, indignación y rabia, pero no sentí miedo. No tuve miedo porque ese miedo ya lo sentí en carnes propias cuando descubrí lo hijos de puta que pueden ser algunos cuerpos del orden, legitimados y protegidos por el poder judicial y el político de turno. No consiguieron encerrarme, pero casi. Ahí me di cuenta, repito, de lo hijos de puta que pueden ser algunos cuerpos del orden. Me acuerdo de que el policía intentaba cambiarme la declaración todo el rato y quería hacer que la firmase para autoinculparme, como si no supiese leer. Se la hice escribir siete veces hasta que resignado me dijo: «Esto te va a traer consecuencias».
¿Sabéis por qué son unos hijos de puta? Porque si les sale bien la jugada de falsear pruebas, de inculparte falsamente, de hacer un montaje entre ellos para que todo indique que eres culpable; si consiguen meterte presión para que confieses un delito que no has cometido, tú te vas a la cárcel siendo inocente y te destrozan la vida, pero si no les sale bien la jugada, como fue en mi caso, a ellos se les sanciona sin empleo y sueldo durante unos meses; y si le caes bien al juez, puede que consigas un bono para comprarte un bocadillo de salchichón y un zumo de piña en el bar de la esquina después de darte unas palmaditas en la espalda.
El miedo se siente cuando ves que los que tienen que velar por tu seguridad y garantizarte libertad son lo que quieren encerrarte injustamente; y no por un fallo, sino adrede. El miedo se siente cuando ves que paso a paso, y trámite a trámite, nadie duda de la declaración de las fuerzas del orden y que tu declaración siempre tiene menos valía que la suya (eso si llegan a leerla). El miedo viene cuando irremediablemente te sientes como un cordero de camino al matadero empujado por corruptos y delincuentes con uniforme de servidores y garantes de protección. El miedo viene cuando trámite a trámite vas viendo que todos dan por buena la declaración oficial sin ni quisiera ponerla en duda. El miedo viene cuando los supuestos periodistas y columnistas de los grandes diarios ni investigan ni ponen en duda la versión oficial, sino que la repiten como papagayos, la ensalzan y derriban cualquier ápice de ponerla en duda. El verdadero miedo es cuando el político de turno pone la mano en el fuego por ellos sin poner nada en duda. El miedo viene cuando tus propios conciudadanos se creen totalmente la versión oficial sin ponerla en duda, como si cayese del cielo como los diez mandamientos. Como si fuese una verdad irrefutable, como si fuesen talibanes y la versión oficial un comunicado divino que se ha de creer sin hacer preguntas. El miedo viene cuando la gente cree que esto sólo pasa en películas y en países tercermundistas. El miedo es cuando se creen que En el nombre del padre no está basada en hechos reales. Pero realmente, el verdadero miedo, es cuando desde la cuenta oficial de Twitter de los Mossos d’Esquadra se escribe esto el mismo día de la retransmisión del documental: «Hoy es buena noche para ir al cine, pero si queréis ver fantasía con poner el Canal 33 ya tenéis suficiente».
Sé que muchos dirán aquello de «sí, pero luego quieres que vengan a salvarte cuando los necesitas». Pues evidentemente que sí. ¿O es que se piensan que hacer bien el trabajo por el que todos les pagamos tienen derecho a humillar, torturar e intentar encarcelar a personas inocentes sin ser duramente criticados, duramente juzgados y duramente castigados? Pues sí, parece que muchos es lo que se piensan.
Barcelona, y Catalunya tienen un grave problema con su policía. Estos males no son endémicos de Barcelona, están en todas partes. Sólo hay que ver la cantidad de presos inocentes, incluso sentenciados a muerte, que hay en el mundo occidental y que por suerte salen a la luz. Pero Barcelona tiene un problema dada la cantidad de denuncias que hay por tortura y la cantidad de vídeos que hay donde se realizan dichas torturas, como en la famosa comisaria de les Corts. En Barcelona nunca me he sentido seguro al ver a la policía, al contrario, me siento cohibido, vigilado, acosado e incluso en algunas ocasiones humillado; sensaciones que he vivido en todas partes pero que en Barcelona se acentúa bastante. En Barcelona ando con miedo. Sí, con miedo a la policía. Les veo y me pongo nervioso y tiemblo. Cuando veo a un policía en Barcelona, después de tantas vejaciones y humillaciones, siento asco, rabia, me pongo nervioso y tiemblo por miedo. Tiemblo por miedo de mí mismo. Miedo de cómo pueda actuar algún día al verles. Lo único que me hace no cometer una locura es la duda. La duda de que no todos son iguales.
Quis custodiet ipsos custodes? (¿Quién vigilará a los vigilantes?) Por suerte, hay mucha gente que lo hace, como los creadores de este documental, algunos partidos políticos como las CUP, algunas organizaciones ciudadanas y algunos medios de comunicación alternativos como La Directa. Ahora todo el mundo quiere reabrir el caso (porque sí, todos los partícipes se fueron de rositas, excepto dos policías torturadores que fueron a la cárcel por otro caso: torturar a un hombre negro haciendo creer que era traficante de hachís, cuando se descubrió que ese torturado era rico, que su padre era embajador y que no le hacía falta vender posturitas de hachís). Quieren reabrirlo porque han visto cómo se han movilizado y ha golpeado a la conciencia los ciudadanos este documental. Los mismos que sabían de este caso y que no movieron un dedo y que también se callaron, ahora quieren reabrir el caso. Todo sea por ganar unos votos.
El miedo y el asco en Barcelona es saber que la mayoría de los casos nunca saldrán a la luz. El miedo y asco en Barcelona es la impunidad con la que actúan. El miedo y asco en Barcelona son los indultos de muchos de ellos cuando son condenados. El miedo y asco en Barcelona es la legitimidad que les da el político de turno.