El enorme ejército romano de Craso, compuesto por siete legiones, había cruzado la frontera del imperio parto por la actual Turquía y se encontraba en pleno desierto, rodeado por la caballería del general Surena. Los romanos, muy probablemente, ignoraban que las tropas de Surena eran muy inferiores en número. En realidad se trataba de una avanzadilla de unos 10.000 jinetes cuyo cometido era, fundamentalmente, retrasar todo lo posible el avance romano hacia la capital, que era su objetivo, mientras el grueso del ejército parto, al mando del mismísmo rey Orodes II , sometía al rey de Armenia en castigo por haberse aliado con los romanos.
Es muy probable que Craso y sus generales no pudieran calibrar adecuadamente el tamaño del ejército que los estaba atacando. Los arqueros a caballo de Surena se movían a toda velocidad a su alrededor mientras disparaban flechas con sus arcos compuestos (mucho más potentes que los arcos normales) y levantaban densas polvaredas que impedían a los romanos tener una visión global de la batalla.
Las legiones adoptaron la formación en testudo (tortuga, en latín) que les protegía mucho mejor de las flechas, pero entonces los catafractos, la caballería pesada de los partos, atacaron las líneas romanas y causaron muchas bajas, ya que la formación en tortuga es poco apropiada para defenderse de un ataque de caballería pesada (o de infantería) a causa de la escasa movilidad de los soldados y de lo mucho que limitaba su capacidad a la hora de luchar cuerpo a cuerpo. Y en el momento en que volvían a formar en línea y avanzaban, los catafractos se retiraban y los arqueros montados volvían a atacar con sus flechas. No es difícil imaginar lo mucho que aquella situación empezó a parecerse a una pesadilla para los legionarios de Craso.
La idea de Craso era muy simple. Su pretensión era repetir lo que otros ejércitos romanos habían hecho anteriormente en las mismas circunstancias; esperar a que los jinetes agotaran sus flechas y entablar entonces una batalla tradicional que les resultaría más favorable. Y esa fue, en realidad, la causa fundamental del desastre.
Una de las peores cosas que le pueden ocurrir a un general es que su contrincante deduzca la táctica que va a usar y encuentre la forma de neutralizarla o usarla en su favor. Y si el general en cuestión no tiene un plan B, un recurso de emergencia, el asunto se agrava hasta límites muy peligrosos. Es algo parecido a lo que ocurre cuando un jugador de ajedrez sabe lo que vas a hacer con varias jugadas de antelación.
Los partos habían llevado consigo cientos de camellos cargados con haces de flechas y habían organizado un suministro constante para sus arqueros. Cuando los jinetes agotaban sus proyectiles se dirigían a la retaguardia y recargaban sus carcaj. Cuando los generales de Craso se dieron cuenta de lo que estaba pasando hicieron lo único que podían hacer y tomaron una medida desesperada. Craso ordenó a su caballería que cargara contra los arqueros partos para obligarlos a retirarse. Surena también había previsto aquello, por supuesto, y los catafractos estaban preparados para atacar. El resultado fue una auténtica carnicería. Los jinetes romanos (muchos de ellos galos cedidos por César) apenas llevaban armadura, y no fueron rival para la caballería acorazada de los partos. El hijo de Craso, Publio, que comandaba el contingente de caballería, terminó decapitado. Su cabeza fue expuesta a las legiones clavada en una lanza. Es lógico pensar que aquello acabó de alterar a Craso.
El resto de la batalla fue un desastre progresivo. Los catafractos amagaban cargas para que los romanos retrajeran sus formaciones y se apiñaran, facilitando así la labor de los arqueros montados.
Al caer la noche, los partos se retiraron. No podían apuntar bien con sus arcos y la jornada había sido muy fructífera. El repliegue del ejército romano se convierte en otro desastre. Craso está en estado se shock, y las tropas romanas están desmoralizadas y agotadas. Miles de heridos quedan abandonados en el campo de batalla. Las flechas provocan muchos heridos, pero es difícil matar a un soldado provisto de escudo, yelmo y cota de malla con una flecha. La mayoría de heridos, probablemente, debían tener varias flechas clavadas en las piernas y en los brazos.
El grueso del ejército retrocede hasta la pequeña ciudad de Carras. Al día siguiente se entablan conversaciones para establecer los términos de la rendición, pero en el transcurso del proceso, por razones que no quedan claras, Craso y muchos de sus oficiales son asesinados. Un contingente romano que renuncia a quedarse en Carras logra llegar hasta Siria.
Y ésta es, más o menos, la crónica de una de las pocas batallas de la edad antigua en la que la caballería logra una victoria rotunda en una batalla campal sobre un contingente de infantería, con el agravante de que la infantería en cuestión es la romana, una de las más temibles de la historia de la guerra, y de que su superioridad numérica era de 5 a 1. Es también un ejemplo muy ilustrador de lo que puede llegar a ocurrir cuando un hombre poco capacitado se pone al mando de un ejército aunque éste esté bien entrenado y su capacidad de combate sea muy superior a la de su enemigo.
El resto de la historia, por cierto, es interesante.
El emperador Augusto, al cabo de unos años, intenta entablar conversaciones con los partos para establecer una tregua y recuperar las águilas de las legiones derrotadas, pero sólo logra un pequeño intercambio de prisioneros a cambio de un rescate. Después de aquello, la derrota de Carras se convierte en tabú y los prisioneros son olvidados. La mayoría de ellos, según parece, terminaron sus días esclavizados en las minas de Bactriana (actual Afganistán), pero parece ser que un contingente fue trasladado a la frontera Este del imperio parto. Allí lucharon contra los Hunos, y es posible que fueran hechos prisioneros por estos y que a su vez acabaran luchando contra los chinos de la dinastía Han. El historiador chino Ban Gu hace referencia en sus crónicas a un contingente de soldados muy disciplinados que en la batalla de Zhizhi lucharon entrelazando sus escudos «como las escamas de un pescado» y que construían fortificaciones cuadrangulares de estacas de madera. Y en algunas poblaciones de aquella zona (del actual Uzbekistán) suelen encontrarse individuos con rasgos itálicos como pelo rizado de color claro, ojos verdes o azules y narices aguileñas, muy impropios de los individuos orientales.
Es posible que algunos de los legionarios de Craso terminaran sus días como mercenarios de la dinastía de los Han.