En todo verano criminal que se precie no puede faltar un autor escandinavo.
Aunque reconozco que soy poco fan de los thrillers que surgieron del frío, cuyas historias de crímenes y corrupción me cuadran bastante poco con la imagen que tengo de los países del norte como lugares extremadamente civilizados, donde quien infrinja la ley se entregará espontáneamente a las autoridades porque su conciencia no le dejará vivir en paz.
Pero la casualidad ha hecho que esta primera novela (data ya del 2003) de la sueca Åsa Larsson caiga en mis manos y la he leído con gusto y curiosidad. El escenario es de lo más pintoresco. Kiruna es un pueblecito en el norte de Suecia cerca del Círculo Polar donde los trineos y las motos de nieve son de uso cotidiano y donde los personajes parecen alimentarse exclusivamente de café y bollos de canela. La protagonista Rebecka Martinsson, una abogada fiscalista procedente de este pueblo que huyera a Estocolmo por motivos que se irán esclareciendo a lo largo de la obra, se ve obligada a volver a causa del asesinato de un líder religioso local y la posible implicación en el crimen de la hermana de éste y antigua amiga de Rebecka.
La autora sabe de lo que habla cuando habla de pequeños pueblos del norte y de comunidades religiosas, en el personaje de Rebecka ha depositado mucho de su biografía personal. Curiosamente esto no hace que el lector empatice más fácilmente con ella, al contrario todos los personajes casi sin excepción tienen un algo desagradable que va a enrarecer aún más el ambiente ya de por sí turbio de la historia. Y este ambiente es lo mejor del libro y justifica además el desenlace un tanto insatisfactorio de la obra en el que van a quedar para mi gusto demasiadas preguntas sin resolver. Pero el pueblo de Kiruna vive en función de los dictados de sus líderes religiosos, lo que ha hecho del ocultamiento una forma de vida para sus habitantes cuyas vidas están marcadas por los mandatos bíblicos que son la ley superior del lugar. La creencia religiosa extrema se suele asociar con el catolicismo de los países mediterráneos a causa de sus manifestaciones externas tan sonadas de procesiones y romerías multitudinarias, mientras que en el centro y norte europeos existen todavía comunidades protestantes cerradas cuyo extremismo religioso solamente sale a la luz cuando algún miembro procedente de ellas decide escribir un libro como este.