Ilustración: Miguel Sánchez Lindo
A veces no es fácil entender las modas que llegan de las pasarelas de París. Son raras. Plumas, lentejuelas, zapatos imposibles, ropa que nadie se pondría para ir por la calle. Y es que la alta costura no es para todos. Nada que ver con el Libertad-Igualdad-Fraternidad, ese prêt à porter del que presume medio Occidente aunque sólo sea de boquilla.
El pasado 1 de octubre, Rick Owens, diseñador californiano, presentaba en la Semana de la Moda de París sus “mochilas humanas”, modelos que llevaban a otras modelos colgadas de correas como si fueran complementos. Creíamos que ésa era la única extravagancia que nos iba a deparar la Semana de la Moda de París que terminaba el día 7, hasta que el 5 de octubre las pistas del aeropuerto Charles de Gaulle se convirtieron en una extensión de las pasarelas de la Semana de la Moda y asistimos al último tour de force de los creadores de trapos. Xavier Brosseta, responsable de recursos humanos de Air France, escalaba las vallas del aeropuerto hacia una zona segura con un modelito imposible hecho de jirones de camisa y trozos de traje. Le perseguían los empleados de su propia compañía. Había atravesado la multitud como alucinado, la mirada atormentada y los ojos desorbitados por el miedo, brazos zarandeándole, gritos incendiarios contra la tiranía, su torso sin camisa, la corbata al cuello.
La deconstrucción de la moda para altos ejecutivos acababa de desembarcar en París.
Nunca habríamos podido imaginar a alguien saliendo de una reunión de trabajo vestido (o desvestido) de esa manera. El resto de representantes de la dirección de Air France, también huían de los trabajadores. Sus looks de Robinson Crusoe les delataban: camisas desgarradas, chaquetas descompuestas, bolsillos colgando y pantalones rasgados por las costuras. Sólo conservaban intactos los complementos: relojes, maletas, corbatas y tablets. La gente los abucheaba. Agitaban banderas y seguían gritando consignas mientras los directivos de Air France se agarraban a sus tablets como a un tronco en mitad del mar, para no ahogarse en la multitud. Y lo peor de todo es que esos robinsones no venían de alta mar ni de una isla desierta ni de haber pasado semanas enteras bajo un sol de justicia sobre unos maderos atados con cuerdas. Sólo venían de una reunión con los representantes sindicales y ahora les tocaba desfilar por una complicada pasarela con un público muy exigente en el que no había ni una sola celebrity.
Xavier Brosseta y el resto de directivos habían tenido que compartir unos momentos un tanto crispados con los nuevos enfants terribles de la confección, un grupo de trabajadores especialmente luchadores que entraron en la reunión al grito de Jouinac dimisión. Jouinac es el presidente de la compañía. Los representantes de la dirección de Air France pusieron 2900 despidos sobre la mesa y los trabajadores se desentendieron de las reglas y los patrones y los agarraron de los trajes para crear tendencia. Una tendencia salvaje, es verdad, pero una tendencia al fin y al cabo. Ya se sabe, la creatividad de los modistos no pide paso. La inspiración se impone. La deconstrucción arrasa.
En el último momento, cuando Xavier Brosseta había escalado a lo alto de la valla y ya se sentía a salvo, la cámara de un reportero inmortalizó el perfil de su michelín desnudo contra el cielo de París, la ciudad que aquel día iba a acoger en su Grand Palais los desfiles de Yves Saint Laurent, Hèrmes y Stella Mc Cartney. Xavier Brosseta respiró aliviado. Al otro lado de la valla le esperaba una Melilla francesa más civilizada y silenciosa, una Melilla cerca del Sena donde se diseña con patrón, se corta con tijera y las conversaciones se tienen a otro volumen, sin megáfonos ni banderas.
El mundo de la moda, con este último quiebro, vuelve a rompernos así nuestros pobres esquemas mentales de prêt à porter. Irrumpe la deconstrucción en la alta costura y nos deja descolocados. Años y años viendo trajes con hombreras y chaquetas entalladas para acabar involucionando de repente hasta llegar al andrajo chic, el alto ejecutivo Crusoe, el torso de directivo sin camisa y con corbata. Nosotros, que ya casi le teníamos pillado el truco a las zumbaduras de la pasarela y nos creíamos inmunizados contra las rarezas de la posmodernidad. Nos toca reflexionar. Algo está fallando. Será cuestión de ver si la tendencia sobrevive. O habrá que civilizar a los responsables. Pero ni los directivos eran náufragos ni los trabajadores unos diseñadores salvajes con ganas de dar la nota, y las preguntas siguen en el aire, ese aire de Francia que es cada vez más espeso, sobre todo en las mesas de negociación. ¿Quiénes son los salvajes? ¿A quién se está deconstruyendo? ¿Quiénes son los verdaderos náufragos? Reforma laboral o moda desatada, no parece que haya otra salida. Y no sólo en Francia, porque habrá más Fashion Week deconstructivistas si alguien no civiliza el panorama: Lisboa, Kiev, Berlín… Cuando aparecieron las primeras minifaldas hubo quien se echó las manos a la cabeza y mira tú hasta dónde hemos llegado. Los tangas ya son hilo dental. Igual los salvajes no se civilizan y la moda de la deconstrucción arrasa. Porque una cosa es ir informal al trabajo y otra muy distinta es ir hecho un náufrago.