Hablar de Alma Mahler es hablar de una flecha de fuego devorando a un muñeco de madera; o eso debían pensar la ristra de hombres que fue dejando a sus pies, y es que Mahler, nacida como Alma Marie Schindler, estuvo casada con algunos de los personajes más notables de la cultura de finales del s XIX y principios del XX, entre ellos el compositor Gustav Mahler, el arquitecto Walter Gropius y el novelista Franz Werfel. Pero también tuvo amantes notables como los pintores Gustav Klimt y Oskar Kokoschka, el biólogo Paul Kammerer e incluso un sacerdote de treinta años: Johannes Hollnsteiner. Si los hombres le habían dedicado sinfonías y pinturas, ninguno le dedicó una misa, debió pensar.
Alma simbolizaba el mito de Lilith, la primera mujer de Adán, que decidió salir del paraíso por su propio pie, sin necesidad de que nadie la expulsase, porque no quería vivir sometida a las reglas establecidas. Quería valerse por sí misma y ser libre y pura. Esa actitud ante la vida por parte de una mujer siempre ha sido demonizada. Una mujer debía tener una educación específica, ser una buena esposa y buena madre. Alma no era así. Actuó con libertad y sin reprimirse ninguna opinión sobre cualquier tema por controvertido que fuera. Desinhibida en sus relaciones, fue amante y fuente de inspiración de muchos poetas, pintores, músicos, escritores, científicos y un sacerdote.
Desde pequeña estuvo ligada al mundo del arte, ya que su padre era pintor. De una belleza y una inteligencia brillante, desde joven tuvo bastantes romances, como por ejemplo con el pintor simbolista austríaco Gustav Klimt con quien Alma aprendió a besar por vez primera como mujer. En recuerdo de ello, y por lo que para Klimt significó la experiencia, el pintor la plasmó en un cuadro que tituló, precisamente, El beso. También tuvo relaciones con el director teatral Max Burchkard y con su profesor de piano y compositor Alexander von Zemlinsky, además de otros poetas, hasta que se casó un Gustav Mahler, un compositor 20 años mayor que ella.
El amor entre Mahler y Alma siempre estuvo marcado por una serie de sentimientos paradójicos, plenos de contrastes y en los que la entrega y el desinterés, la lealtad y las infidelidades y la veneración y también el menosprecio marcaron su relación. Mahler mutiló artísticamente a Alma, no dejando que florecieran sus capacidades con la composición y el piano. Decía que debía dedicarse a su hogar, a ser una buena esposa y a cuidar de sus hijas, condenando a Alma a vivir bajo la sombra de uno de los mejores compositores del postromanticismo. Eso la llenaba de hastío y desesperación.
Tras la repentina muerte de María, la hija mayor del matrimonio Mahler, como consecuencia de una difteria complicada, Alma quedó sumida en un apático y depresivo duelo que le hizo buscar refugio en un balneario de Tobelbad, cerca de Graz (Austria), donde conoció y se enamoró del joven arquitecto Walter Gropius, el mismo que años después fundaría la Bauhaus (una innovadora escuela de arquitectura que consiguió algo tan innovador para la época como fusionar arte y diseño industrial). Su esposo se enteró de la infidelidad e intentó recuperar a su esposa suplicándole que volviera con él, incluso empezó a valorar las composiciones de su amada que previamente fueron menospreciadas, pero ya era demasiado tarde: Alma ya no quiso volver con él, estaba enamorada de Gropius y al poco murió el compositor de pena. Eso sí, Alma tuvo la compasión de acompañarlo en su última gira antes de morir.
Después de la muerte de su marido, pese a que parezca lo lógico, no se casó con Gropius, sino que empezó una relación con Paul Kammerer, un biólogo con el que tuvo un romance tormentoso, lleno de pasión y celos entre ambos. Cuando consiguió romper con el científico, empezó un affaire con el pintor Oskar Kokoschka, para quien posó varias veces en su estudio y quien en su famoso cuadro Der Windsbrauf (La novia del viento) plasmó plenamente el amor que llegó a sentir por Alma. Oskar, literalmente, estaba loco de amor por ella y, Alma, temiendo ante la actitud enfermiza de Kokoschka hacia ella, decidió abandonarlo, dejándolo tan loco, posiblemente acentuando la neurosis que ya le abrigaba, que se hizo fabricar una muñeca a imagen y semejanza de su amor, a la cual sentía aún como a un miembro fantasma. Muñeca que incluso llegó a llevar con él al teatro.
Una vez pasado el huracán Kokoschka, esta vez sí, decidió casarse con Gropius, con quien tuvo una hija que, como la hija que tuvo con Gustave Mahler, murió, esta vez con 18 años. La relación con Gropius duró cinco años; después se divorciaron y se enamoró del poeta y novelista Franz Werfel, con quien tuvo otra hija que, perseguida por la maldición y la fatalidad, también murió.
Aunque finalmente se casó con Werfel en 1929, el corazón de Alma siguió predeterminado a ser de todos y de nadie cuando, de nuevo, el destino tenía previsto para ella un hombre de quien una vez más iba a enamorarse. En esta ocasión se trató de un atractivo sacerdote llamado Johannes Hollnsteiner, un profesor de teología de escasos treinta años con quien Alma Mahler mantuvo una intensa y apasionada relación que le hizo abandonar a Werfel por un tiempo.
Alma Mahler fue la gran musa, el desgarro, la pasión, el pecado y la locura de la Europa de entreguerras. Para muchos fue una tirana emocional, para otros un ser egoísta y caprichoso, pero posiblemente fue una incomprendida; condenada a vivir a la sombra de hombres tocados por la genialidad en una época donde una mujer sólo podía aspirar a eso. Condenada a que su creación fuera yerma. Recordada por los hombres con los que estuvo y no por su obra. Grandes obras, grandes pinturas y poemas fueron dedicados a ella; y ella fue el sentimiento que los engendró. Pero ella nunca creo nada, o quizás lo creó todo, lo arrasó todo, lo quemó todo, como flecha de fuego en un muñeco de madera. Mujer de todos y a la vez de nadie, los dejó desesperados, como Adán esperando a Eva.