Fotografía: Juan F. López
Dialogados es un proyecto de periodismo tranquilo que quiere recuperar el tiempo para el diálogo. Son los testimonios personales los que muchas veces ayudan a entender un momento, un lugar, una obra, una generación. Son las emociones transmitidas las que pueden ayudarnos a comprender una utopía en un tiempo exacto.
Al cruzar la puerta del estudio de Ágatha Ruiz de la Prada uno tiene la idea de dejar Madrid a sus espaldas y adentrase en un universo nuevo, regido por otros códigos y ritmos. Hay mucho movimiento para ser ya la última hora de la tarde. En tan particular reino, un equipo de coloridos profesionales rodean a su líder. Están intentando cerrar las gestiones para un viaje de trabajo a Estados Unidos. El grupo transmite buen rollo y participa al recién llegado la idea de familia (en parte algunos lo son, bien por parentesco directo –como Cósima y Tristán, los hijos de Ágatha– bien por amistades cuyos orígenes se pierden en el tiempo). Nuestra protagonista sonríe pero, al mismo tiempo marca su terreno y nos advierte de que hoy ha tenido una mala experiencia con un fotógrafo al que ha dejado compuesto y sin la imagen buscada. De manera altruista, iba a colaborar para una campaña de promoción de los valores de España en el extranjero pero no le gustó el enfoque, se levantó y se fue. Así es ella, directa y temperamental. Enseguida conseguimos nuestro objetivo, que es llegar a un punto distendido en la charla, donde se pueda proyectar, criticar –aunque lo justo, que eso desgasta innecesariamente–, soltar un taco (o dos, o tres) y tejer con colores un eje de coordenadas espacio-temporales en el que volcar sus memorias de tiempos felices, como los de La Movida. La misma impaciencia que le lleva a contestar antes de que la pregunta haya sido formulada por completo es la que le hizo dar el salto al vació a los 20 años, con el colchón, afectivo y económico, de sus seres queridos pero una valentía propia que es marca de identidad de la casa. Lo primero que tenemos que hacer es llegar a un acuerdo…
–En nuestros diálogos la fotografía siempre aparece con un tratamiento muy especial del blanco y negro.
–Ya pero… ¿En este también? [Sorprendida]
–Pues teníamos dudas. ¿Eres capaz de convencernos para que tu caso sea la primera excepción? Aunque tus creaciones comprenden muchos más elementos, ¿podemos concebir a Ágatha Ruiz de la Prada sin el color?
–En esta anécdota que te acabo de contar que me ha pasado esta tarde [en relación a la sesión fotográfica a la que hacemos referencia en la introducción a la entrevista], precisamente, todo era oscuridad, oscuridad, oscuridad. Es absurdo. Si tú quieres aportar a una campaña de publicidad sobre España en países del norte de Europa, que por su situación geográfica y su clima suelen ser más tristes, lo primero que tienes que aportar es color. Si vas por la calle y ves un mupi con publicidad en color te apetece echar un vistazo a lo que anuncia. Si, en cambio, ves a unos tíos que parece que están en un velatorio no te apetece nada. Desde luego yo creo que es muy importante la imagen en color. A mí me han hecho grandes fotos en blanco y negro. Por ejemplo Alberto García-Alix me sacó una que es de las mejores que me han hecho en mi vida. Además en aquella foto estaba vestida de Chanel. Imagínate… ¡Ágatha Ruiz de la Prada vestida de Chanel en blanco y negro! Fue una sesión con fotos sensacionalmente bonitas. Pero, al margen de excepciones puntuales como esa, la vida es color. El color es importante y ha sido siempre importante para mí. Es parte de mi personalidad. No me imagino sin el color.
–Nos has convencido. Ciertamente ya veníamos con la idea precocinada porque no te concebíamos sin color.
–Me alegro entonces.
–¿Cuál fue tu primer estímulo para hacerte diseñadora?
–El estímulo es cuando te das cuenta que la ropa te puede dar la felicidad. Entonces dices: «Yo puedo ser feliz o desgraciada». Y la verdad es que esta profesión te puede hacer muy, muy feliz.
–A los 20 años comenzaste a trabajar como ayudante en el estudio madrileño del modisto Pepe Rubio, con un mundo por descubrir.
–No, a los 20 años ya hice mi primer desfile.
–¿A qué edad entraste entonces con Pepe?
–Pues sería con 19 o así, pero yo con 20 años hice ya mi primer desfile de moda. Ya tenía mi nombre, mi logotipo, pagué a mis modistas, compré, las telas, tuve modelos, tuve peluquero, maquillador, música… ¡Todo!
–Ubícate entonces en esa época, con 19 años, cuando entraste a trabajar con Rubio. ¿Qué diferencia a aquella joven Ágatha de los jóvenes diseñadores que llaman ahora las puertas de tu estudio buscando una oportunidad?
–Muchas cosas. Lo de Pepe Rubio fue genial. En el estudio de Pepe, que era un tío extraordinario, éramos solo Pepe y yo. No había más trabajadores en esa empresa. Pepe era muy ácrata, muy creativo, y eso era una locura de trabajo. En un determinado momento pensé: «Hombre, pues para hacer esto ya me lo hago yo misma». Aquella situación me empujó a decir: «Si esto es así yo también lo puedo hacer sola».
–¿Falta hoy esa iniciativa?
–Aquí hoy en día, si viene un chico –que tengo miles de todo el planeta–, a hacer unas prácticas, como ve ordenadores y ve talleres y mucho más que entonces, creo que se puede acojonar mucho y experimentar cosas distintas a las que yo sentí con Pepe Rubio.
–Podemos decir entonces que Pepe es cómplice de lo que eres actualmente.
–Mira, en 2011 se cumplían 30 años desde mi primer desfile y creé –el día exacto, el 25 de marzo–la Fundación Ágatha Ruiz de la Prada. Uno de los fundadores, que me costó un montón encontrarle, fue Pepe Rubio. Yo quise que mi primer jefe fuera parte de mi fundación, porque realmente él me ayudó mucho. Me hizo bien el trabajar a su lado. En cambio aquí vienen los becarios y somos tantos… Yo tuve un contacto con Pepe Rubio brutal y aquí hay muchos que a mí ni me ven. Por ejemplo, en un mes puedo estar en Madrid solo dos días.
–¿Pero, pese a esa vida nómada, disfrutas de tu trabajo?
–Creo que todo trabajo puede ser maravilloso. Yo tengo uno espectacular, pero pienso que si hubiera hecho cine, o hubiera tenido una galería, o hubiera sido psiquiatra… ¡También me lo hubiera pasado muy bien! Hay gente que tiende a darle la vuelta a su trabajo y se lo pasa bomba y otra gente que aunque esté en el trabajo más divertido del mundo no se anima ni pa’trás.
–¿Has experimentado alguna vez el fracaso?
–Casi lo experimento todos los días. Lo bueno es que yo, al día siguiente, me levanto renovada. Tiendo a que se me olvide lo malo.
–Las cosas se ven mejor con perspectiva.
–Mira, un día me regaló un perro Umbral. Estaba yo agotada, era Navidad, acababa de volver a casa de un viaje y suena la puerta a las siete de la tarde. Digo: «¿Quién será?». Abro y era Francisco Umbral que, con dos cojones y sin haberme dicho nada, me traía un perro, un dálmata. A mí me encantan los perros, me encantan. Ya tenía dos. Pero, cuando se fue Umbral de casa, me puse a llorar porque estaba súper cansada y lo último que necesitaba yo ese día en mi vida era un perro… Se llamaba Punto (porque yo tenía Simba, Rex y Punto) y, además, tenía puntos. Era monísimo Punto. ¡Pero yo no quería un perro! Total que ya me tuve que fastidiar con el perro. ¡Uno más!
–No me digas más… Luego le cogiste cariño.
–¡Y tanto! Pero espera, que la historia continua. El perro fue a un campo de mi padre y me lo robaron. Me dio mucha rabia. ¡Coño! Era mi perro. ¿Por qué me lo quitan? Y yo venga con el perro, todos los días dando la lata. El perro apareció al cabo de cuatro meses. Me llamaron para decirme que estaba a 90 kilómetros de Madrid. Me acompañó mi mejor amiga y compañera Cristina [que anda por el estudio en ese momento] y cuando llegamos la puerta del lugar estaba cerrada. Fue un día en el que la red de Vodafone se había caído en toda España. Total, que ni podíamos entrar, ni podíamos hablar. Dejamos el coche ahí y nos fuimos las dos andando como ocho kilómetros, por la noche. Y en esto que, esta es muy miedosa, y nos pasan unos jabalíes entre las piernas. Llegamos a un sitio donde estaban unas personas rumanas y al final, con muchas aventuras de por medio, conseguimos recuperar el perro. Pero Cristina siempre me dice: «Yo, la verdad, es que trabajo contigo por la mala memoria que tengo». Imagínate, íbamos acojonadas, en plena noche, a buscar al perro. Yo porque quería a mi animal pero ella por trabajo, porque yo era su jefa. Por eso me dice: «Yo trabajo contigo por mi mala memoria». Y, retomo tu pregunta inicial por la que conté esta anécdota, a mí también me sucede como a ella, muchas veces, se me olvida lo malo.
–Quería cambiar de tercio ahora. Parece que el recuerdo de La Movida está siempre en continua revisión y se escuchan últimamente cada vez más voces críticas como las de Ana Curra, Grace Morales, Patricia Godes… Gente que vivió esa época y que dice que se la cargaron cuando se rompió el espíritu romántico con el que surgió. ¿Cuál es tu lectura de aquellos años?
–Para mí fue muy positivo porque yo llegué a Madrid… Vamos a ver, yo soy de Madrid, mi padre es de Madrid, mi madre era de Barcelona. Yo he vivido mucho entre las dos ciudades. Mis padres se separaron, yo estuve unos años con mi padre y otros con mi madre. Cuando yo llego a Madrid, de repente, con 18 o 19 años, me llevan un día a un sitio que se llamaba Local, que fue uno de los puntos más importantes de La Movida. Yo llego ahí, veo eso y digo: «¡Bueno, esto es lo más que he visto en mi vida!». O sea, era una cosa espectacular de divertida. Mi primer trabajo, con Pepe Rubio, es en plena Movida Madrileña. Pepe era un personaje muy de La Movida, era amigo de todos. Claro, yo pensé que eso era lo más divertido del mundo. Por entonces no necesitaba dinero porque vivía en casa de mi padre. En mi visión de La Movida yo era, no de las más pequeñas, pero casi. Aunque allí todo era gente muy joven. Por ejemplo lo de Alaska es impresionante, yo creo que con 12 años ya hizo Pepi, Luci, Bom… [Realmente, la cantante hispanomexicana tenía 16 años] Alaska estaba espabiladísima para lo joven que era. Yo no sé si Alaska es más joven que yo, pero por ahí anda. El caso es que mi visión de La Movida es la de unos años divertidísimos. La recuerdo con mucho cariño.
–Vamos a volver a introducir en nuestro diálogo el color. Ya nos has dicho que no te imaginas la vida sin él pero… ¿Tiene cabida incluso en los días tristes de la vida? ¿Cómo colorearías, por ejemplo, el dolor?
–Hay algunos días que hay un respeto. Por ejemplo, recientemente se ha muerto mi padre. Yo me enteré de la noticia y llamé a mi hermano: «¡Voy a buscarte!». Inmediatamente fui a una esquinita que tengo en mi armario que no existía hace unos años pero que ahora existe, una esquinita del negro. Cogí así, sin mirar. El año pasado me regaló una chica en Murcia un jersey muy bonito negro. Lo llevaba puesto y al decirle: «¡Qué bonito!», fue y me compró uno. Y yo pensé: «¿Cómo me regala esta chica un jersey negro?». Luego dije: «Trae para acá, que me puede venir bien». Me lo puse ese día. Hay algunos días en los que para mí el negro es una señal de respeto. Pero yo creo que en un día triste el que tú hagas trucos para alegrarte la vida, como el ir vestida de colores, te ayuda muchísimo.
–¿De qué color vestirías a esta España que…?
–[Interrumpe] Mira, es el perro de El Español, que se llama J [Aparece muy tranquilo por la sala el citado can]. Sácale una foto [dirigiéndose a nuestro fotógrafo] porque es el rey para todo el mundo. Perdona, seguimos.
–Te decía que de qué color vestirías a esta España que…
–[Vuelve a anticiparse] A ver yo siempre he usado, y ahora me lo había puesto también para esa foto famosa que hemos comentado, el rojo y el amarillo, a mi me encantan el rojo y el amarillo… ¡Me encantan! Me gustan mucho. Es verdad que luego la gente se lo toma tan mal que tampoco tienes por qué ponerte de rojo y amarillo y que te vayan dando bofetadas por la calle. Pero, en fin, me gustan mucho los colores de la bandera española, me chiflan.
–¿Y enfundada en esos colores cómo ves el panorama de esta España que algunos quieres fragmentar, otros renovar, otros conservar…?
–Pues mira, yo lo veo mal porque soy un ejemplo máximo de padre de Madrid y madre de Barcelona, así que fíjate. Yo me he encontrado muy, muy, muy, muy de Madrid y muy, muy, muy, muy de Barcelona y ahora cada día me encuentro menos de Barcelona, la verdad.
–A España la vistes de rojo y amarillo pero El Español, por cierto, se viste de blanco y negro en sus colores corporativos. Pedro J. dice estar reinventando el concepto de periódico.
–Mira, tenemos aquí a la mascota de El Español. Pedro J. está como loco con su perro. Es la primera vez en su vida que tiene un perro suyo. Se lo han regalado todos los de El Español. Se llama J. Ya te lo he dicho, ¿no? Los del periódico querían que se llamara Ñ o Mariano, pero yo no quería que se llamara Mariano porque… (Risas)
–Sin saber cómo acabará esa aventura nadie niega que Pedro J. ya está haciendo historia.
–Yo estoy muy a favor de esta aventura. Pedro J. está trabajando mucho, muchísimo, con muchos nervios, porque él es un periodista espectacular pero, claro, él no es un técnico, es un técnico bastante malo y está en manos de la tecnología. Lo está pasando criminal con la tecnología porque él no quiere hacer un periódico, quiere hacer el mejor periódico.
–Fue dura la salida de El Mundo
–Cuando a Pedro J. le echaron –que son tontos porque si no le hubieran echado hubiera sido todo mucho más fácil para ellos– se dio cuenta de que no quería jubilarse. Se podía haber jubilado divinamente. A mí me hubiera encantado que nos hubieran nombrado corresponsales en Nueva York, me hubiera chiflado… Pero él no quiso. Me dio mucha rabia pero no quiso irse de corresponsal a Nueva York. A mí me habría convenido mucho vivir dos o tres años en Nueva York, los dos juntos. Lo hubiéramos pasado bomba. Pero él no quería. Le dio rabia y se dio cuenta de que, en el fondo, lo que a él le gustaba era lo que hacía. Ni le importa el dinero ni nada. No tiene otro hobby. Bueno, sí tuvo uno. En los últimos años de El Mundo, que fueron para él muy dolorosos porque veía lo que se estaba complicando la prensa escrita y lo pasaba muy mal, él se dedicó a leer muchos libros y a hacer estos dos grandes libros de historia: El primer naufragio y La desventura de la libertad. Fue un poco, pienso yo, como una huida de esa cosa tan tremebunda que era la descomposición de la prensa escrita. Se compró dos mil millones de libros. Pero, en el fondo, él no es un historiador, y se dio cuenta de que no, que le divertía ser historiador si era periodista pero que no le divertía ser solo un historiador. Total, que se dio cuenta de que le aburría una barbaridad no trabajar y prefiere estar así, angustiado como está ahora, porque es lo que le gusta a él.
–Te pregunto ahora como la mujer que ha estado junto a Pedro J. en estos momentos de dificultades, decisiones y retos. ¿Cómo se vive el nacimiento de un proyecto de este tipo en calidad de hombro en el que apoyarse?
–Bueno, yo como ya he vivido muchas pues la vivo normal. Pedro J. si no está al tope en una crisis morrocotuda no disfruta. Ahora con esto cada día experimenta unas emociones infinitas.
–Dijiste antes que J estuvo a punto de llamarse Mariano.
–Pero no, Mariano querían que se llamase los de El Español, pero yo no, porque como le quiero mucho a J…
–Y yo te quería preguntar: ¿Te imaginas a Mariano, al otro, con una corbata de tu firma?
–Yo creo que alguna vez ha tenido Mariano Rajoy una corbata mía.
–¿Y se la imaginas puesta ahora?
–Creo que ahora no se la pondría, pero me suena que alguna vez ha tenido alguna corbata mía. No te lo juraría pero yo creo que seguro.
–¿Y a qué otro político español vestirías?
–Yo es que voy a votar a Ciudadanos, o sea que yo vestiría a Albert Rivera. Soy su grupi.
–Después de El Español, ¿seguirás leyendo diarios en papel?
–Soy muy de Orbyt. Le echamos tantas ganas a Orbyt que ahora no me puedo despegar. Yo quiero muchísimo a El Mundo. Sigo teniendo un cariño impresionante por él porque fue como un niño nuestro, la verdad. Fueron 25 años de echarle toda la ilusión. Yo me sigo leyendo El Mundo todos los días de pe a pa.
–¿Y libros en papel?
–Sí. Bueno es que en mi casa tengo… ¿Qué tendré? ¿30.000 libros? Además, a mí el iPad me joroba porque o se te queda sin batería o tocas una cosa y se te pasa la página sin querer. Leo mucho en ese formato el periódico porque son cosas cortitas. Me leí también una mierda de libro en digital, pero no me gusta leer así. Y eso que Pedro J. compra muchos libros que a mí no me gustan porque son libros antiguos y libros que pesan mucho y yo necesito libros que no pesen, porque viajo con ellos. Hay veces que me leo un libro en un día porque me encanta y otras que me paso un mes con él y a lo mejor cruza el Atlántico tres veces.
–O sea que seguís siendo más de papel que de pantalla.
–Pedro J. ha hecho un gran esfuerzo intelectual en ese sentido. Cuando yo le conocí escribía en una Olivetti y le costó un huevo meterse a escribir en un ordenador. Muchos años después le costó muchísimo también Twitter. Fue su hija la que le dijo: «Tienes que meterte en Twitter, tienes que meterte». Y se acabó haciendo un obseso de Twitter impresionante. Le operaron hace dos años, una operación brutal de la cadera, y entonces fue a la UVI. Fue justo antes de lo del Rey y de lo mismo. Subieron los médicos a hablar conmigo y a los diez minutos de estar en la UVI me llamó: «Bájame la tableta». La tableta tenía que tener más mierda que el palo de un gallinero porque tú me dirás [risas]. A los quince minutos de haber acabado la operación estaba mandando tuits. Para que veas la obsesión. Pedro J. es una máquina. Y, además, se obsesiona muchísimo. Por ejemplo, cuando hicieron la campaña de crowfunding para El Español, el último día estábamos en un tren volviendo de viaje de un sitio donde no había cobertura y uno por uno, con el móvil, dio las gracias: «Gracias José Luis, gracias Mª Luisa, gracias Felipe, gracias Marisa…». Uno por uno a los 5.627 tíos. Pero con una fuerza de voluntad increíble.
–En tu deseo de agathizar el mundo, que has manifestado alguna vez, has llegado hasta Uzbekistán, Milán, Nueva York, Tokio… Has mostrado tus creaciones en todas las principales pasarelas del planeta. ¿Te has sentido alguna vez más comprendida fuera que en tu propia tierra?
–No, porque mira, yo tengo una aplicación que me manda un mensajito todos los días con un informe midiendo cuánta gente ha entrado en tu página web o en tu tienda a diario y de qué países son. Cada día, con bastante diferencia, España es el país con más accesos, donde más miran, donde más compran…
–O sea, que sí eres profeta aquí.
–Recuerdo una vez, hace ya mil años, que estaba viajando a Nueva York y me encontré en el avión con la mujer de Antonio Garrigues, que fue mi vecino durante muchos años. Entonces le dije: «Vengo a triunfar a Nueva York». Ella me contestó: «Lo primero que tienes que hacer es triunfar en tu país». Imagínate que llegas a un español, le dices que me conoces y te contesta: «¿Y quién es Ágatha Ruiz de la Prada?». Eso sería muy mala señal. Primero te tienen que conocer y querer en tu país. Hay muchísimos franceses o italianos que me conocen pero hay muy pocos españoles que no me conozcan. Si viera a un tío de aquí que me dijera que no me conoce yo le preguntaría: «¿Pero tú vives en España?». Si me dice: «No, es que yo vivo en Massachusetts», entonces, lo entendería.
–Tú rompiste desde el primero momento con la dictadura del total look, pero creo que son más –y hablo de consumidores, no tanto de diseñadores– los que se ponen bajo el yugo de la moda que los que la usan como vehículo de expresión de sueños o libertades.
–La semana pasada estuve en Nueva York y me compré unas zapatillas de la marca esa, que parecen unas Adidas pero no son Adidas. ¿Cómo se llaman? New… ¡Como las que llevas tú!
–New Balance
–New Balance, ¡justo! Si tú te fijas, en Nueva York ahora mismo el 90 por ciento de la gente va con estas zapatillas.
–Y aquí.
–Claro. Qué quiere decir. Que la gente lo que necesita –y yo me las he comprado un poco obligada porque la verdad no me gustan mucho– es ir cómoda. Creo que ahora mismo lo más importante de la moda es que cada día es más cómoda. He estado hace poco también en Pekín y estaba impresionada. Allí casi todas las tiendas de moda venden zapatillas alucinantes, unas las ha hecho Stella McCartney, otras las ha hecho no sé quién. Casi todo el mundo va con estas zapatillas, incluidos señores de 70 años. Y, por cierto, todo el mundo también con cositas de Uniqlo. Lo de Uniqlo, que aquí lo llevan solo las súper pijas, allí lo llevaba todo el mundo que iba por la calle. Van muy monos, van ideales, porque como solo se pueden gastar el dinero en ropa porque ni tienen casa ni tienen nada… Pero con respecto a las zapatillas, esto quiere decir que la gente ha descubierto que lo que quiere es ir cómoda. Al final en Nueva York las mujeres van con sus tacones pero en un bolso llevan a mano las zapatillas.
–Mantener la coherencia y el estilo después de tanto tiempo no es fácil. Decíamos que eres mucho más que color, tu concepción bebe también de un caos ordenado y coquetea con el surrealismo. David Delfín ha llegado a decir que la moda no es arte (sino un soporte para este). Pero yo lo dudo.
–Creo que la moda es arte si la hace un artista y es una mierda si la hace uno que no tiene ningún talento. No quiero decir con eso que no lo tenga David Delfín, porque David es un tío muy listo, pero creo que la moda es arte si la hace Sonia Delaunay o si la hace Fortuny y no es arte si la hace uno que hace una moda horrible. Igual que si hace un cuadro malo uno es una mierda y si lo hace uno bueno es una obra de arte.
–En 1985 decías que no te gustaban las palabras creadora o artista por ser «palabras grandes», sino otras más cercanas como currante o diseñadora.
–En cualquier caso creo que lo importante es trabajar e intentar hacer siempre cosas positivas.
–Un color clave en tu forma de concebir la vida es el verde.
–A mí siempre me ha interesado muchísimo la ecología. Sería una felicidad enorme el unir la moda con la ecología. Siempre digo que lo que es un éxito es hacer un producto sostenible, empezando por el uso. Esa camisa que tú llevas, por ejemplo. Si te las pones mil veces y se te rompe en las manos esa camisa habrá sido un éxito en tu vida. Si tú te compras unas camisa que te cuesta una pasta y te la pones una vez, por lo que sea, por incómoda, porque no te convence… Esa camisa es un fracaso. Vale lo mismo para cualquier prenda. Cuando en un calcetín te salen ya los dedos, entonces dices: «¡Anda! Pues este me lo he puesto 50 veces. ¡Qué pena!».
–Dices que estás decidida a ser democrática en tus diseños. ¿De qué va la democracia en moda?
–Pero no es una cosa solo mía. Es de todos, en general. Antes solamente iban bien vestidos los ricos. Ahora, aunque sea un problema para nosotros los diseñadores, con grandes empresas como Inditex, Primark o H&M, la ropa ha dejado de ser para unos pocos. Me acuerdo una vez que estando en Londres el metro me parecía carísimo. Costaba como 4,5 pounds o así, unas 600 pesetas. ¡Era la pera! Imagínate que pagas eso y te bajas en dos estaciones. Es carísimo, ¿no? Pues en ese viaje un día iba andando, entro en Primark –la única vez que he estado en Primark en mi vida– y me encuentro un traje de algodón bastante mono, de esos que te pueden durar 20 ó 25 años, y que valía 2 ó 3 pounds. O sea, que por el precio de dos trajes podías hacer un viaje de una parada en metro. Pues eso ha ido a más. Estamos en un momento un poco demencial en ese sentido. Pero eso quiere decir que la moda se ha democratizado. Así, el que por su trabajo está limpiando la calle, que imagino que ganará más de 10 pounds se puede comprar cinco trajes.
–Tu colección primavera/verano 2016 es ante todo una colección «ponible«, según tus propias palabras, que apuesta por la comodidad por encima de tus brotes más estrafalarios. ¿Cómo ves tu evolución?
Yo tengo dos líneas claramente diferenciadas. Una podría ser ahora la línea Miley Cyrus, que es la línea Ágatha, lo que yo me he puesto toda mi vida, los trajes con ruedas, los trajes con flores etc. Luego, en el día a día, yo encuentro básico ir lo más cómodo posible.
–El tener un estilo tan propio hace difícil encontrar competencia. Lo difícil no siempre tiene que ser malo. Hablemos de los otros, cómo ves el panorama de la moda en España en esta época post-crisis.
–Cuando Pedro J. tenía el problema en El Mundo había en sí dos problemas. Por un lado estaba la crisis económica. No había publicidad y la gente dejó de comprar periódicos porque miraba hasta el último céntimo. Pero por otro lado había un problema de modelo. Mucha gente joven buscaba información en su tableta y no en su quiosco. Se estaba dando un cambio de sistema marcado por internet. En la moda está pasando lo mismo. Con esto que te he contado del metro y el traje de cien por cien algodón estamos todos que no sabemos, estamos todos a por uvas.
–Hay que volver a marcar las referencias.
–Han venido unas empresas fabulosas como son Inditex y tal y cual y por otro lado hay diseñadores en el otro extremo. Cósima estuvo en el baile de las debutantes en París vestida por Christian Lacroix. Pensamos en comprarle el traje, que nos lo dejaban, adorables. Pero cuánto costaba ese traje: 300.000 euros o así. ¡Coño! Un traje que no se iba a volver a poner. Imagínate que pagas 200.000 euros por un traje y por lo que sea se te cae en un sin querer o va el camarero y te tira un poco del café. ¡Te da un ataque al corazón! Y además… ¿Quién te lo limpia? Porque la asistenta te dice: «Buff, yo esto ni lo toco». Y luego vas a Zara y te encuentras un traje de chaqueta cojonudo por 80 euros. Entre una cosa y otra puede haber un equilibrio. Estamos en un momento en el que los diseñadores no sabemos muy bien por dónde tirar. En el fondo los trajes son para usarlos. Puede hacer mucho calor y sudas, o llueve y te mojas. El traje no puede ser un problema, tiene que ser algo maravilloso y a la vez útil. Estamos en ese momento muy complicado de definición, de reflexión.
–Has vestido óperas, has cubierto con murales un barrio entero, has iluminado Madrid por Navidad… Es difícil ambicionar más cuando ya se ha tocado tantos palos. ¿Qué más te ilusionaría hacer?
–Como decía siempre mi abuela: «¡Qué me quede como estoy!». Ojalá sea así.