A la memoria de José Luis Salinas Fernández, psicoanalista generoso y sabio
México está dividido entre los satisfechos y los inconformes. En el caso de estos últimos es urgente que pasen del enojo voluntarioso a la organización con propósitos claros.
Las cúpulas empresariales también se dividen en el diagnóstico. El 20 de marzo Luis Robles Miaja, presidente de la Asociación de Bancos de México, elogió primero el trabajo de la banca y la gestión del presidente, que por cierto se encontraba presente. Inesperadamente sacó la lista de preocupaciones: “violencia del crimen organizado”; “falta de vigencia plena del Estado de Derecho”; “corrupción [e] impunidad”; “pobreza”, etcétera. Sólo le faltó mencionar las casas incómodas y el irritante dispendio de la familia presidencial en modistos de postín.
Siete días después salió la otra versión. Inspirándose en el Manual del buen cortesano (si existiera el libro sería un bestseller en este México de la restauración), el presidente de la Canacintra, Rodrigo Alpízar, llamó a Enrique Peña Nieto –también presente– “gran reformador”, “sinónimo de certidumbre, conducción y rumbo” y “espíritu incluyente”. Haciendo a un lado la tolerancia elogiada, se lanzó, adjetivo en ristre, contra los “agoreros de la desgracia” que “buscan incendiar a la sociedad” con marchas, computadoras y campañas de desinformación.
El encono es socialmente nocivo. ¿Qué hacer? Quienes crean en los spots del Instituto Nacional Electoral y de los partidos pueden estar tranquilos: pobreza, violencia y corrupción se evaporarán cuando vayamos a las urnas. ¡Ojalá y fuera así de simple! Salvo posibles sorpresas (sólo a Morena le doy el beneficio de la duda), votar no desencadenará reformas que beneficien a las mayorías. El Estado y los partidos son armatostes debilidatos que flotan a la deriva.
La esperanza está en la sociedad consciente que recibió un jalón de orejas de Javier Hernández Valencia, representante de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas en México: los inconformes, dijo, “no debe[n] quedar[se] solamente en un like en redes sociales o en una firma electrónica”. Pidió encontrar formas para exigir respeto a las autoridades.
Tiene razón pero su receta es difícil de aplicar porque las élites resguardan con fiereza el sistema que tanto las ha beneficiado y porque hay un enorme déficit de organizaciones intermedias que sirvan de puente entre sociedad y autoridad. Hay muchísima más conciencia que capital social positivo.
Eso provoca que un buen número de los inconformes utilicen las redes sociales para comunicar propuestas que resolverán mágicamente los agravios: “¡Qué renuncie Peña Nieto!”, “¡qué llegue López Obrador a la presidencia!”, “¡qué se reescriba la Constitución!”, “¡qué en cada concierto organizado en Paseo de la Reforma se impartan clases de civismo!”. La principal debilidad de estos y muchos otros planteamientos es su orfandad. Como ninguna institución los adopta terminan diluyéndose en el ciberespacio dejando una estela de desaliento en sus promotores.
En tanto no aparezcan y cuajen los actores colectivos que capten, procesen y canalicen el malestar social, la opción más razonable es encauzar la inconformidad en organizaciones sociales intermedias que ataquen problemas concretos. Podrá parecer simplista lo que estoy diciendo pero algunas de las grandes transformaciones vividas por México nacieron en la sociedad. Entre otros, la equidad de género, los derechos humanos y el medio ambiente. El riesgo siempre latente es que una causa o movimiento se “avicente”, es decir se desvíe, pervierta o monetice, por simuladores como Vicente Fox o el cínico Partido Verde.
Es un buen momento para organizaciones con propuestas sensatas y viables que combatan la corrupción oficial, prevengan la violencia, preserven el medio ambiente, etcétera. Esa inmediatez no riñe con la participación en niveles superiores de capital social positivo. Ante la ausencia temporal de instituciones de mayor calado un método efectivo para el desahogo de la frustración es centrarse en lo micro.
Es nocivo para la salud y la sociedad permanecer en el improperio o vivir esperando al líder carismático que resolverá en un santiamén todos los entuertos. Por ahora, el pueblo agredido y enojado languidece en su soledad; será escuchado en la medida en la cual se organice en torno a metas concretas. No desdeñemos las pequeñas causas; son la mejor pócima contra el desengaño causado por una democracia atrofiada.
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Colaboró Maura Álvarez Roldán.