Extremadura, dicen los extremeños, tiene cuatro provincias: Cáceres, Badajoz, Móstoles y Leganés. Estas dos últimas, ciudades muy cercanas a Madrid, crecieron mucho debido a la inmigración extremeña a la capital. Ambas están en la carretera que de Extremadura lleva a Madrid, pues al llegar, los extremeños se quedaron lo más cerca de casa para volver siempre. Al oeste. Por ejemplo, a Navalmoral de la Mata, donde huele por todo el pueblo al tabaco que procesan, y a la carne que comen los musulmanes que recogen ese tabaco de las plantaciones cercanas de color pardo. O a Jerez de los Caballeros, lugar donde nació Vasco Nuñez de Balboa, consquistador y primer europeo en ver el Océano Pacífico. O Granadilla, donde nació y vivió mi padre hasta los seis años: tuvo que irse con su familia porque el embalse inundaría todas las tierras de cultivo y ganado.
Y Badajoz es, de entre las extremeñas, la más grande. Dividida y separada desde siempre por el río Guadiana: la antigua Bada musulmana y la Joz cristiana. En Bada queda la alcazaba, las callejuelas estrechas e íntimas del urbanismo musulmán. En Joz la Vírgen sin rostro y manto. Ambas unidas tras la unificación cristiana: Badajoz.
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Permaneció unida, aunque, separada de nuevo. Esta vez de Portugal, que a apenas tres quilómetros se inicia en las tierras del Alentejo, donde las encinas y los olivos continúan a crecer. De espaldas a ese país del último oeste de Europa. De espaldas a la duda, a la búsqueda y al miedo, pues murió el gran poeta portugués del último siglo junto a Fernando Pessoa, que dejó escrito:
“É preciso intoxicar-se com a paixão do perigo. A paixão é a moral da poesia: arrisquem a cabeça se querem entender. A pergunta, a procura, o poema reincidente, cristalizam num bloco de quartzo, que talvez na hora do apocalipse biográfico nos permita ver de forma límpida a enfim aplacada confusão do mundo”.
“Es necesario intoxicarse del amor por el peligro. El amor es la moral de la poesía: juéguense el cuello si quieren entender. La pregunta, la búsqueda, el poema reincidente, cristalizan en un bloque de cuarzo, que quizás, en el momento del apocalipsis, nos permita ver de forma clara, al fin, la confusión del mundo aplacada”.
Herberto Helder, y casi nadie dijo nada.
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Casi nadie, por eso yo escribí sobre Extremadura, os presenté a un poeta portugués y os conté una mentira. Por eso os pido que busquéis y os preguntéis, como hizo Herberto Helder. En este caso por el origen real del nombre de Badajoz. O el de la capital de Hungría, ciudad, esta sí, cuya unión de las ciudades de Buda y Pest a ambos lados del río Danubio hizo Budapest y el inicio de esta historia.
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Fotos: Jesús J. Prensa.
1. Puente sobre el río Guadiana a su paso por Badajoz.
2. Vírgen.
3. Plaza de San Francisco.
4. Plaza Alta.