Con la paciencia y tenacidad del menestral que sabe que su Ars Magna es en sí un arte, al que se debe y al que se entrega. Por el que vive.
Con la serenidad de quien es consciente de sí mismo, de su potencial y de sus flaquezas, que visualiza una senda creativa para ser capaz de transitarla y, en el durante, seduce a grandes mecenas que le permitan, y le permiten, llevar a término una obra que va más allá de los encargos pero que necesita alimentarse de los mismos. Como un cristal de nieve expansivo que se rige por una curva de Koch de iteraciones audiovisuales.
Con la fuerza, el temple y (también) el vértigo de su juventud mientras capitanea distintas naves y dirige singladuras de toda índole. Con la misma claridad de ideas con la que orientaba a colegas-actores en los platós de la facultad se sienta ahora con Velencoso, en cubierta. Con esa cordura con que logra exprimir las virtudes de cada tripulación en puertos lejanos del golfo de Guinea o en las Pitiüses. Lidiando con escollos y bajíos que reducen a la nada la minuciosa previsión sobre las cartas náuticas de producción. Surcando los azares y las tormentas para grabar el esplendor de las sirenas.
Con la mirada encendida que filtra, en su prisma aguamarina, aquello a convertir en deleite estético. Esa nítida profundidad de su punto de vista es la que le lleva desde las orillas del Túria a la falla de San Andrés. Desde los amaneceres –en la huerta cercana a la universidad–, cuando jugaba con su cámara y las gotas de rocío sobre flores de azahar, hasta la alfombra de los Oscars de la moda.
Con tierras vírgenes por explorar en el horizonte de cápsulas de cine para marcas que apuesten por otras formas, con mayor envoltura artística, de expresar sus valores. Con versatilidad hace que se acaricien géneros y formatos, como si murmurase para sus adentros: “Complace a tus clientes complaciéndote a ti mismo”. Un corsario que navega para tiburones, por el mero placer de navegar, por la necesidad de hacerlo, y por tener la oportunidad de estar haciéndolo –a vela, es innegociable–, siempre con una cámara.
Como si la elegancia de los planos fuera algo consustancial a su Obra, por serlo de cada una de sus partes, lienzos dinámicos impregnados por ese halo común de luz mediterránea.