Va más allá del mito. Detrás de un rodaje ocurren historias que arrebatan protagonismo a la ficción. La historia de un guión, que casi siempre pretende ser un algo estructurado, queda a la deriva de la realidad que merodea la vida de una filmación imponiéndose a quienes se mantienen a salvo en las aguas de lo narrado. Son muchas veces titánicos los esfuerzos de las personas que trabajan en esa construcción orquestada por el director llamada película para remar –si las cosas van bien– en el mismo sentido, mientras que en el lado opuesto la vida sigue su curso imparable. Cuando ambas corrientes –realidad y ficción– chocan, el resultado puede ser catastrófico: mezcla de huracán con erupción volcánica. Muchas de esas historias de colisión son tan potentes que merecieron ser contadas en un libro, como es el caso del famoso ¡Este rodaje es la guerra!, de Juan Tejero, compilación de anécdotas escandalosas de casi cincuenta filmes de Hollywood. Terreno aparte de la morbosa curiosidad que este tipo de anécdotas propicia en el público, algo está claro: la realidad no respeta los límites de la ficción como si ambas fueran dos mares separados por una montaña. Las aguas terminan por tocarse corriente abajo, creando un oleaje que únicamente se ve separado cuando la película queda “a salvo” en la impresión y otro destino, también impredecible, le espera.
Dos oleajes un mismo mar
Quizás la historia más conocida por la manera en que la vida inmiscuyó sus aguas en las de la ficción creando una atmósfera desmesurada es la de Apocalypse Now (1979), del director italoamericano Francis Ford Coppola. El filme, inicialmente programado para realizarse en seis semanas, se extendió a más de dos años, atravesando situaciones que iban del desastre climático a la cercana muerte del protagonista. Coppola y su equipo vivieron un calvario parecido al de la novela en la que está inspirado el filme: El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. La novela –basada a su vez en la experiencia personal del autor en su viaje por el Congo– cuenta el viaje del marine Marlow en busca de Kurtz, un personaje cuyo misterio va creciendo conforme avanza la búsqueda. El transcurso es un viaje al horror y la locura.
No sólo el huracán que destruyó la mayoría de decorados, los millones que el director tuvo que poner de su bolsillo para financiar un proyecto que se le iba de las manos, el paro cardiaco que sufrió Martin Sheen, el protagonista, a causa de haber llevado al extremo la realidad de su personaje, y las difíciles condiciones de Filipinas en los setentas, donde aún eran perseguidos insurgentes de la interminable guerra de Vietnam, llenaron de locura el viaje del director durante la filmación. Por si fuera poco, una corriente interna en conflicto volvió su proceso creativo un infierno. Escribía y reescribía las escenas, improvisaba con sus actores, les arrojaba a los límites de la razón a fuerza de que vivieran lo que encarnaban. Su búsqueda por tejer la realidad a su película no fue casual.
En el fondo Coppola sabía que su filme no transmitiría las sensaciones de la pérdida de la cordura sin acontecimientos catastróficos que azotaran el ánimo de los involucrados en el viaje. Esta intención se resume en sus palabras durante la entrevista de Hearts of Darkness, a Filmmaker’s Apocalypse (1991), documental que hace una crónica a modo de un detrás de cámaras: “El rodaje para mí no era sólo escribir un guión para luego realizarlo, sino que la propia vida y la experiencia durante la realización son también elementos importantes… Además, las condiciones y el ánimo de la compañía y de cada individuo y las cosas que viven las personas son elementos también principales de la película”. Ávido del colapso de realidad con ficción, el director de la trilogía de El Padrino se atrincheró en la vida que circundaba su película en medio de la selva filipina, obteniendo un filme en el cual, independientemente de críticas y premios, se desborda el oleaje de la vida, aunque para ello hubiera que perder la gramática de lo correcto.
Sobre la misma ola
En el reverso de la moneda, la vida de una película puede utilizarse deliberadamente para representar el acto de filmar. Quienes han vivido varios rodajes saben que las cosas pueden ir del horror a la ridiculez, de manera que por sí mismas se convierten en el tema de una película. Le llaman cine dentro del cine. Living in oblivion (1995), traducida al español como Vivir rodando, del director Tom DiCillo, cuenta los esfuerzos (tormentos) de un director por hacer su película independiente: lidiar con sus actores, coordinar al equipo, ganarse el respeto y la confianza para que todos se suban con él en la misma ola, aunque de caerse de trate.
La historia inicia con la pesadilla del director en la que aflora su miedo a que cualquier cosa, por irrelevante que sea, le impida rodar una de las escenas más importantes de la película. Naturalmente, su pesadilla se convierte en realidad. Después, en un cambio de perspectiva, la pesadilla de la protagonista deja ver su deseo de destacar por encima de su vanidoso compañero coprotagonista con quien –error fatal– acaba de tener un fugaz encuentro sexual. En este filme, DiCillo construye un acertado arquetipo de los personajes que intervienen en una filmación logrando que la historia se vuelva el espejo de la vida que transcurre como una corriente subterránea durante un rodaje, ahí donde están las ilusiones y frustraciones de cualquier persona. El director despliega el espejo como en una atracción de feria para que todos se vean deformados y risibles.
Al final de la película, después de superar todos los obstáculos que les impedían terminar la última escena, el sonidista levanta la voz para pedir el minuto de silencio que necesita para grabar un sonido ambiente. Se escucha entonces la corriente de pensamiento de cada integrante del equipo en una parodia perfecta de los arquetípicos personajes: la asistente de dirección que sólo piensa en su noche romántica con el protagonista, el fotógrafo que imagina la venganza contra la asistente de dirección que acaba de dejarlo por el actor y el director que en su imaginación está recogiendo el premio a la mejor película nunca antes realizada. Bien saben los que lo viven: cualquier parecido con la realidad supera la ficción.