Ya van más de 20 detenidos por jalear el mal en Internet. Así, cogido a machete, esta primera afirmación podría hacernos pensar en el titular periodístico de un país bananero o de una dudosísima democracia allende los mares. Pero resulta, que no, que nos pilla más de cerca, nada más abrir la puerta de casa. España reinventa la caza de brujas haciendo delito cibernético lo que todo el mundo expresa en un bar. Vaya por delante mi rechazo a todas aquellas personas de vómito fácil en su particular manera de utilizar la libertad de expresión para incitar al odio, insultar, denigrar, calumniar, y dejar aflorar toda su mierda personal atrapada. Bien es cierto que hay algunos que creen en la impunidad de Internet cuando el hecho es que no es así. La crítica sino es constructiva y desde el respeto es un insulto, pero ojo, el insulto no es –o no debería ser- un delito penal. Infracción sí, delito no. Por otra parte hay otros mecanismos más efectivos y menos punitivos, como por ejemplo, el bloqueo y eliminación de cuentas de los usuarios que ya realizan las propias redes sociales si éstos infringen los códigos de conducta. Y si aun así, tanta verborrea del internauta conlleva amenazas de muerte o viola los derechos y libertades individuales, nuestro fantástico Código Penal –famoso por ser el que más viste de pijama de rayas en Europa por su dureza-, se encargará del resto. No hace falta más.
Pero nuestro brillante ministro de Interior parece no pensar así y creyó, hace unas semanas, que a la libertad de expresión se le podía dar una vuelta de tuerca más. Así anunció ante los medios, al calor del asesinato de una política en León, que se crearían nuevas leyes para enchironar a todo el personal que se cagase en la memoria de los difuntos por Internet, aunque éstos ya poco tuvieran que decir. Al escucharle, hubo la sensación de estar viendo hablar el Superintendente Vicente de la T.I.A., pidiendo mandar a Mortadelo y Filemón para trincar a todo el que eructase por la Red. Poco sorprende ya de este ministro de chirigota, que igual condecora con honores policiales a Vírgenes y Santos, como pide a Santa Teresa un milagro en el Ministerio. Sus manifestaciones fueron desafortunadas por oportunistas y espurias. Tratar de hacernos creer que su preocupación por las opiniones vertidas sobre personalidades públicas responde a un interés por salvaguardar la dignidad y honor de las personas es rozar el insulto, sobre todo cuando en casi cuatro años su Gobierno ha demostrado una indiferencia cruel por salvaguardar la de aquellos que se han quedado en la puta calle, con una mano delante y otra detrás. Quizá, me atrevo a concluir que su ocurrencia respondía más bien a un intento de amedrentar cualquier crítica hacia los de su estirpe en medio del torbellino electoral. Y es que, claro, que en plena campaña por las europeas una militante del PP mate a su mentora de los 12 sueldos públicos por turbios intereses… no dice mucho a favor del partido del que forman parte.
Lo que tiene que tener muy en mente el ministro es que la imagen de mafia calabresa en León es la que se ha llevado la gente, que ha acabado por solapar su nueva indignación con la ya existente. La única diferencia respecto a otros escándalos vividos es el fatídico final de la protagonista y el estupor entre la clase dirigente por la reacción popular ante este homicidio: indiferencia, fría y absoluta. Nadie ha sentido que hayan matado a una heroína, nadie ha sentido que haya perdido un gran valor para nuestra sociedad, nadie echa en falta una defensora de nuestros derechos y libertades. Afortunadamente, esta vez no fue un terrorista y las causas bien distintas, pero al fin y al cabo, se ha eliminado a una representante del pueblo y el pueblo ha dictaminado su parecer a través de una gélida apatía. Y esto, sí que es preocupante, señor ministro, porque diagnostica un sistema enfermo.
Pero ya le advierto que meter en el mismo saco a terroristas, pedófilos, racistas, machistas, y demás delincuentes online, con gente normal que expresa abruptamente en una pantalla lo que dice en la barra de un bar no solucionará nada. Matar al mensajero a golpe de ley sin comprender el mensaje, por muy repugnante que sea, será un esfuerzo inútil. Más si cabe si se quiere acotar la libertad de expresión en Internet que es como intentar coger agua del mar con un colador. La gente seguirá necesitando de un medio conductor para expresar tanta rabia contenida y la Red es el último altavoz de los que quieren emitir un grito mudo o dar un puñetazo sin manos. Ustedes sigan metiendo más miedo, sigan haciendo como que no pasa nada, que el día que ya no puedan esconder más sus miserias debajo de la alfombra ésta se desbordará por sí sola.
Todo ha cambiado señor ministro. Ya no son la esperanza de la Transición, ahora son los antihéroes. Y cuanto antes asuman que son ustedes el primer problema para los españoles e intenten enmendar esta preocupación, antes podrán revertir el gran desafecto que les tienen; que no sienten lástima si desaparecieran, incluso literalmente.
Señor ministro, ¿estaría dispuesto a meter a media España en la cárcel?