Mi 8m empezó y acabó en Instagram Stories. Y entremedio, tuvo lugar una jodida revolución, un día histórico para que tiemblen cimientos con la voz y el empoderamiento de las redes inundando la calle, demostrando que la lucha va mucho más allá de la comodidad de teclear en ordenadores y móviles. Lo que nace en las redes no necesariamente muere en las redes.
Con los ojos entreabiertos y recién levantado, veo que una amiga mía cuenta en Instagram una anécdota esperanzadora: Una chica camina por la calle sola de noche, tres chicos se la quedan mirando y uno le dice a otro: “no, que ahora no se puede decir nada”. Los chicos asienten. Y mi amiga concluye: “Algo está cambiando”. Las sacudidas feministas están dejando huella, están cambiando el relato, están revisándolo todo y agitando conciencias y actitudes.
Pero al final del día, otro stories me devuelve al largo camino aún por recorrer: Otra amiga, camarera, explica en un vídeo que un tipo durante la noche le había insistido para quedarse en el bar mientras ella limpiaba después del cierre (WTF?). No se lo permitió, acaba el cierre del bar y, después de ¡dos horas!, el chico está fuera esperando. Por suerte (la suerte relativa que puede ser depender de alguien), el jefe del bar le acompaña a la estación de tren y ahuyentan al machista, al que hace años todos calificaríamos como un loco si no fuera porque nos están demostrando con constantes denuncias que se trata de algo estructural, constantes intentos de dominio e invasión del cuerpo de las mujeres mucho más habituales de lo que queríamos creer.
Pancarta 1: “Cuando vamos solas por la calle queremos ser libres, no valientes”. No es un capricho ni una exageración, como todavía se esmeran en defender algunos. Las historias de persecución y asedio en las calles que me han contado diversas amigas se cuentan por decenas. Violaciones cuando duermen. Exnovios desnudándolas a la fuerza. Sexo inconsciente por el alcohol o las drogas. Casi todas mis conocidas tienen alguna historia muy dura que contar sobre machismo, algunas de ellas ocurridas durante la infancia. Nada que no sepáis ya, demasiados casos como para no ver la estrecha relación con los asesinatos y con un machismo menos obvio que hace veinte o 150 años pero aún sangrante.
De camino a la manifestación matutina en Barcelona, veo a dependientas en los comercios, carniceras, pescaderas y camareras en sus puestos de trabajo. Claramente la clase trabajadora no ha secundado masivamente la huelga, aunque centenares de miles de mujeres marcharán por la tarde. ¿Por qué? Me responden dos señoras de la limpieza que fuman en la calle recostadas en una fachada. “Porque no puedo perder el sueldo de hoy con lo poco que gano. En el sector de la limpieza, menos no se puede pagar. Como para ellos somos el sexo débil, nos pagan peor siempre. Mejor venir a trabajar, ya hacemos huelga dentro (ríen). Esta tarde a lo mejor nos pasamos…”.
En la Plaza Universitat, cielo nublado y gente jovencísima. La convocatoria de las 12 está dominada por estudiantes, chicas y también chicos de entre 15 y 25 años. Muchos torsos medio desnudos como reivindicación de la libertad para vestir libremente, quitar de una vez por todas el foco sobre las ropas de la víctima cuando existe una violación (avergüenza que esa tenga que ser una de las reivindicaciones en pleno 2018). Pancarta 2: “Me visto como quiero y me desvisto con quien quiero”. Ya huele a historia y a gran liberación, a energía contenida por muchas generaciones y liberada por la más joven a grito pelado. Pancarta 3 (esta en Madrid y sostenida por una anciana): “Lo que no tuve para mí, que sea para vosotras”.
En verdad seguro que a esa mujer también le deben mucho las generaciones más jóvenes por las conquistas durante la transición. Pero me preocupa en qué narices hemos estado pensando en estos últimos 15 o 20 años para que muchos pensáramos que el machismo era ya algo residual o anecdótico, vestigios de esos hombres malos que pegan a las mujeres y poco más, que la violación era cosa de cuatro locos y rara vez sucedía en los hogares o que la brecha salarial era casi un pequeño accidente. En cierto modo me da la sensación de que antes de este ‘boom’ que vivimos estábamos dormidos, más pendientes casi de celebrar que la mujer ya no estaba tan reprimida como en la dictadura que por conseguir avances. Muchas mujeres que ahora abrazan la causa veían al feminismo como algo lejano de izquierdistas radicales con las que no acababan de conectar.
En los últimos dos o tres años, las redes sociales han permitido que las historias de cientos de miles de mujeres en todo el mundo se conecten de tal forma que una nueva consciencia haya nacido: sobre el acoso laboral y sexual, sobre violaciones en relaciones íntimas, sobre el lenguaje y el humor machista, sobre la brecha salarial, sobre un abuso de poder, un miedo y una coacción del que muchos no éramos conscientes.
Eso también me ha cambiado a mí, hombre blanco hetero, y para bien. Mi lenguaje ha cambiado en los últimos años, mi comprensión y mi atención hacia ciertos abusos se ha vuelto más fina y muchas de las cosas que antes veía normales ahora me parecen obscenas. Ver una película de los 90 ya nunca volverá a ser lo mismo ahora que sabemos un poco mejor lo que es el machismo. Escribir un libro ahora con el lenguaje machista de hace ya no 20, sino cinco años, resulta inconcebible, casposo, arcaico.
Me resulta curioso que muchos hombres acusen al feminismo de exagerar o tener la piel muy fina, que lamenten que ya no se puede decir nada (a veces los mismos que las acusan de victimistas), me resulta doloroso que algunos hombres se sientan más lejos de las mujeres por el clamor feminista en vez de sentirse más cerca.
En mi caso personal, paralelamente a la eclosión del feminismo, he hecho más amigas mujeres que nunca. Y la mayoría, si no todas, se consideran y son feministas. En parte ha tenido que ver con situaciones personales como cambios de países y de trabajo que me han llevado a conocer más a chicas que a chicos, pero creo que mi admiración por su lucha global me ha servido también para romper con mi inercia anterior a tener más complicidad y amistades con los hombres.
Ninguna de mis amigas feministas me ha despreciado nunca por discrepar, ninguna me ha mandado a la hoguera cuando se me ha escapado un chiste machista; esa distopía de odio al hombre que algunos quieren ver no existe. Más bien me han enseñado un poquito cada día sobre otra forma de vivir y observar el mundo, como un reportaje infinito en el que la parte de conocer a las fuentes no termina nunca, y con ellas he podido compartir mis sentimientos de manera mucho más libre que con la gran mayoría de mis amigos hombres, a muchos de los cuales les parece que ser sensible es una pérdida de tiempo, una debilidad excesiva o una extravagancia innecesaria.
No entiendo por qué muchos hombres a priori progresistas y algunos considerados intelecuales prefieren colocarse a la defensiva ante este movimiento, buscar obsesivamente aquel error o exageración que, según ellos, parece deslegitimar a los millones de personas en vez de admirarlo y aprender de él. Porque dentro de los privilegios que tenemos como hombres, sufrimos otras hostias del sistema y de la crisis contra los que podríamos adoptar esas fórmulas de voz global que las mujeres sí están sabiendo canalizar.
Después del 15M, del gran movidón del independetismo apoyado por casi la mitad de los catalanes y ahora de esta jornada histórica del feminismo, (sin equiparar las tres causas ni mezclarlas), creo que en España hay unas ganas gordas de llevar a cabo una segunda transición, aunque tendría que ser descafeinada para no excluir a esas voces conservadoras que ahora llevan las riendas, ellos sí, siendo excluyentes con los más desfavorecidos.
Pero del 15M hace ya siete años y desde entonces se ha recortado en sanidad y educación, se ha precarizado muchísimo el mercado laboral y miles de jóvenes con formación siguen engrosando las colas del paro. También la libertad de expresión viene sufriendo graves ataques sobre todo en el mundo de la cultura y el arte. Y mientras tanto, las únicas voces realmente potentes que han gritado y tomado las calles para mitigar tanto daño han sido las de mujeres y pensionistas.
Miles de jóvenes precarios, parados, falsos autónomos, mileuristas y explotados deberíamos empezar a despertar y luchar también por nuestros derechos. Pero lo que es vergonzoso es que haya muchos que en vez de inspirarse o aprender de la lucha del feminismo para emprender una común prefieran criticarla desde el sofá después de ser explotados en su trabajo. Pancarta 4: “Queremos vuestro sueldo, no vuestros piropos”.
También me molesta bastante (aunque respeto) esa parte de la derecha que ahora sí se considera feminista pero no se adscribió a la huelga por incomodidad con sus proclamas. Históricamente, la izquierda es generalmente quien toma la avanzadilla en las transformaciones y avances sociales y la derecha o el sistema las van incorporando cuando ya no queda más remedio, cuando el clamor es tan grande que no hacerlo es vergonzoso o demasiado conflictivo. Y en cambio apunta a quienes en mayor medida construyeron el movimiento por “cargarlo de ideología” al cuestionar al capitalismo, como si no hacerlo no fuera también ideológico. La jornada de ocho horas, la salud y educación públicas, el fin de la segregación racial o el voto femenino no habría sido posible sin las agresivas luchas de los colectivos afectados orquestados mayormente por esa temible “ideología”.
Teniendo en cuenta que el machismo es básicamente una forma de abuso de poder, es bastante coherente que tenga lazos con una izquierda que cuestiona también las formas de poder laboral y económico, tantas veces abusivas, que ejercen los bancos o las empresas, dicho sea de paso de una forma patriarcal. Incluso el mayor de los liberales es capaz de comprarme este paralelismo, ¿no? Si replantear el relato de poder entre hombre y mujer es necesario, en una época de regresiones y precariedad deberían también redefinirse los juegos de poder en el ámbito laboral, causa que parece que damos como perdida en las calles. Pero los hombres estamos bastante más dormidos que las mujeres. Y algunos incluso más pendientes de no perder privilegios que de conquistar otros mucho más legítimos.
Cae la tarde en Barcelona, por cierto, y la gran manifestación de Passeig de Gràcia luce divina. Aquí sí, gente de todas las edades. Cielo lila, pancartas lilas, tinta lila, letras lilas, batucadas y altavoces con hits feministas bajan en riada hacia Plaza de Catalunya. Subido a la mureta que sostiene el obelisco del final de la calle, no se atisba en el horizonte el final de la manifestación y eso son muchos miles de personas, 200.000 según la Guardia Urbana. Tampoco se atisba en el horizonte el final de la lucha feminista.
Y no obstante, la propia huelga trae anécdotas de machismo preocupante como el de una escuela concertada en que una profesora se ha sentido señalada por hacer huelga, a pesar de tener ese derecho reconocido y renunciar a un día de sueldo. A otra trabajadora la han intentado persuadir de que no hiciera huelga, por indicación de los jefes, sus propias compañeras. “No sirve para nada”, le dicen. Y en un combo de precariedad y machismo, a una joven diseñadora la han mirado mal y cuestionado no ya por hacer huelga, sino por salir a su hora de final de jornada (o sea, por no regalar horas extra a la empresa) para ir a la manifestación. Incluso algunas compañeras se han mofado llamándole “feminazi”.
Pancarta 4: “Una mujer sin un hombre es como un pez sin bicicleta”. ¿Será eso lo que más duele a la masculinidad tradicional? No lo sé. Tampoco sé si es necesario que un hombre se califique a sí mismo como aliado, feminista o camarada. La revolución es de ellas y nuestra etiqueta en la lucha es algo totalmente secundario si es que tiene alguna relevancia. Importa más la acción que el calificativo. El cómo amar más que llamarle amor. Y ahí sí tengo claro que nuestro papel es muy sencillo: escuchar, aprender, callar (al menos más de lo que nos gustaría), empatizar y renunciar a injustos privilegios.
Acaba el 8m y las tertulias televisivas amanecen al día siguiente con más mujeres que nunca. Belén Carreño expresa en La Sexta que cree que la gran marcha con especial fuerza en España tuvo que ver con la “gestión de expectativas” de unas mujeres que esperaban haber alcanzado mayor igualdad a estas alturas. La crisis y los recortes les han golpeado más que a nadie y ellas están sabiendo reaccionar. ¿Cuáles son las expectativas a partir del día después? Que el gobierno empiece a llevar a cabo políticas reales de igualdad (donde metió una buena tijera, dicho sea de paso), que la paridad se abra paso en todas las esferas, la igualdad vaya haciendo mella en los discursos y relatos y que entre la población sigan removiéndose conciencias me parece un buen comienzo. Por lo demás, muchos nunca seremos los mismos después de (o, mejor dicho, durante) esta revolución que sigue.