Quiso el azar que el anarquista más famoso de la historia de España muriese en uno de los templos del capitalismo español: el hotel Ritz de Madrid. Allí se llevaron a Buenaventura Durruti el 19 de noviembre de 1936, herido con una bala en el pecho mientras defendía, al mando de la famosa columna de milicianos de la CNT que él mismo había conducido desde Barcelona a la capital de la República, la Ciudad Universitaria del acoso de los golpistas que ya habían cercado la periferia madrileña. «Era un hombre duro. Duro como el acero podríamos decir. Uno de esos personajes que saben qué lugar les corresponde en la Historia y que conocen a la perfección los grandes sacrificios que tendrán que llevar a cabo». A sus 45 años, el actor vallisoletano Fernando Cayo ha interpretado infinidad de papeles en teatro, cine y, especialmente, en ficciones televisivas. De la comedia ha viajado con billete de ida y vuelta al drama en infinidad de ocasiones, pero, según explica, pocos personajes le han marcado tanto como Durruti. Y no, precisamente, por haberle interpretado a él directamente. Sin embargo, para meterse en la piel del anarquista Ventura (nombre que bebe indudablemente del Buenaventura con el que bautizaron en León al líder de la CNT), que encarnó en las series de TVE La señora y 14 de abril. La República se sumergió en las vidas de «hombres soñadores» que, entre finales del siglo XIX y la Guerra Civil, consiguieron que en la Península Ibérica –especialmente en algunos lugares muy concretos– estuviera cerca de cristalizar la utopía de Bakunin: el anarquismo.
«Analizar el por qué del pistolerismo que se dio sobre todo en la Barcelona de los 10 y los 20 del siglo pasado no se puede hacer de otra manera que entendiendo que los anarquistas eran obreros abocados a la lucha armada. A esa violencia se oponía la violencia de los matones contratados por los grandes industriales, la burguesía que mandaba en la época en lo político y en lo económica y que no quería dar ni un solo derecho laboral a los trabajadores», especifica Cayo, a quien le duele vivir en un país que peca «de falta de inquietud para conocer su propio pasado». Según el pucelano, «hay muchas partes de la historia española silenciadas a conciencia». ¿Es la II República una de ellas? A juzgar por el destino que le esperó a la serie homónima, esa es la impresión. El spin-off de La Señora, grabado al final de la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero, se quedó a medias. La primera temporada se estrenó en enero de 2011 y, en trece capítulos, abarcó el período comprendido entre el 14 de abril más famoso de la historia hispana hasta el verano de 1932. Además del anarquista que interpretaba Cayo aparecieron terratenientes, políticos de uno y otro signo, feministas, militares deseosos de acabar con la democracia, comediantes que exportaban educación ambulante y muchos jornaleros deseosos colectivizar los infraexplotados y esclavistas latifundios del centro-sur de la Meseta. Tantos como quizás solo antes se habían visto en Tierra y libertad, el mejor y casi único retrato de la sociedad sin clases que quiso implantar el anarcosindicalismo en España. ¿Su autor? El hispanista inglés del cine: Ken Loach.
«Es una vergüenza que la serie siga en un cajón», se aventura Cayo para narrar el destino de la segunda temporada de La República, la que debía abarcar los sucesos comprendidos entre septiembre de 1932 y el 18 de julio de 1936: Estatut de Catalunya, Bienio Negro, Revolución de Asturias… Sin embargo, pese a estar grabados los trece episodios previstos, TVE decidió posponer la emisión sin fecha. Los 3,5 millones de espectadores de la primera parte del serial (17% de cuota de pantalla) no fueron suficiente aval para salvar esta ficción histórica. «Con sinceridad, ignoro los motivos, tampoco creo que hayan sido explicados. En mi opinión, la serie tenía calidad e interés para justificar su continuidad, pero tampoco he escuchado muchas quejas por la interrupción… Desconozco la actual política de producción de la televisión estatal. Me quedo con la idea de que los trece capítulos están colgados en la web de RTVE y se pueden visionar en cualquier momento, gratuitamente, desde cualquier lugar del mundo. Esto ya es interesante», apunta por su parte Federico García Serrano, guionista del ente público durante 30 años, actualmente trabajando como profesor en la Universidad Complutense.
Pese a contar con buenas cuotas de audiencia, TVE no ha emitido aún la segunda temporada de ‘La República’, trece capítulos que llevan tres años en un cajón del ente público
La ficción no volvió a las pantallas. Sí lo hizo el PP al Gobierno central, con Mariano Rajoy a la cabeza. El entramado de directivos y responsables de programas e informativos de TVE dio un vuelco –paralelo a las audiencias, que cayeron en picado– y cambiaron todos los rostros con poder. ¿Incomodaba una serie que tratase abiertamente el primer período realmente democrático de la historia española? García Serrano es claro con su opinión al respecto: «Nunca he tenido una experiencia de censura histórica en el ente. Creo que la protección que sin duda ha existido sobre la institución monárquica, –esto si lo he vivido–, es un reflejo del apoyo de la televisión a la transición democrática, no podemos olvidar que la opción republicana quedó fuera de nuestra Constitución». Fernando Cayo es buen conocedor del mensaje que puntualiza el guionista. Él mismo ha encarnado el papel de Juan Carlos de Borbón en dos películas para televisión que retratan la Transición: un biopic de Adolfo Suárez y otra producción sobre el golpe de Estado del 23-F. El intérprete ve aquellos años, «los años de plomo», como «un período descafeinado» al que se le da más peso en las ficciones que a los años republicanos. ¿Por qué con cuántas películas sobre la II República cuenta el cine patrio?
«Existen pocos títulos porque las dos etapas republicanas de nuestra historia son dos breves periodos no muy conocidos para el gran público, pese a su indudable interés. sobre todo, es llamativo el caso de la Guerra Civil obsesivamente reflejada en nuestro cine», argumenta García Serrano, quien catalogo este hecho de «fenómeno sociológico digno de ser estudiado». Para el guionista es destacable «la fijación del cine y la televisión» con determinadas etapas históricas y el olvido de otras. «Probablemente tiene que ver con la falta de interés de las productoras por invertir en cine político y en propiciar un cine histórico reivindicativo, supongo que ha sido más fácil, menos arriesgado y más rentable seguir la corriente», remacha el escritor de guiones.
El cine entre 1931 y 1936
La II República coincidió con la llegada y extensión del cine sonoro. Se revitaliza el séptimo arte en España hasta el punto de que esa época se ganase el calificativo de «edad de oro». Hasta 1941, ya con Franco en el poder, no se impone el doblaje –para evitar las intoxicaciones extranjeristas en la población–. De esta manera, durante la República las producciones españolas tenían mucho terreno ganado en relación a los títulos que procedían de mercados ya que la mitad de la población era analfabeta y no sabía leer los subtítulos. Este hecho, unido al éxito de los autores del momento, con la mezcla de melodrama, comedia y folclore que emplearon, supuso un empujón para que la nueva sociedad democrática empezara a consumir cine.
La hermana San Sulpicio (existen dos versiones, una muda de 1927 y otra ya sonora que se fechó en 1934) , Nobleza baturra o Morena y Clara (película que también tiene otra versión de distinto director) son de las más destacadas de esa etapa, todas ellas guiadas por la batuta de Florián Rey y protagonizadas por Imperio Argentina, una pareja artística y sentimental que marcó con estos y otros éxitos la gran pantalla durante el corto periodo republicano. Destacando eso sí, que el propio Rey creó en 1930, durante el crepúsculo de Alfonso XIII, una de las obras maestras del cine mudo español, La Aldea Maldita. Estos largometrajes tienen en común un tipo de protagonista y la presencia de un relato de amor. Destaca especialmente la última obra en la que, además, se toca la temática el estilo de vida de los gitanos, rompiendo estereotipos para hacer caer los tabúes raciales ya presentes en la época. El matrimonio, como institución, ocupaba un lugar fundamental en unos guiones. No lo hacía para ser sacralizado, sino que se reflejaban la infidelidad y las relaciones sexuales prematrimoniales, otros temas silenciados hasta entonces por la moralidad católica que imperaba en amplias capas de la sociedad. No en vano, durante la II República se llevó a aprobar la Ley del Divorcio, recuperada 50 años después al final de la Transición.
Buñuel fue censurado por el Gobierno republicano cuando sacó a la luz su documental ‘Las Hurdes, tierra sin pan’, que retrataba la miseria que vivían los lugareños de muchas comarcas como la cacereña
Pero si hubo un director con mayúsculas en la época, alguien capaz de meter el dedo en la llaga de una manera clara, ese fue Luis Buñuel, que llegó a ver censurado por el Gobierno central su documental Las Hurdes, tierra sin pan (1933). A partir de este momento, el aragonés redirige su cine hacia temáticas más sociales. En lo político, empezó a mostrar su lado más comunista. Por eso, participó activamente (supervisó y aportó ideas en el plano creativo) en un documental de Jean-Paul Le Chanois: España 1936. Este trabajo narra el inicio de la Guerra Civil desde un punto de vista prorrepublicano muy propagandístico. Esa fidelidad hacia el régimen que le había censurado previamente la pagará Buñuel con un largo exilio en América tras la contienda, que le llevará a ser tanto o más conocido (la censura franquista fue clave en el olvido del autor) en México, su refugio durante la dictadura, que en su país natal. Al igual que su trabajo sobre las Hurdes, España 1936 fue un altavoz en favor de las luchas sociales, un alegato de la clase trabajadora.
La restauración monárquica y democrática traerían otras cintas ambientadas en la República o, al menos, que tratasen más activamente el papel de los republicanos en aquella década del 30. Tanto la oscarizada Belle Epóque (Fernando Trueba, 1992) como La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999) narran, con ciertos toques de comedia coral la primera y pintando la segunda un perfecto retrato del avance educativo de aquella corta democracia, el avance que supuso para las sociedades rurales la caída de la monarquía borbónica. Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1984), también puede considerarse un fiel retrato de la sociedad republicana: aunque ambientada durante la Guerra Civil, explica cómo mantuvieron la cotidianidad de sus vidas los madrileños (de una y otra vertiente ideológica) mientras se luchaba a las afueras de la ciudad durante casi tres años. Todas ellas tienen un denominador común: Fernando Fernán-Gómez, protagonista de las dos primeras y autor de la obra teatral que inspiró la tercera. Junto a La vaquilla (Luis García Berlanga, 1985) y Ay Carmela (Carlos Saura, 1990) –un alegato feminista que bebía de La plaça del Diamant y tuvo continuación con el telefilme sobre Clara Campoamor–, ya ubicadas en los tres años de batallas fratricidas, forman el quinteto de títulos más conocidos de la zona roja.
Entre las películas más destacadas que analizan la II República, solo ‘Belle Epóque’ y ‘La lengua de las mariposas’ transcurren íntegramente en los años previos al golpe de Estado
«No podemos olvidarnos –retoma su discurso Fernando Cayo– que tenemos entre nuestras manos el proceso histórico en el que más se ha reformado la educación en España. Fracasó ese intento y, por eso, en nuestro país sigue faltando una revolución cultural. No la hemos hecho: solo así se explica que una serie como La República haya caído en el olvido. Ahora estamos desarrollando el camino contrario». Como antídoto a esa involución, García Serrano ve al arte como un dinamizador fundamental: «El rigor y la objetividad quedan para la Historia, pero el arte y la ficción precisan de la subjetividad y después que cada espectador se identifique, critique o recele de lo que le venga en gana, pero creo en la libertad de expresión y en la necesidad de que las artes, incluyendo las audiovisuales, no se desvinculen de las ideologías». El actor, por su lado, devuelve a Durruti a la conversación y refleja que la CNT llegó a contar con cuatro millones de afiliados. Él está seguro que, de ser francés, alemán, inglés o italiano, ya tendría una superproducción. «Reúne todas las características para ser un personaje de los que te marcan en la gran pantalla. Era una roca rellena de metal, más duro, imposible». De momento, un documental ficcionado de Els Joglars es la referencia más directa de aquel anarcosindicalista leonés que muriera en el hospital de campaña del Ritz tras recibir un balazo durante la batalla de Madrid.
Reportaje elaborado por Pablo Sierra y Javier Copado