Hace ya unos años leí un artículo que analizaba el concepto de sabiduría, de cómo ha evolucionado desde la antigüedad hasta nuestros días.
Para mucha gente, si preguntáramos por la calle, un sabio sería una persona que ha leído mucho, o que ha atesorado conocimientos por cualquier otro medio. Sin embargo, esa descripción sería más adecuada para describir el concepto de erudición. Un erudito sí es alguien que sabe mucho sobre un tema, o sobre varios. Pero un erudito no tiene por qué ser un sabio, ni un sabio debe ser, necesariamente, un erudito.
Hay gente muy sabia que no se ha leído un libro en su puta vida. De hecho, hay gente muy sabia que no sabe leer. No han leído nada pero comprenden lo que es la vida, y el ser humano. Poseen un notable sentido común, piensan con claridad y son capaces de ver las cosas sin que sus emociones distorsionen su objetividad. Toman las decisiones correctas, se conocen a sí mismos y entienden a los demás. Y, sobre todo, están en paz. La inmensa mayoría de las personas preferirían ser multimillonarias a ser sabias y estar en paz, lo cual dice mucho acerca de lo enferma que está nuestra sociedad.
Hay bastante gente que ha adquirido una formación intelectual muy superior a la media, pero que siguen siendo niños asustados. Niños pedantes que han crecido pero no han cambiado, en esencia, y siguen usando su superioridad intelectual para deslumbrar. Pura vanidad, el más rudimentario y aburrido de los pecados.
En el artículo usaban una comparación no muy imaginativa, pero interesante; el conocimiento crece en dos direcciones, hacia el exterior y hacia el interior, o no crece realmente en ninguna. No puedes entender el mundo sin entenderte y conocerte e ti mismo, ni puedes conocerte a ti mismo sin entender el mundo, incluyendo al resto de los seres vivos. Como las plantas. Las raíces deben profundizar en la tierra fría para que las hojas se acerquen al firmamento. Es un poco cursi, lo sé, pero es bonito. Si las raíces no profundizan las hojas no crecen, y viceversa.
El problema es que la mayoría de la gente no llega a profundizar demasiado en sí misma. No resulta agradable, por lo general, eso es evidente. “El pasado, pasado está”, dicen. O “hay que mirar al futuro”. E intentan florecer con unas raíces débiles. Es cierto que no hay que obsesionarse, tampoco. Pero no es lo mismo obsesionarse que meditar respecto a algo para poder entenderlo. Profundizando en nuestro interior encontraremos cosas que no nos gustarán. Es una tarea ardua y desagradable. Pero es indispensable comprender el pasado para perdonarnos cosas y dejarlas atrás. La gente sabia me recuerda a los marineros que vuelven de un viaje muy largo y pueden describirnos cosas que muy poca gente ha visto. Marinos valientes y aguerridos que han llegado hasta donde la mayoría no tenemos valor de llegar.
El padre de Elisa era una de las personas más sabias que he conocido. No le daba la menor importancia a los códigos éticos y morales que nos imponen a la mayoría. No es que los despreciara, que conste. Cuando despreciamos algo le estamos dando importancia, en el fondo. Es una relación de enemistad. o al menos de conflicto, lo que implica cierta atención por nuestra parte.
Cuando violaron y asesinaron a su otra hija, el padre de Elisa comprendió que no podría convivir con aquel dolor. Él siempre había defendido que la violencia no era la solución, nunca. Pero se dio cuenta de que si no se vengaba se volvería loco de dolor. El dolor emocional se parece bastante al físico. Llega un punto en que necesitas aliviarlo. Y si no lo haces te desmayas o te vuelves loco.
El padre de Elisa lo entendió, y actuó en consecuencia. Secuestró al hombre que le había arrebatado a su hija, le amputó los brazos y las piernas, las cuerdas vocales y la mandíbula inferior. Lo colocó en una cama del sótano, intubado como un paciente terminal. Después congeló las extremidades que le había amputado y empezó a usarlas para alimentarle. También fabricó cubitos para hacer caldo, como los que venden en el supermercado. Le alimentaba de sí mismo, de lo que era. Si os lo planteáis os daréis cuenta de que es muy karma. En plan «esto es lo que has llegado a ser en la vida, pues ahora te lo vas a comer».
A su invitado (así solía referirse a él) le contaba cosas, y se disculpaba por aquel odio que le rebasaba. A veces se hacía un consomé con uno de los cubitos y se lo tomaba con él, para acompañarlo. En aquellas ocasiones especiales vertía unas gotas de Jerez en la bolsa del gotero de su invitado. También le escribía a sus padres, para que no sufrieran. En las cartas se hacía pasar por él y les explicaba lo que hacía en Australia. Que se había metido a pastor de ovejas y estaba en paz con Dios, y cosas así. Su madre era muy religiosa.
Yo le caí realmente bien. Su hija estaba feliz conmigo, y él me lo agradecía mucho. Muchas veces hablábamos durante horas. Él sabía que a menudo yo me quedaba a dormir en la habitación de Elisa, pero hacía la vista gorda. Me fascinaba aquel hombre. Una noche, cuando todos dormían, bajé al sótano a visitar al invitado. A mí, naturalmente, también me fascinaba. Hice un par de cubatas, y el suyo lo vertí en la bolsa del gota a gota. Después encendí un par de cigarrillos y a él se lo coloqué en uno de los agujeros de la nariz, porque no tenía boca. Era difícil saber si entendía lo que le decían. A veces parecía asustado, pero en otras ocasiones daba la sensación de estar drogado
En fin. Para no variar me he excedido de la longitud del texto sin contaros gran cosa. La semana que viene procuraré ser más conciso. Os explicaré cómo acabé chupándole los pezones a Merche durante horas sin fastidiar las cosas, y de cómo evolucionó todo. Todo empezó, por cierto, en una playa. Tuve una curiosa relación con las playas, en aquella fase de mi vida. La verdad es que fue una época estupenda, aunque me estresé mucho.
La receta:
La historia del Consomé es fascinante. Leed en la wiki. Encontraréis cientos de recetas en Google. Es uno de mis platos predilectos, y deja mucho margen a la improvisación, la inspiración personal y la creatividad!