Una furgoneta blanca recorre muy lentamente una calle de Río de Janeiro, totalmente engalanada de amarillo, verde y azul, los colores de la seleção. Sobresaliendo del techo retráctil, un equipo fotográfico capta fotos de la rúa para el Google Street View. Un buen número de jóvenes ríen y decoran la vía, desde el asfalto hasta sus paredes. “Rumbo al hexacampeonato” puede leerse sobre el suelo, pintado como si de la calzada de un puerto del Tour de Francia se tratase. Pintado en una tapia, Neymar le sopla a un fantasma ataviado con la camiseta de la selección de Uruguay, que no es otro que el espíritu del Maracanazo. A su lado, Daniel Alves se come un plátano y, en la acera de enfrente, Ayrton Senna observa la jugada. El rostro del desaparecido campeón mundial de Fórmula 1 es la nota no futbolera de la rúa Pereira Nunes, pero es que Senna, pese a ser paulista, es un icono para muchos brasileños, incluidos los moradores de Río.
Todo este cóctel de colorido y alegría es recogido en un anuncio que se puede ver en las televisiones brasileñas, donde se habla mucho del Mundial que comienza hoy con el Brasil-Croacia que se jugará en São Paulo (a las 22 horas en España), pero poco de las inundaciones que están haciendo sufrir al sur del país. En el vídeo comercial aparece feliz un chaval de 22 años llamado Bernard Dantas. Él es uno de los coordinadores del arreglo de la rúa en la que vive, una de las calles más vistosas entre las que han colgado banderas y banderines. “Es que la tradición de preparar la Copa viene de lejos aquí: empezó con el Mundial de Italia, en 1990. Yo ni siquiera había nacido. Dejar la calle tal y como está nos ha costado casi 8.000 reales [2.700 euros], que hemos recolectado entre los vecinos”, explica Bernard. En marzo y abril ya pintaban el suelo de la calle, el trabajo más pesado. Las paredes empezaron a llenarse después de dibujos alegóricos. Si lo han hecho cuando la Copa se ha disputado en Corea del Sur, Sudáfrica o Francia, ¿cómo no ponerse manos a la obra si su calle se encuentra a un cuarto de hora de Maracaná?
No falta ni un detalle. En la entrada, junto al lema “a rua mais bonita do Brasil” y los retratos de varios cantautores aparece un señor canoso: el locutor deportivo Luciano do Valle, “un tipo muy carismático y pasional que falleció recientemente y no podrá cantar los goles de la selección”, amplía Victor Marques, otro de los vecinos que más se ha implicado en el arreglo de esta vía situada en la zona noreste de Río. Según ellos, la decoración de su pedacito de ciudad sirve para “unir al vecindario”. “Desde pequeños, los niños colaboran. Es algo que se transmite, somos felices con muy poco”, comenta Bernard. Sin embargo, ninguno de los dos jóvenes puede escapar a la realidad que el lujo del evento parece esconder: el Mundial de Brasil será el más caro de la historia, varios macro estadios no tienen uso definido cuando acabe el torneo y el precio de la vivienda se ha multiplicado en las mayores ciudades del estado brasileño. Nada más salir de la calle de Bernard y Victor, una vieja tapia llena de graffities contrarios a la Copa del Mundo le refresca la memoria a los amnésicos.
Colectivos como Anonymous Rio, en cambio, consideran que el Mundial es el momento ideal para vender al mundo la cara de Brasil que sale menos en los grandes medios, la de las desigualdades sociales no resueltas. A través de las decenas de páginas creadas en Facebook para criticar el sobre coste del torneo de la FIFA se han ido convocando manifestaciones y protestas en la que será ciudad olímpica en 2016. No obstante, esas concentraciones han tenido poco seguimiento. El contraste es grande respecto a São Paulo: allí, el Movimiento de los Trabajadores sin Techo y los empleados de la vasta red de metro de la urbe más poblada de Brasil han tenido en jaque a políticos y fuerzas de seguridad, colapsando el centro de la ciudad. Unos atacan a la clase dirigente por permitir la escalada vertiginosa en el precio de la vivienda de los barrios que limitan con los estadios –como el Arena Corinthians paulista, donde hoy debuta la canarinha–. Otros piden un aumento de salario para contar con mensualidades dignas.
En Río, durante estas últimas semanas, también se han convocado varias huelgas en el sector del autobús urbano. “El seguimiento es muy bajo”, se lamentaba resignado un conductor tras una de ellas, apoyado en una garita del distrito de Vila Isabel. Sus reivindicaciones no se diferencian básicamente de las de sus colegas de São Paulo, pero el apoyo a los paros laborales no se puede comparar. Mientras las autoridades cariocas no tomen cartas en el asunto, los conductores de autobús seguirán percibiendo 900 reales de media al mes.
Apenas 300 euros en una jungla urbana que vive una escalada imparable en el coste de la vida. No es el único colectivo que vive este sinsentido en el país del fútbol. La educación del estado de Río de Janeiro también anda en pie de guerra y es, de largo, el gremio que más se ha manifestado en estas últimas semanas, bien escoltado por un destacable dispositivo policial.
“Pedimos un aumento del 16% en todos nuestros tramos salariales. No puede ser que el sueldo base de un profesor esté entre 1.000 y 1.300 reales [300-400 euros]”, denunciaba Vera Lepomucelo, representante del sindicato SEPE, hace unos días tras la celebración de una asamblea de docentes frente a la consejería estatal de Educación y Cultura.
Lepomucelo se lamenta del ostracismo al que, según ella, ha sometido el Partido de los Trabajadores a la educación pública, “la gran olvidada de la historia de Brasil”. Así, un maestro que trabaje a jornada completa gana entre 700 y 800 euros sin antigüedad, si no acaba en el paro. En Río, los centros públicos funcionan en dos redes: una municipal –con 1.300 escuelas y un 40% de seguimiento, según los profesores, de un paro que comenzó a mediados de mayo– y otra estatal, que engloba a 1.100 colegios en toda la demarcación de Río y donde los huelguistas apenas llegan al 20%. “Lo que está pasando en la red estatal es vergonzoso –explica encendida la sindicalista– porque se están cerrando centros, más o menos 50 en los últimos años, y encima las condiciones de trabajo allí son peores”.
El déficit se mitiga gracias al extenso tejido de centros educativos concertados o privados. “Mientras Dilma y Lula no han aumentado el fondo para la educación, mientras se llegan en el Parlamento federal a acuerdos absurdos como destinar el 9% del PIB a educación ¡en 2024!, este gobierno que se dice de izquierdas no deja de financiar las escuelas de fundaciones privadas [la de Ayrton Senna, entre otros famosos, como la cantante Xuxa], que son las que se ponen la medalla”, concluye Lepomucelo. Las vacaciones de invierno, adelantadas este año para que coincidan con la Copa del Mundo, abren desde esta semana un paréntesis en la huelga. Un gremio vital durante el torneo, el de los empleados aeroportuarios, ha convocado hoy un paro de 24 horas en los tres aeropuertos del estado carioca.
Esas quejas, de momento con poco eco y custodiadas por parte del numeroso despliegue policial que patrulla Río, transcurren en el centro. Hoy, tan solo dos horas antes del comienzo del Brasil-Croacia hay convocada un acto de protesta en la playa de Copacabana, que servirá como termómetro para ver el apoyo real de los habitantes de la capital turística del país a la competición. El lugar tiene simbolismo por sí solo. Es destino irrenunciable para los turistas extranjeros que visitan Río (unos 400.000 durante toda la Copa, según las estimaciones). En Copacabana, además, se ha instalado una pantalla gigante para seguir los jogos de los hombres de Felipe Scolari y, durante estas semanas, la venta de souvenirs y merchandising mundialista ha hecho furor en un extenso arenal repleto de porterías y redes de voley para practicar deporte junto al Atlántico. Por lo tanto, la contradicción está servida.
A diferencia de São Paulo, nuevamente, los alrededores de Maracaná, el escenario de la final, respiraron tranquilos las horas previas al pitido inicial del Mundial. Colombianos y argentinos en su mayoría han dado colorido con sus banderas y camisetas amarillas y albicelestes a los aledaños de un estadio en el que aún se ultiman detalles. Más atrasada anda la estación de metro anexa, a la que ayer coronaba todavía una gran grúa amarilla. En ella se trabaja contrarreloj desde hace meses para que no desentone el domingo, cuando se enfrenten allí Argentina y Bosnia.
Lo que no cambiará será el fondo de la postal que queda a espaldas del gigantesco Maracaná. Los ladrillos de la favela de Mangueira, una de las laderas de infraviviendas con las que cuenta Río, siguen tiñendo de marrón esa imagen. Es el otro punto de vista del Mundial, el que no captarán las cámaras que seguirán a los cracks del balón por los doce estadios repartidos por el país que más veces a levantado el antiguo trofeo Jules Rimet, la Copa del Mundo. En la tarea de erradicar la pobreza endémica, Brasil sigue en cambio sin campeonar.