Hay que ver lo que es España y lo que son las cosas, y la vida, queridos lectores de Negratinta. Es que hoy vengo con la españolía subida hasta el hopo, que es una palabra muy andaluza, muy castiza y que sin embargo viene del francés, cómo se quedan ustedes. La cosa es que siento hoy una fraternidad extraordinaria para con mis compatriotas. Seguro que ustedes la han sentido y no la paran de sentir todos los días: una unión maravillosa con sus convecinos, un vínculo indestructible con los españoles de aquí y de allí, con todos esos españolitos y españolitas que junto a uno conforman la gran nación que somos todos y que llamamos España. Y somos grandes, ¿saben por qué? Por nuestra grandeza de espíritu. Por nuestra generosidad sin parangón. Por lo guapos que somos todos y lo mucho que nos queremos. Les voy a explicar por qué somos un país majestuoso.

El otro día estaba desayunando mientras miraba de soslayo la televisión. Tengo la sana costumbre de mirar muy poco el televisor, y generalmente sucede cuando como. Naturalmente, lo único que me merece la pena ver con detenimiento es el Canal 24 Horas, sin lugar a dudas, la mejor cadena de las chorrocientas que las ondas catódicas del TDT tienen a bien vomitar sobre nuestros reproductores de televisión. El caso es que estaba mascando un poco de pan de centeno tostado con jamón y aceite cuando algo llama mi atención: una manifestación. No tiene nada de extraño, puesto que manifestaciones hay muchas, y en España, ahora, más. Cada minuto que pasa un niño en África muere de hambre, un hombre le está cantando por soleares a una mujer en algún lugar del mundo, y alguien en España se está manifestándose por algo. Pero lo extravagantes de la noticia era que la manifestación se incluía en la pieza del telediario en que se informaba sobre los trabajos de remolque de la embarcación Sorrento desde el litoral balear al puerto levantino de Sagunto. Por qué se manifiesta la gente, me pregunté. Como respondiéndome, la voz en off que narraba el asunto me lo descubrió:

“Un grupo de vecinos de Sagunto se manifestó ayer ante el ayuntamiento protestando por la decisión de las autoridades de remolcar el ferry incendiado desde Baleares hasta el puerto de la ciudad. Estuve a punto de atragantarme. Los ciudadanos allí reunidos protestaban por la peligrosidad que supone tener un barco cargado de combustible y numerosos vehículos siniestrados en su interior, a tan sólo unos metros del núcleo urbano”.

 

O algo así.

Muy bien, me dije. Me puse en pie y me di un par de golpes de pecho, en plan rociero. Estupendo. “¡Viva España!”, grité, y mi madre me miró como se mira a un alucinado. Qué gran país es éste, rediós. ¡A los vecinos de Sagunto no les gusta que el Sorrento sea remolcado al muelle de su ciudad! Es peligroso, dicen. Tiene combustible inflamable y puede causar una desgracia, arguyen. Claro. Esto es como aquellas manifestaciones, repetidas cada cierto tiempo, que se dan en los pueblos a los que les toca albergar un repetidor de telefonía móvil, un cementerio de residuos nucleares, una estación energética de mayor o menor potencia, una cárcel o un centro de menores. A la gente no le gusta. ¡Vaya por Dios! En España, de vez en cuando, de tan generosos que nos volvemos, cualquier día explotamos e inundamos todo a nuestro alrededor con una charca gigantesca de vómito arcoíris. Todos queremos tener móviles con 4G, y que funcionen, naturalmente. A todos nos encanta pagar menos en la factura de la luz; y si hay un barco a la deriva cargado de fuel, que el Gobierno se encargue, por supuesto. ¡Para eso pagamos nuestros impuestos! Todos queremos que los malos vayan a la trena y que a los pequeños hijos de puta que matan gente o zurran a sus padres, y no se les puede hacer nada dado que no tienen 18, se los recluya en un correccional. Pero, por Dios, ¡qué ocurrencia tiene usted, ponerlo aquí en nuestro pueblo, al lado de casa! ¡Junto a nosotros, que somos gente tan honorable! Quiá, el barco que se lo lleven a cualquier otra parte, lejos de aquí. Que otros sean los panolis que traguen con la torreta de telefonía, ¡que da cáncer, tú! Y como se nos derrama la generosidad por los bolsillos, concluimos que, como es obvio, el cáncer le entre al vecino y a mí dame 4G para tuitear #BringBackOurGirls a tope, pero con los soldados de otros, claro. Que los féretros propios quedan muy mal y se nos indigesta el almuerzo cuando los vemos en el telediario. Dan ganas a uno, en esos arranques de españolía, de que el pie titánico de Godzilla pise fuerte sobre la península.

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