“A los fumadores en ejercicio se les veta la entrada en multitud de sitios, mientras a nadie se le fuerza a ir a los bares o restaurantes que aquellos elijan. ¿Cuál es el problema para que los fumadores -clientes, dependientes y dueños- dispongan de lugares en que los no fumadores sean libres de no entrar? Cada uno puede hacer de su capa un sayo: contra su voluntad no hay por qué protegerlo de vagos peligros.” Este es tan sólo un fragmento del argumentario que desplegaría, allá por 2010, Francisco Rico para arremeter contra la ley anti tabaco que impide fumar en bares o edificios públicos entre otros. Digamos que ya desde un principio se olía a leguas que el tema iba a traer cola.

La opinión no tiene límites y debe ser respetada como un derecho fundamental, en eso estamos de acuerdo. El problema estriba en el cómo. Cómo convencer de que mí opinión tiene mas valor que la de otros. Francisco Rico acababa su columna con el siguiente alegato: “P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo.”

Un argumento demoledor que movía los cimientos incluso de los más radicales detractores del tabaco. Un hombre que jamás había fumado un cigarro defendía el derecho de humear en bares y restaurantes, y tildaba de vileza lo contrario. Poco había que decir. Si la ley jugaba a favor de los no fumadores, y un no fumador pensaba de tal forma, quizás la ley no estaba tan acertada.

Pero que arriesgado es el juego de la persuasión. Tan peligroso como tentador. Eso debió pensar Rico al afirmar que no fumaba. “Una pequeña mentira no hace daño a nadie, y le aportará verdad a mis palabras”, pensó quizás el catedrático.

Poco después, las críticas comenzaron a llover como puntas afiladas. Era bien sabido que el autor fumaba, y a algunos compañeros de profesión les faltó tiempo para tildarlo de mentiroso.

Si esta falacia se hubiera quedado en el baúl de lo que desconocemos, sólo sería una más de las muchas estrategias en las que la opinión se escuda para ser merecedora de apoyos y aplausos. Apostaría a que Rico no es, ni mucho menos, el único columnista que ha deformado la realidad para ser más convincente. Su error, probablemente, fue arriesgar demasiado.

La opinión, en ocasiones, parece un cajón de sastre en el que cabe cualquier cosa. La mentira no debería ser una de ellas. Precisamente, cuando leemos opinión creemos estar ante un texto cargado de pasión, de subjetividad, pero también de verdad. De la verdad de quien lo escribe. Utilizar ese espacio para engañar no es propio de ninguna profesión, por muy persuasiva que deba ser. Y quienes se han formado doctos en el arte de opinar, no deben aprovechar la confianza que sus lectores depositan en ellos para crearse más adeptos.

Son muchos los que se han justificado en las licencias del escritor para echar al aire su imaginación. La ficción es maravillosa y tiene cabida periodística, pero el lector debe saber ante que tipo de texto se encuentra. La ausencia de referencias explícitas a quien escribe y en que condiciones lo hace, evocan ciertos intereses ocultos.

Por eso, casos como el de Francisco Rico, o el de Arcadi Espada que sugería la falsa implicación de otro columnista en una redada contra una red de prostitución, son aberraciones contra el periodismo y contra sus profesionales.

Un caso por todos conocido es la “Operación Palace” de Jordi Évole. Un simulacro sobre quienes orquestaron realmente el golde de Estado en España. Claro ejemplo de ficción, mentira y burla, en el que participaron personajes de relevancia política, social y mediática. Cada cual puso su granito de arena para crear una realidad paralela, que quizás no diste tanto de lo ocurrido, aunque su condición de archivo bajo llave nos impida saberlo. En cualquier caso, la idea era convencer a la audiencia de que se estaba contando una verdad como templo.

Cuando se supo “la estafa” muchos clamaron al cielo. “Nos han engañado” decían. Otros, como yo, desconcertados, creímos que había nacido una nueva forma de hacer televisión. Personalmente, no comprendo porqué se generó tal revuelo. Todos los días leemos en la prensa, en las redes sociales y en todo tipo de medios, falacias que huelen a distancia. Al menos, el equipo de “Salvados” tuvo la profesionalidad de anunciar que era mentira (yo apostaría mas por el término hipótesis), pero en cualquier caso, se presentó una versión de la realidad que no se ajustaba a lo ocurrido.

El ser humano tiende ha apaciguar sus luchas internas creyendo que a cada paso que da se acerca más a la verdad. Si piensas esto, te contaré algo. A cada paso que das te acercas más a algo, que puede ser verdad o no. Pero eso que importa, el caso es que te acercas. Lo demás es ruido. Encontrar un relato puro, objetivo y que carezca de interpretación es físicamente imposible, porque ha sido tratado por una persona con intereses y razones. Lo más inteligente es despertar el sentido crítico y replantearse todo cuanto ocurre a tu alrededor.

Mentira, verdad o un poco de ambas, lo cierto es que “seguramente les han mentido otras veces, y nadie se lo ha dicho” Jordi Évole.

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