Ha pasado el Día del Libro pero los fuegos artificiales continúan estallando en Internet. Permanentemente hay alguien celebrando la literatura, ofreciendo citas de sus novelas favoritas, hablando de la crisis de la industria editorial. Por supuesto, la fiesta es también para los que se quejan de que sólo venden libros los famosos, los que consideran que Telecinco está robando lectores a Borges y los nuevos reaccionarios tecnológicos, siempre dispuestos a reproducir el mensaje tipo de esos sumideros de resentimiento que son los foros: “Yo he leído un par de libros y no ligo, ergo las mujeres son incultas por naturaleza”.

Y la rueda sigue girando, aunque no se note demasiado, en torno al eje que vertebra todo nuestro tiempo: el utilitarismo. Seguimos pensando que leer más nos hará mejores personas, seguimos creyendo que dedicando una parte de nuestros esfuerzos (acaso una hora al día, después del gimnasio) a la lectura creceremos por dentro, alcanzaremos alguna meta, podremos enfadarnos con las que no nos hablan en las discotecas. Seguimos, en suma, haciendo un uso instrumental de la cultura, considerándola una esfera separada de la vida, mirándola como se mira una exhibición de curiosas porcelanas chinas que, como mucho, a veces se convierte en galería de espejos. Así, la buena literatura es la que levanta el vuelo muy por encima de la realidad y para cuando quiere volver a planear sobre ella muchos le ponemos el apellido “social” y nos parece que ya ha perdido el brillo.

Y está bien que así sea: una sociedad literaturizada, una sociedad de buenos lectores se derrumbaría. Un mundo en el que todos hubieran leído y entendido a Dostoievski o en el que se interiorizara a Pessoa en el instituto carecería de impulso, de vocaciones o, en último término, de movimiento.

«No tomando nada en serio, ni considerando que nos fuese dada, por cierta, otra realidad que nuestras sensaciones, en ellas nos refugiamos, y a ellas exploramos como a grandes países desconocidos”, nos dice el poeta portugués, sabedor de que para la naturaleza humana los espíritus altruistas que buscan la verdad, los sacrificados, son excepciones y la actividad, cuando no surge del chispazo de la aventura inconsciente, casi siempre termina acomodándose a las formas de la contemplación distante, de la experiencia estética.

Cuánto mejor es no leer o que se lea poco y mal, como se hace. Del desconocimiento de Pavese y de Onetti surgen los puentes, los hospitales y esas canciones que tanto nos alegran cuando nos vamos a bailar con quienes no leen a rusos.

 

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