Pueden acusar a estos profesionales de inventar precisamente por contar más verdad que otros. La paradoja no debe sorprender, qué esperar, por ejemplo, de un género como la crónica (cante grande en el periodismo narrativo) que fue bautizado por Juan Villoro como “el ornitorrinco de la prosa”. Los también llamados periodistas literarios aprovechan los útiles disponibles en la literatura y las ciencias sociales para cuajar un relato completo e imperecedero. El éxito depende de la hondura de la mirada, el reportero registra los detalles que otros testigos presenciales eludirían. Ahí nace la sospecha. Sin embargo, no hay trampa: tampoco una fotografía engaña por mostrar los pequeños objetos que uno olvidó.

Este ramal del oficio no pertenece a un solo género; es, más bien, una forma de recolectar la información y de procesarla para dejar huella en el lector. El autor se desabotona la camisa de fuerza de la actualidad.

El periodista informativo acude al lugar de los hechos, anota lo que sucede, aboceta el contexto y lo publica, todo esto siempre que el interés mediático siga vigente; en cambio, el narrativo, como sugiere la autora de Frutos extraños, Leila Guerriero, se presenta en el lugar tres meses después de los hechos e investiga todas las facetas y ópticas posibles. Yo, así a lo profano, los diferencio por la forma de tomar café: imagino a uno con prisas, colando en su esófago el líquido caliente de una máquina de oficina como quien pasa por boxes; al otro lo veo sorbiendo de una taza en un bar que no conoce mientras repasa algo mentalmente. Reconozco que la comparativa no es muy fiable, no obstante, lo cierto es que el periodismo literario abandona el valor efímero. De hecho, las recopilaciones de crónicas de primeros espadas como Martín Caparrós (@martin_caparros), Jorge Carrión (@jorgecarrion21), Ander Izagirre(@anderiza) comparten estantes de las bibliotecas con la literatura convencional.

Para vencer la caducidad, Roberto Herrscher -@rmherrscher- (Periodismo narrativo. Cómo contar la realidad con las armas de la literatura) propone cinco virtudes del cronista: “la voz, la visión de los ‘otros’, la forma en que las voces cobran vida, los detalles reveladores y la selección de historias, recortes y enfoques”. Gracias a estas destrezas, el profesional puede componer textos que no menosprecian la creación de atmósferas, las escenificaciones aumentan la tensión narrativa, los diálogos directos, los saltos en el tiempo, los flujos de conciencia faulknerianos…

Punto de vista/ “Este tío es un ególatra”

Igual que en la literatura de ficción, aquí la posición del narrador con respecto del relato determinará, en gran medida, su efectividad. El ojo del reportero actúa a veces como una cámara en HD y otras como una Kodak legañosa de gasolinera; al final, es la historia la que dicta la máquina necesaria, pero hay que saber verlo.

Por otro lado, muchos hacen algo que está totalmente descartado en el trabajo informativo: escogen la primera persona y se implican. A los ojos de algunos profesionales llenos de datos, de estadísticas y declaraciones, de sugirióses ysentencióses, esta elección resta credibilidad. Aunque, en realidad, quien asegura escribir un artículo objetivo selecciona también desde su subjetividad una parcela de un hecho, unas citas, unas fuentes… ¿no engaña menos aquel que confiesa su mano de trilero?

El ser humano construye su identidad con base en narrativas: mediante relatos personales y colectivos el individuo comprende su lugar en el mundo. El cronista más que informar trata de formar una época, darle entidad y ubicarla en la conciencia del lector; exprime las oportunidades del lenguaje, su potencia a la hora de sugerir, encender la duda o emocionar. El argentino Tomás Eloy Martínez adujo que lo único que el hombre realmente entiende y conserva en la memoria son los relatos. El reportero no debe situarse por delante de la historia, debe filtrar, bañarse en lo que ve para publicar unas palabras impregnadas de humanidad.

Gay Talese

El maestro Gay Talese enseña que todo personaje mirado de cerca es un personaje literario/ Foto: El País.

Seres imaginarios
Somos empáticos y descubrimos mejor los sucesos o paisajes a través de los sentimientos de sus protagonistas. No obstante, por esta inmersión en el otro también sobrevienen sospechas de incredulidad. El maestro Gay Talese dice que si uno excava lo suficiente en los personajes, se vuelven tan reales que sus historias adquieren un aire imaginario.
Aquí el periodista narrativo se lo juega todo. La primera norma es desterrar prejuicios o estereotipos: son conceptos previos a la experiencia que ocultan lo que no encaja en su molde y desperdician información. El lector que se niegue a suprimir sus ideas preconcebidas puede acercarse a la descripción de un personaje y ofenderse como si viera un cuerpo con los órganos por fuera. (Esto sucede con más fuerza si tenemos en cuenta que algunos de los grupos humanos elegidos para la investigación son exiliados de las dinámicas sociales. En muchas ocasiones son los despojos de nuestro bienestar: víctimas de una indiferencia aprendida que, en caso de desaparecer, dejaría en cueros nuestra cuota de culpa).

Los trabajos de autores como Leila Guerriero están preñados de perfiles. Este género ayuda a componer la textura del personaje, a exponer su vivencia y su carácter como una parte más de su carnalidad. El retratista usa las palabras del sujeto, su manera de hablar; sortea la barrera de la fórmula pregunta-respuesta y apuesta por diálogos directos, incluso explora la técnica del estilo libre indirecto como manera de condensar con agilidad el ritmo del hablante, las micro-expresiones y las acotaciones o valoraciones del narrador. El objetivo es meterse en la piel del personaje y, en este empeño, la mirada del autor es todo.

El New Journalism (y ahora The new new journalism) desplegó nuevos métodos de investigación, préstamos de la sociología o la antropología como la observación participante. ¿Qué mejor forma de captar la esencia de los protagonistas de un relato que conviviendo con ellos? Dedicar muchas horas a conversar con los entrevistados y buscar todas las fuentes posibles en un ejercicio de registro, a veces, cercano a la labor de la historiografía oral. Hay maestros como Ted Conover que, incluso, se convierten en uno más del grupo que desean investigar. En Coyotes (1987), se unió a los espaldas mojadas que cruzan la frontera estadounidense de manera ilegal y sufrió el duro trabajo agrícola, el rechazo, el hacinamiento y los abusos de los patrones en sus propias carnes.

Estos métodos, junto con la pasión inconmovible y la artillería literaria de los profesionales, aportan al periodismo la capacidad de detonar las visiones acostumbradas de la realidad. Nos empujan a renovar ideas, a desempolvar perspectivas. Resquebrajan un mundo que creíamos demasiado cincelado.

Foto de portada: Manjar de hormiga

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