A principios de siglo se rumoreaba mucho por Barcelona sobre la posibilidad de fichar a Henry para que jugara en el Camp Nou. Yo ya era fan del francés desde su primera temporada en el Arsenal. Me parecía un jugador diferente. Con un físico de velocista juvenil, casi preuniversitario, pero con una clase de doctorado cuando la bola caía en sus pies. Tenía tanta clase como falsa arrogancia. Su forma de comportarse en el campo era de un nivel superior que crecía por minutos. A la velocidad de la luz iba esquivando rivales a base de zancadas y recortes milimétricos para acabar pegando el balón al palo largo. Él patentó el tiro más elegante que ha visto nunca el mundo del fútbol. Por desgracia para mí, cuando lo pudimos disfrutar en la Liga española, no era ni un 70 por ciento de lo que fue. Llegó muy tarde al Barcelona. Supongo que pudo llegar antes pero no podía abandonar el barco de los gunners después de haber resucitado en Highbury como jugador del Arsenal cuando la Juventus casi apaga su brillo con apenas 20 años. ¿En la Juve son conscientes de que no pudieron disfrutar de Henry? De la mano de Arsène Wenger mostró su mejor versión. Fue una cuestión de lealtad. Henry no podía dejar el club antes de inaugurar el nuevo estadio y mucho menos después de perder la final de Champions en 2006 precisamente contra el Barça.
A mí me hubiera gustado disfrutar de él en la Liga española, pero puedo celebrar que durante mis años en Southampton pude disfrutar de la aureola que desprendía Titi en Inglaterra. El Barcelona me fastidió al contratarlo tan tarde. Mucha gente quedó contenta con su rendimiento, en cambio, yo solo guardo en el recuerdo el maravilloso partido que realizó un 2 de mayo de 2009 frente al Real Madrid. 2-6. Fútbol total. La mejor versión del jugador francés apareció en el Bernabéu. Empezaron a jugar por la tarde pero brilló como un estrella en la noche más oscura. Era el Henry que yo conocía. Estaba en una boda viendo el partido y me daban ganas de decirle a todos “¡Os lo dije! ¡Aún le quedaba un cartucho!» Por supuesto, al palo largo.
Los focos estaban en los atacantes y cerebros de aquel conjunto (Henry, Messi, Eto’o, Xavi, Iniesta…) pero entre el mediocampo ofensivo y la defensa había una torre de control con tentáculos: Touré Yaya. Hizo lo que venía haciendo toda la temporada, que era abarcar toda la medular y parte de la zaga. Jugaba con el freno de mano puesto porque en ese equipo había demasiada calidad como para que él tuviese que dar el cien por cien. Guardiola no podía permitir eso. Parecía irreal que su puesto peligrara por la competencia con Busquets —por el cual había apostado desde el inicio de temporada Pep, con mucho acierto por otro lado. Es como decir que te pongo un capón en lugar de entrecot y espero que no notes la diferencia. Neymar decía en una entrevista que le había tocado vivir una época complicada para ser el número uno del mundo teniendo a Messi y Cristiano por delante. A Yaya le pasó algo parecido pero inverso. Siendo infinitamente mejor tuvo que irse para sentirse importante de verdad. Yo he de reconocer que no conocía a Touré antes de ir al Barcelona. Ya no soy el freak que conoce a los jugadores de todo el planeta.
Yaya tiene una visión del fútbol muy romántica: opina que los mejores jugadores no son los que marcan goles sin más aunque esos sean los premiados. Para él Xavi era “el mejor porque pensaba dos segundos antes que el resto. Cada pase que da tiene sentido. Cuando ves a la selección española no puedes decir que Torres es el alma del equipo, son Xavi, Busquets, Iniesta… y Alonso. Es más difícil dar pases que marcar goles”. Precisamente e tener a estos jugadores como compañeros no le permitió tener el protagonismo del que goza en el Manchester City. Cuando hablo de Touré no me importan los títulos que haya ganado, solo me interesa que me divierta. Me parece un espectáculo monstruoso ver como semejante mole despliega un juego de tobillos tan fino con el balón. Samir Nasri, compañero de equipo, dijo que si Yaya no fuese africano sería nombrado mejor jugador del mundo. Teniendo en cuenta que Cannavaro lo fue, el mismo Yaya se preguntó de forma retórica en una entrevista qué dirían de él si fuese brasileño, francés o británico. Argumentó que no sentía el reconocimiento que merecían sus actuaciones dentro del campo debido a que los africanos son «vistos como animales y no como personas”.
En esa misma entrevista (realizada en la BBC) se lamentó del poco reconocimiento que han tenido Weah y Drogba por el mero hecho de ser africanos. Se puede estar de acuerdo o no pero hemos visto cómo le han dado un balón de oro a Matthias Sammer, el propio Cannavaro o Michael Owen. Yaya acaba de ganar su cuarto Balón de Oro africano pero hemos de reconocer que no está teniendo competencia para conseguir ese galardón, por eso no esperamos menos de él. Me apena que ya tenga 31 años y que me haya tocado vivirlo en una época en la que el fútbol me dice más fuera del campo que dentro.
¿Por qué es tan querido?
Porque él mismo dice una y otra vez que representa a África, que quiere que los africanos nos sintamos orgullosos de él. Pocas veces escucharemos de boca de un futbolista decir palabras como estás de una forma tan sincera. Solo un africano puede sentir lo que trata de expresar Yaya cuando pronuncia estas oraciones. Es consciente de que los africanos anhelamos que uno de los nuestros, cualquier país africano, incluidos los árabes, haga un papel enorme en una Copa del Mundo. No nos importa el país, solo queremos ver a nuestro continente, por una vez, en lo más alto. Para que lo entiendas mejor puedes equiparar el deseo que tenían los españoles de ganar una Copa del Mundo antes del 2010. Muchos pensaban que jamás lo verían. Pues multiplica esa ilusión por mil millones. Un día ocurrirá pero mientras tenemos que agarrarnos a los hermanitos Drogba, Weah, Eto’o y Kolo. Todos miran a Yaya porque son conscientes del buen nombre que está dando al continente africano dentro y fuera del campo, donde destaca por ser amante de comer comida africana en casa –más que de restaurantes–, rodeado de amigos y familia como todo africano. Tenemos un amigo en común, Haruna Babangida, que me ha asegura que es un tipo con una humanidad digna de ser destacada. Yaya no es un dios de ébano, solo un tipo que no trata de ser más que el de al lado. Se puede decir que es lo que se conoce como un buen musulmán.