Willy Meyer es el chico raro de la clase política que habita el país de la garrapata. En una España donde los políticos –y los que no son políticos– más corruptos no se mueven de sus poltronas ni con agua caliente, Meyer ha decidido dejar su escaño como eurodiputado porque gracias a su cargo ha tenido durante años un fondo de pensiones que gestionaba una Sociedad de Inversión de Capital Variable. Para quien no las conozca, estas sociedades, conocidas como Sicav, son el no va más en la ingeniería financiera, ese eufemismo que encubre uno de los delitos legalizados más viejos de todos los tiempos, el que permite que los que más dinero tienen paguen lo menos posible a Hacienda. Su funcionamiento es simple: un grupo de grandes fortunas se une, aporta el capital necesario, busca los hombres de paja precisos para llegar al centenar de socios que exige la ley y empieza a invertir en bolsa, entre otras actividades, para aumentar sus beneficios. A la hora de pagar a Hacienda sus privilegios –al menos en España– son enormes. Si encima la Sicav está ubicada en Luxemburgo, que sirve tanto para ser sede de la Unión Europea como para ser paraíso fiscal, el negocio sale redondo. Cuando el dinero pasa a primer plano, la vergüenza por comportarse hipócritamente abandona la escena si es que alguna vez pisó el escenario. Todo es completamente legal, pero claramente inmoral.

Meyer, el chico raro de la clase acostumbrada a copiar en los exámenes y presumir de ello, se va por coherencia y, según parece, empujado por sus compañeros de Izquierda Unida. Este partido ha sido tradicionalmente el único que se ha opuesto en el Congreso español a las ventajas legales que PSOE y PP le han dado a las Sicav, muchas de ellas controladas por los bancos que hicieron su agosto durante el boom inmobiliario a costa de hipotecar las vidas de millones de españoles. Meyer no se ha pringado los dedos directamente. No se ha metido dinero público en el bolsillo ni ha concedido contratos públicos a dedo a cambio de trajes, bolsos, farras de todo tipo o cofeti para el cumpleaños de sus hijos. Simplemente se ha aprovechado de las ventajas fiscales que la Unión Europea concede a la casta de la casta (el eurodiputado). Según asegura Mayer, la dimisión llegó en cuanto supo que las pensiones las gestionaba una Sicav luxemburguesa. Quizás debería haber sospechado de ello después de ver durante bastante tiempo cómo su plan de pensiones multiplicaba con unos porcentajes asombrosos el dinero que allí ingresaban tanto él como el propio Parlamento Europeo, que siempre vela porque a sus miembros no les falte de nada.

El eurodiputado no es solo el político mejor pagado en sueldo y dietas. A ojos de la ciudadanía y por su poca presencia en los medios, el eurodiputado, que tiene por costumbre pasar la mitad de la semana en su casa de España y la otra mitad en el Benelux, es quien menos hace. Si la participación en las últimas Elecciones Europeas volvió a ser lamentable, noticias como la del fondo de pensiones vienen a confirmar que Bruselas y Estrasburgo son un cementerio de elefantes. El Partido X colgó ayer en su Twitter un documento de la UE en el que figuran todos los eurodiputados que estaban inscritos en el milagroso plan de pensiones antes de 2005. Aparecen unos 50 nombres de todos los partidos que tenían entonces representación, desde PP y PSOE a Convergència i Unió o el PNV. Rosa Díez, en aquel momento socialista, hoy, renovadora de la izquierda con UPyD, es una de ellas. Aleix Vidal-Quadras, crítico con su antiguo partido, el PP, y renovador de la derecha con VOX, otro. Y no faltan pesos pesados del PP como el ministro Cristóbal Montoro o los exministros Mayor Oreja o Arias Cañete, o viejas glorias del PSC como Raimon Obiols. ¡Ni Eduard Punset, eurodiputado por el CDS en los 80, se ha librado! Elena Valenciano, la cabeza de lista del PSOE que sufrió el batacazo en las urnas también se ha unido al club un mes después de los comicios.

De los políticos que siguen en primera línea, todos han callado o lanzado balones fuera con más o menos gracia, haciendo piña para no perjudicar al clan de la garrapata. En el PP, por ejemplo, quieren creer que su búnker de votantes nunca les traicionará y juegan bien sus cartas. Si muchos les perdonan Gürtel, Matas o Bárcenas, ¿por qué no iban a perdonar una minucia más? Por eso se han apresurado en decir que todos los eurodiputados saben que esos fondos los gestiona una Sicav, deshaciendo la coartada de Meyer de haberse enterado por la prensa. El PSOE y Rajoy, que en esto va por libre respecto a su partido, se esconden debajo del edredón esperando que llegue pronto ese día en el que al político le bastará de nuevo con sonreír ante la prensa y apretar unas cuantas manos de ancianos y niños para justificar sus múltiples privilegios.

Podemos y las otras muchas alternativas al sistema garrapatesco que van creciendo causan cada vez más miedo entre la vieja política, donde el runrún crece al compás de los tendenciosos artículos de sus periódicos amigos. Al final, temen que la España desencantada no sea tan tonta como parecía: si los debates de la tele le enseñan ilusión a esa masa adormecida, la masa adormecida puede votar por esa ilusión. A riesgo de desilusionarse.

Veremos cuánto permitirán que nos dure la esperanza y si estaremos dispuestos a defenderla.

 

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