La Gente es el fetiche retórico de Podemos. Todos sus líderes comienzan y acaban sus discursos mentando este artefacto discursivo. “Nunca más un país sin su gente”, “por un gobierno de la gente”, etc. Pero, ¿quiénes componen ese alfa y omega? Gente es tu vecino, el que te roba el wifi. Gente es el que se pelea contigo porque pones el coche un centímetro por encima de la raya de su vado. Gente, sí, es el que te despierta de la siesta en verano, justo cuando acabas de zambullirte en el sopor, voceando desde una furgoneta, con un altavoz, que tiene melones dulces como el caramelo, a euro, a euro. Gente es el que te mea la puerta un sábado por la noche. Gente es el que saca el perro a cagar por las calles que luego has de transitar. Gente es el que te cobra dos euros por una cerveza en una terraza. Gente es el que entra en un bar sin camiseta, y al que has de verle las lorzas mientras te comes una tapa de mojama. Gente es el que te pisa caminando junto a ti por la acera; el que te da un codazo al pasar tan cerca que ya sólo esperas que te saque a bailar un vals. Gente es el que habla a voces por teléfono en el tren cuando todos están en silencio. Gente es el que se te cuela en la carnicería. El que va en chanclas, el que no usa desodorante, el que toca el organillo a las ocho de la mañana, en el metro. Gente es el que aparca en doble fila, el que se queja de lo caro que está todo, el que te da un balonazo cuando lees recostado sobre la tumbona, en la playa. Gente es el que se mea dentro del mar, o en la piscina. Gente es el que entra en el autobús sin picar, el que te contrata para un trabajo y luego para cobrar te hace ir y volver doce veces doce, perdonándote la vida.
Sí, amigo: ése también es gente, y gente es quien alza alucinado la mano cuando en el garito del pueblo ponen la canción cuyo estribillo dice que levante la mano mi gente. Gente es el que te ningunea, el que te critica por la espalda, el que dice que tu trabajo no es trabajo y que él lo hace mejor, más barato, y más rápido. Gente es tu cuñado, el que vende flores robadas en la calle peatonal, en verano; el que pregona pescado fresco llevándolo en una moto, al sol, y acelera cuando asoma la policía municipal. Gente es el que escupe, el que lo deja todo perdido, el que no te deja entrar en la discoteca porque no le gusta tu cara. O tus zapatos. Gente es el que te dice que si no votas no te puedes quejar, y el que asegura que los votos en blanco son en realidad votos para el que gana; gente es el chófer del autobús que te deja en tierra por no esperar un minuto más, y al que no le importa largarse mientras ve tu cara de agonía y desesperación desencajarse en mitad del andén. Gente es el que tira petardos en Nochevieja, el que te estampa tres huevos en la ventana porque no quisiste darle un caramelo en Halloween. Gente es el que te pide 50 euros y no te los devuelve, el que se fue sin pagar, el que no te devuelve los correos, el que tira el cubo de agua sucia frente a tu puerta, el que llena el suelo del bar de cáscaras de gambas. Gente es el que va por la calle con la radio del coche a todo volumen, el que no usa auriculares y va con el móvil como los que en los noventa llevaban el radiocassette al hombro; gente es el que corta tu calle sin autorización para montar en medio un castillo hinchable. El que tiene la música alta hasta las tres de la mañana, el que ve los programas de Juan y Medio, el que rompe las papeleras públicas, el que pintarrajea los monumentos de la ciudad, los homeópatas, aquel a quien prestaste un libro que jamás regresó a tu estantería, el que te pide que no vacunes al niño, el que no desaprovecha ninguna ocasión para recordarte que es vegano, el testigo de Jehová que llama a tu puerta justo cuando te sientas a la mesa, el que tira un papel al suelo, el que comparte en su muro de Facebook la foto de cuatro limones pidiéndote que la difundas antes de que la industria farmacéutica la mande borrar de Internet, porque esa es la cura del cáncer y no interesa que se sepa: sí, amigo, todos ellos forman parte de La Gente.