Mírala. Lava su ropa cuando sale el sol y, mientras se seca, lee; siempre tomos gruesos y amarillentos, aunque quizá se trate del mismo libro, no sé. Me suelo sentar frente a ella para constatar que todo es ajeno a sus frágiles rutinas, que no se la extrañará porque nos dejará sin detraernos placer; como el agua de su fuente, cerrada al cauce, cíclica, filtrada de impurezas; así, así el mundo con ella. Hermético.
Entretanto la miseria es un asunto de todos y de nadie, ella dobla la ropa limpia, la apila junto a las mantas y bolsas, y lee, y se deja leer, y nos dice: no es mi pobreza, es la dignidad lo que te avergüenza.
Foto: Alberto Almansa